En el ámbito secular de la lengua vienen introduciéndose, sin que nos importe una higa, formas foráneas que nos avasallan sin que les opongamos ni ... una mínima resistencia. Así ocurre con los plurales de ciertas palabras o de las décadas. Son formas incorrectas calcadas del inglés, tales como 'ONG's', los 'noventa's', que escriben algunos por simple desidia o porque el día en que el profesor explicó los plurales del español se habían 'fumado' la clase. En los móviles, al menos el mío, que es bastante antiguo, hubo un tiempo en que faltaban los signos introductorios de interrogaciones y exclamaciones, por lo que me veía obligado a escribir frases como 'Han llegado tus amigos?'. Con los primeros ordenadores no podíamos escribir 'año', 'España', 'montaña' o 'peña' porque indefectiblemente escribían ano, Espana, montana y pena, hasta que se tomaron cartas en el asunto y el dislate (poseemos una lengua con casi quinientos millones de hablantes) pudo ser corregido.

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En otro orden de cosas, cuando escribimos en la pantalla, un algoritmo se adelanta a nuestra intención de trazar una palabra cuando sólo hemos tecleado unas pocas letras (todo para que no pensemos, algo muy peligroso para el Sistema). Y nos propone una oferta de varias voces, a cual más disparatada. Incluso nos corrige las supuestas incorrecciones con una infamante raya roja, como si fuéramos escolares cogidos en falta (de ortografía) por el profesor. Y es que, en sus entrañas electrónicas, los aparatos digitales contienen un elemental diccionarillo, que vaya usted a saber quién lo ha diseñado, de modo que, si queremos escribir 'demediado', se adelanta y escribe 'desmedido', si 'putrefacto' –por recordar aquel opúsculo de García Lorca– escribe 'por lo alto'. Item más: si intentamos poner 'regomello', escribe 'recogerlo', si Calabardina, pone 'cocaína', y así...

Creo que los móviles de última generación llevan incorporado el Diccionario de la Lengua, el de Dudas de Manuel Seco, el etimológico de Coromines, las indicaciones sobre el buen uso de la lengua de la Fundéu y el de americanismos. Pero seguiremos siendo igual de ignorantes, a pesar de tanta supuesta sabiduría acumulada en los aparatos, si no sabemos buscar, ordenar lo encontrado y otorgarle un sentido, algo que, por ahora, no pueden hacer las máquinas.

Así, cuando herede un aparato tan perfeccionado como éstos –el mío es casi prehistórico–, quizá me veré obligado a quemar (como en 'Fahrenheit 451', de Bradbury) los diccionarios que he ido reuniendo a costa de ahorrar en las magras asignaciones paternas cuando era estudiante. En las bibliotecas públicas ya no los aceptan por falta de espacio, y menos aún los enciclopédicos, que adquirimos cuando estuvo de moda lucirlos y los bancos, 'generosos' por entonces, daban créditos cercanos a la usura para comprarlos a plazos. La llegada de ordenadores y móviles ha contribuido a la obsolescencia de esos diccionarios y se intenta que también de los libros, pues nos quieren analfabetos para manejarnos mejor. A veces contemplamos la triste imagen de estos nobles compendios amontonados como trastos inútiles en los contenedores a la puerta de las casas.

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La dependencia de la lengua global conduce a tener que pronunciar sonidos que no están en la nuestra, y que, solícitos y serviles con lo foráneo, pero inmensamente descuidados con lo propio, aprendemos, aunque sean difíciles. Así ocurre con Shakespeare, Eisenhower (cierto que toda persona con formación viene obligada a saber pronunciar, incluso resultándole dificultoso, palabras imprescindibles de la cultura universal en otros idiomas: Bach, Shakespeare, Schopenhauer, Freud, Walter Scott o Feuerbach). Al mismo tiempo, es lamentable que ciertos locutores de televisión y radio, cuya obligación es conocer mínimamente la fonética de las lenguas españolas (gallego, catalán y vasco), no sepan pronunciar correctamente Sabadell o Calella de Palafrugell, donde, por cierto, nació el imprescindible Josep Pla. Qué decir de inmensos monumentos como el Parc Güell, o nombres como Puigdemont (aunque sea para vilipendiarlo), txoco, txistulari...

Los móviles han fomentado la 'escritura pulgar', consistente en agarrarlos a dos manos, como si fueran las tablas de la ley o una chorreante hamburguesa, para teclear con los pulgares, un oficio nuevo para estos dedos, empleados hasta ahora como signo de aprobación, para tapar agujeros, como sustitución de la teta o el biberón y para imprimir la huella dactilar. Ciertos avances que ofrecen las pantallas respecto de la lengua: rapidez de comunicación, facilidad en las correcciones, posibilidad de enviar mensajes a múltiples destinatarios, son sólo aplicaciones técnicas que facilitan este modo de relación textual, pero en modo alguno sirven para perfeccionar un escrito, conocer mejor la lengua o aumentar la inteligencia, como creen algunos.

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Sospecho que cuando se produzca un apagón digital –ya han ocurrido algunos, porque la técnica no es invulnerable–, y hayamos dejado de escribir y leer sobre papel, tendremos que volver a la palabra hablada y a las señas.

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