Ropa de blanco muerto
Digo vivir ·
Un aspecto nunca contemplado por nuestros buenos deseos es que los envíos de ropa gratuita contribuyen a la aniquilación de la industria textil localDigo vivir ·
Un aspecto nunca contemplado por nuestros buenos deseos es que los envíos de ropa gratuita contribuyen a la aniquilación de la industria textil localAsí se refieren, en países africanos como Uganda y Ghana, a las prendas de vestir que les llegan procedentes de Europa. Algo de razón llevan, ... aunque no toda, porque la mayor parte de la ropa que allí enviamos es de gente viva que se desprende de ella por variadas razones, no siempre altruistas. La vestimenta que donamos a roperos, instituciones humanitarias y oenegés porque son restos de la limpieza de armarios o porque no nos sirven como atuendo ni para presumir, o, también, por auténtica generosidad, suele acabar en mercados africanos, algunos de países vecinos como Marruecos.
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Se dice que el infierno está empedrado de buenas intenciones. Este acto de limpieza doméstica, quizá hermoseado con algo de generosidad, se convierte en un problema de enormes dimensiones en los países de destino, problema que desde aquí no percibimos porque ocurre en lugares lejanos de una geografía muy diferente. Lo que algunos entienden como un acto de altruismo y desprendimiento, otros de caridad cristiana, se convierte al final del proceso en un inmenso problema en los países de destino.
Una de las causas de la acumulación tóxica de residuos textiles es el consumo inmoderado de ropa, incitado por la moda y por ese mandamiento insidioso de la sociedad del bienestar que recomienda usar e inmediatamente tirar, comportamiento favorecido por los precios baratos y la mano de obra mal pagada. Todo ello fomenta una producción exagerada de ropa, con el consiguiente desperdicio de recursos naturales como agua, lino, algodón y fibras textiles artificiales y colorantes que dañan el medio ambiente, contaminándolo con productos químicos y desechos acumulados. No debe olvidarse que, en buena parte, estas prendas están confeccionadas con fibras sintéticas no degradables que contaminan los países que las reciben. Un proceso que, además, genera un indeseable problema social en países del tercer mundo donde esa ropa se fabrica: la India, Bangladesh…. Un problema de ínfimos salarios y explotación, hasta el límite de la esclavitud de mujeres y niños sobre todo. Recordemos el incendio, en 2013, del complejo fabril Rana Plaza en Bangladesh, donde murieron mil ciento treinta trabajadores y resultaron heridos más de dos mil quinientos.
Un aspecto nunca contemplado por nuestros buenos deseos (ojos que no ven, corazón que no siente) es que los envíos de ropa gratuita a tales países contribuyen a la aniquilación de la industria de confección local, que se hunde o desaparece, provocando una pavorosa destrucción del empleo en las fábricas textiles de productos propios. Que las prendas que mucha gente viste no se fabrican allí puede comprobarse en las imágenes de las televisiones cuando ofrecen reportajes bienintencionados sobre África: numerosos niños visten camisetas de fútbol del Barça, el Real Madrid y otros equipos europeos.
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La imagen de millones de prendas acumuladas en basureros insalubres, prendas casi indestructibles porque la mayoría están fabricadas con fibras sintéticas, pone sobre la pista del enorme problema de la sobreproducción de bienes de rápido consumo, cuyos desechos enviamos a países terceros, donde contribuyen a acelerar el deterioro ambiental. Porque uno de los graves problemas de nuestro tiempo no está en producir, algo relativamente fácil gracias a la tecnología, sino en ocuparse del reciclaje y la adecuada eliminación de los desechos.
Se impone una reflexión profunda sobre el problema. Habrá quien diga, en defensa del sistema mercantil vigente, que la masiva producción textil genera miles de empleos y favorece la economía en sus apartados de fabricación, moda, distribución y venta, pero cabe preguntarse hasta qué punto el recorrido de ese proceso mejora en algo a la sociedad. Si el resultado es un inmenso beneficio económico junto al desperdicio inútil y caprichoso de materias primas, la contaminación en países utilizados como basurero y la explotación laboral de grandes masas de trabajadores, creo que ese sistema no puede sostenerse ni ética ni moralmente, es decir, ni en la teoría ni en su práctica. Mi diatriba, por supuesto, no va contra las personas bienintencionadas que donan su ropa a organizaciones benéficas. Entiendo las ideas de solidaridad, de ayuda y compromiso con los desfavorecidos, pero en el mundo actual, dominado por corporaciones poderosas y anónimas que sólo atienden al beneficio pecuniario, al monto de las ganancias, debemos pensar siempre en el resultado de nuestras acciones, incluso las más inocentes y desprendidas. Porque hay enormes compañías económicas y financieras que obtienen provecho de nuestra generosidad.
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Entiendo, en fin, que en esta encrucijada de intereses, deberíamos oponernos al consumo exagerado y exigir que quienes fabrican y contaminan se ocupen del reciclaje de las prendas, aunque se reduzcan sus beneficios, evitando así que el problema generado por una producción extremada pase a los consumidores y, posteriormente, a los países receptores. Sólo de esa manera podremos cumplir el mandato incuestionable de entregar a nuestros descendientes un mundo mejor que el que hemos recibido.
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