Se celebran estos días dos fiestas, parecidas en sus fines, una levemente religiosa, otra completamente laica, pero diferentes en las formas. Proceden de mitologías diferentes, ... la mediterránea, de raíz católica, y la septentrional, laica y de origen anglosajón. Son cercanas en las fechas y contradictorias en sus objetivos. Por un lado, el advenimiento de un personaje que, presentándose simpático, risueño y amigo de los niños, es en realidad el heraldo de unos días de abundante gasto familiar. Se llama Papá Noel y viene aliado a una formidable máquina promocional para vender juguetes, regalos y otros productos de consumo.

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De él sabemos poco. Para nosotros carece de historia y de familia, y solo conocemos el retrato, a veces burlón, que reflejan el cine, las revistas y la publicidad. Proliferan hasta aburrir las imágenes multiplicadas de este personaje, vestido de rojo por una conocida empresa de refrescos, que trocó su primitiva vestimenta verde por otra con los colores de la marca. Va tocado con un bonete de borla y casi siempre se presenta como emisario de una agobiante propaganda comercial. Su figura se hace cada vez más presente en la Navidad, en fiestas de todo tipo, en los hogares, pero también circula, como agente propagandístico, por calles, plazas e incluso, últimamente, colgado de los balcones como muñeco trepador.

Papá Noel es un personaje sin sustancia emocional, poco más que un disfraz vacío que anuncia unos días de felicidad invernal en donde brillan luces de fiesta, se instalan abetos con regalos, se cantan canciones en inglés y se gasta y se consume a todo trapo. A pesar de pertenecer a un mundo cultural diferente y alejado del nuestro, su imagen y la filosofía de derroche que arrastra van calando lentamente en ese lugar íntimo donde anidan las tradiciones y los recuerdos que nos dan sustento anímico en muchos momentos de la vida. Llegará un día en que Papá Noel se convertirá en una tradición propia, si no lo es ya. Para entonces, todos hablaremos inglés.

Ambas celebraciones se excluyen en el fondo, no puede concertarse una con la otra, representan dos realidades incompatibles

Por otro lado, estos días invernales también conmemoran la imagen coral de una representación, levemente solidaria, de la pobreza, el acoso de los débiles por los poderosos, cierta aspereza de los instalados, las penalidades del exilio y la humilde historia de una familia con un niño recién nacido de camino hacia un destino incierto. Viajan a lomos de un manso borrico, huyendo de la matanza de inocentes decretada por Herodes. Han tenido que cumplir el censo de un invasor romano, por mandato del emperador César Augusto, allá en la lejana Galilea y en una fecha histórica conocida (algo que desconocemos de Papá Noel, que carece de historia). Esta fiesta posee una música propia, tradicional, de populares y emotivos villancicos. A pesar de todo, estas penosas imágenes de persecución, exilio, insolidaridad y pobreza se compensan con otras positivas de fraternidad, paz y esperanza.

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Luego, las esquinas de un invierno frío dejan ver en el cielo limpio de Palestina la estela del cometa Halley seguido por tres astrónomos, convertidos más tarde en Reyes Magos, que buscan a un recién nacido, rey de los judíos, que encarna un futuro de paz y concordia, por cuya causa acabará muriendo treinta y tres años más tarde clavado en un madero. Será una víctima más de la incomprensión y el odio de los poderosos, de los que acumulan riquezas con la explotación de los pobres y los débiles, de los que arman guerras y ocupan territorios a causa de no sé qué mandatos de la historia, de los que engañan a los limpios de corazón...

Ambas celebraciones se excluyen en el fondo, no puede concertarse una con la otra porque representan dos realidades incompatibles de la ética personal y social: de un lado, el cultivo del hedonismo, la dominación del dinero, el expolio de los bienes naturales para la fabricación sin tasa destinada al mercado; de otro, la defensa de valores sociales valiosos como el rechazo de la guerra, la obligada protección de los débiles y los exiliados por causa de la persecución y el hambre, la defensa de un legado cultural heredado de la tradición. A pesar de sus abismales diferencias, la sociedad del dinero las ha hecho compatibles, lo que impone a numerosas familias la presión de celebrar ambas festividades y duplicar los gastos.

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Por mi parte, con respeto absoluto a todas las opciones, incluida la de no celebrar nada para no rendir tributo a una orgía de consumismo, me decanto por la del Nacimiento y los Reyes Magos porque es nuestra, porque viene sustentada en una respetable tradición y porque incide en unos mitos propios, situados en un emotivo paisaje conocido (hasta casi ayer mismo fuimos un país fundamentalmente agrario) de mulas, camellos, pesebres, pastores, ganado, belenes, posadas, olivos y palmeras.

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