De bruma de verano están hechos los sueños, y de escarcha, fundida por el tiempo. Miro atrás y ya es la bruma veneciana desvaneciendo los barcos. Yo sé que no regresa la lluvia de plata, sino este sueño brumoso que luego muere, y que calla, ... y que grita. Y entonces, despierto».

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Estos versos con los que inicio este artículo son parte de un poema propio que publiqué hace muchos años y del que recupero este fragmento para iniciar mis palabras sobre esta bellísima exposición de Pedro Serna, 'Mar Menor', que puede verse estos días en el Museo Ramón Gaya de Murcia, y que recomiendo vivamente.

¿Es el Mar Menor? Sí, lo es, es el Mar Menor que Pedro sabe. ¿Es Venecia? También, la Venecia que Serna sabe. Es la sabiduría que nos narra la fuga del tiempo y vislumbra la realidad más allá de toda apariencia. El sueño es siempre el mismo, la bruma es la misma. Serna ha hecho suyo el Mar Menor, es decir, lo ha convertido en cosa de todos. Sabemos que se trata de nuestro mar muerto porque aquí y allá se vislumbran lejanos palmerales, desvencijados balnearios de otro tiempo. Pero este que Pedro pinta es el paisaje de todos, como un primer amanecer eterno.

Pedro ha penetrado el Mar Menor, la mar chica, como Jesús sobre las aguas del Mar Muerto, agua salina, desvanecido paisaje.

«¿Qué es lo que me ha vuelto a dar un instante de felicidad? Un horizonte brumoso, un bosque esfumado», escribió J. C. Bloem en unos susurrantes versos.

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Los atardeceres, los interiores, las salinas, los balnearios, son los apartados que conforman esta exposición. Nada de reivindicaciones o protestas sobre el estado de la laguna, lamentable por otro lado. Lo que hace Serna es salvarla, salvar este mar, íntimo y acogedor, para siempre. Emocionalmente recogido en estas hermosas pinturas. Salvado para siempre en la memoria. El mar de Serna, el mar de todos. Un atardecer, un amanecer: todos los atardeceres, todos los amaneceres.

Isabel, su eterna compañera, mirando al mar, al infinito, a esta belleza inconmensurable en la que todo está en su sitio, todo como desvanecido, delicado, leve, sugerido, belleza en la que uno se sumerge dulcemente. Lo diré con Leopardi:

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«Così tra questa immesità s'annega il pensier mio: e il naufragar m'è dolce in questo mare».

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