No somos conscientes de que respiramos hasta que un día nos detenemos y ponemos atención a ese fuelle continuo de los pulmones dentro del tórax, ... o cuando el médico nos pide, en el curso de una exploración, 'respire'. Tampoco nos damos cuenta de los gestos instintivos que hacemos con brazos y manos en el trajín diario de la vida, al hablar con los demás o con nosotros mismos.

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Sin ánimo de difundir realidades que el lector atento no sepa, sino con la intención de refrescar el recuerdo de algunos movimientos y gestos inconscientes que deslizamos en soledad o en nuestra relación con el prójimo, propondré algunos de ellos. Para mayor abundamiento, deseo recordar que, por tener un significado muy definido, bastantes de tales gestos han quedado reflejados en las artes, especialmente la pintura, el cine y la literatura. ¿Quién no recuerda, siquiera sea de cuando la época escolar, el célebre retrato que hizo Goya de Jovellanos (1744-1811), uno de los grandes ilustrados del s. XVIII? Sentado en una silla, y apoyado el codo sobre una mesa, aparece el prócer sosteniendo la cabeza melancólica, como cargada de profundos pensamientos, sobre la palma abierta de su mano izquierda.

Existen pensamientos desafortunados como el contenido en la frase del rector de la Universidad de Cervera en la visita del felón rey Fernando VII: «Lejos de nosotros la funesta manía de pensar» (que algunos reflejan así: «Lejos de nosotros la peligrosa novedad de discurrir», donde 'discurrir' alude a citar de oídas y de segunda mano, aunque tratándose de un rey nefasto, que cerró las universidades durante dos años y abrió, en cambio, escuelas taurinas, creo que merece la pena mantener el primer significado). A pesar de los ataques de mentes obtusas, la reflexión crítica, el pensamiento, facultades que engrandecen al ser humano, han tenido frecuente reflejo en las artes. Recordemos la imponente escultura en bronce 'El Pensador', de Auguste Rodin (1881, en su primer diseño), una figura humana sentada que apoya su barbilla sobre la mano derecha doblada y, el mismo brazo, en el muslo izquierdo. Una imagen que representa el pensamiento de un espíritu libre.

Las manos, en su expresividad, recorren todo el cuerpo. Cuando los dedos índice y pulgar acarician el lóbulo de la oreja sugieren una pléyade de significados: una forma de desconfianza hacia el otro, un medio de relajación cuando se está nervioso o preocupado, un acto que, si es compulsivo y patológico, deviene en un trastorno llamado 'dermatilomanía'. En algunos juegos de mesa, tocarse el lóbulo suele ser una señal convenida previamente y dirigida al compañero para informarle de ciertos avatares de la partida sin que los demás se enteren.

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Hay un gesto que me despierta cierta ternura: las manos cruzadas sobre el halda, propio de mujeres mayores, con frecuencia del ámbito rural, y que me sugiere, por haberlo contemplado en personas cercanas, pensamientos como 'todo está hecho', paz y tranquilidad, vulnerabilidad, ausencia de las pasiones y deseos que zarandean el espíritu, generosidad y espera... José María Castillo Navarro (1928-2020) tituló muy acertadamente 'Manos cruzadas sobre el halda' (finalista del Planeta en 1958) una de sus recordadas novelas.

La mano sobre el corazón puede expresar la sinceridad, y también el respeto a símbolos patrióticos. Los dedos unidos tapando la boca abierta pueden reprimir un bostezo, ocultar el asombro o el miedo y, cuando se trata de un estornudo, se cuenta que es un gesto antiguo para evitar que, por la boca abierta, entre Satanás. Por eso, muchas personas mayores responden con un ¡Jesús! a modo de conjuro contra la peligrosa entrada del demonio. Un gesto ya perdido, signo de buena educación y antiguamente en uso entre gentes acomodadas y clases populares, consistía en quitarse literalmente el sombrero, la boina o la gorra y, cuando la costumbre hubo decaído, derivó en llevarse índice y pulgar al ala con amago de quitárselo, aunque no completamente. Las manos en los bolsillos, según el contexto, pueden expresar vagancia, desimplicación de lo que ocurre o timidez.

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Dejo para otra ocasión innumerables gestos manuales: puños cerrados y manos abiertas alzados como signos políticos, las uves de la victoria con los dedos, la lubricidad y ofensa del dedo corazón enhiesto, el frote del dedo corazón con el pulgar en alusión al dinero, el giro del índice sobre la sien, indicativo de la 'falta de un tornillo' o enajenación, el gesto inseguro de quienes cuentan con los dedos o el de los estudiantes a los que les encargan medir las sílabas de un soneto...

Si no nos ayudáramos con los gestos de la mano, el idioma se empobrecería irremisiblemente porque, además de ser en sí mismos un lenguaje, muchos de ellos no solo simplifican ciertas complejidades de la expresión sino que fortalecen lo que las palabras expresan.

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