De la mano de nuevas costumbres que van cambiando el paradigma común hasta ahora, se imponen día a día modos sociales de comportamiento no usados ... antes, que, en mi opinión, suponen un retroceso en relación con rutinas firmemente asentadas en los hábitos culinarios de la población. Me extenderé en las siguientes consideraciones a ciertas prácticas que colonizan el panorama nacional, procedentes en su mayor parte del ámbito de la anglosfera y extendidos universalmente.

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Han debido pasar siglos para convencernos de que el uso de utensilios para elaborar los alimentos y para consumirlos es un avance incontestable sobre el hecho de manipularlos sin su ayuda. Sin embargo, se está poniendo de moda una vuelta al pasado, como, por ejemplo, guisar e incluso elaborar alimentos como las ensaladas, con las manos. Ese trato directo con los alimentos se entiende como signo de naturalidad, como un regreso a los orígenes, sin caer en la cuenta de que, en parte, el uso de tenedores, cuchillos y cucharas es una medida higiénica que evita tocar los alimentos, especialmente los que contienen líquidos.

No es preciso insistir en la ingente cantidad de gérmenes que acumulan la palma de las manos y los dedos. Un tenedor, un cuchillo, una cuchara, además de otros utensilios, impiden que esos gérmenes contaminen lo que nos vamos a llevar a la boca. Naturalmente, hay alimentos que solemos consumir por costumbre directamente de la mano. Nada que objetar pues suelen ser productos secos. Ocurre con las pastas, el pan, la fruta, las empanadas, algunos bocadillos (por mal nombre sandwiches)...

Cambiar sí, pero si se mejora. La imitación a ciegas nos convierte en marionetas sin alma

La moda de los burgers, las pizzas, los kebabs y perritos calientes, alimentos, algunos de ellos incluidos en la denominación de comida basura, ha impuesto hábitos de consumo público escasamente higiénicos, aunque entiendo que el hogar, la propia casa, es un espacio de libertad intocable en donde podemos comer y beber como nos plazca. A este respecto, recuerdo un pasaje de 'El libro negro', de Giovanni Papini, donde el autor se preguntaba cómo somos capaces de practicar en público un acto fisiológico tal que la comida, mientras que otros de igual carácter los llevamos a cabo púdicamente en la privacidad. Reconozco que ver a alguien tratando de agarrar con las dos manos, mientras le arrea fieros bocados, una monstruosa hamburguesa de varios pisos (cada vez más pisos), mientras le chorrean por las comisuras de los labios, las manos e incluso los codos, las salsas y la grasa con que viene aderezada, es un espectáculo muy cercano a la animalidad y, por ello, siempre bajo mi punto de vista, escasamente estimulante.

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En los cines se ha puesto de moda la costumbre foránea de comer en cubos de cartón lo que entre nosotros llamábamos 'flores', 'tostones' o 'palomitas de maíz' (la corriente invasora quiere que las llamemos 'popcorn') y que antiguamente, en las casas, comíamos sobre un plato. Les confieso que comer de una caja me produce la sensación de ser un pollo o un gorrino, aunque, cuando se tienen nietos, uno pasa por cosas que juró que jamás haría.

En cuanto a la bebida, vengo observando que numerosos camareros jóvenes sirven la cerveza en botellines, sin el vaso correspondiente, en espera de que bebamos de ellos directamente, a gollete, algo que no se le ocurriría hacer a un camarero experimentado (de los que quedan pocos, porque se trata de una profesión difícil y mal pagada). Los camareros jóvenes, sin formación, actúan como si todo el mundo tuviera veinte años, porque hoy es costumbre entre el mocerío beber directamente de la botella o de la lata de cerveza o refresco, un gesto que han visto hacer por la tele -yo también- a presidentes americanos como Clinton, Obama y Biden, referentes de una cultura que hoy nos avasalla porque está totalmente impuesta en nuestro país.

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En España, hasta ayer mismo, sólo bebían 'a morro' de una botella los borrachos irredimibles. Era un gesto considerado de mala educación, tanto que se reflejaba en expresiones de censura y vituperio como 'empinar el codo' y 'darle a la botella'. La penúltima innovación en el consumo de cerveza fue servirlas amontonadas en un cubo o caldero de metal, de los que, hasta la llegada del plástico, se usaban en las casas para fregar el suelo y otros menesteres. Creo que esta costumbre ha decaído, aunque puedo estar equivocado porque no tengo el hábito de salir por la noche, y menos moverme en ambientes de música, francachela y bebercio.

Dado que los hábitos referidos no aportan novedad ni avance respecto de los tradicionales, estimo como una simpleza y un acto de servidumbre adoptarlos sólo porque vengan de una cultura supuestamente más moderna que la nuestra. Cambiar sí, pero siempre que se mejore. La imitación a ciegas nos convierte en marionetas sin alma.

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