Han protagonizado los libros historias curiosas y aventuras increíbles, algunas de las cuales han merecido ser contadas como novelas y obras de teatro, lo que ... ha alzado a muchos de ellos hasta los pedestales de la gloria. Hay otras que podrían calificarse de peripecias penosas, entre ellas las de obras cuyas ediciones no han alcanzado las expectativas de venta previstas y acaban viajando de un lugar a otro en tiendas de lance y zocos callejeros, revueltas con objetos heterogéneos que se venden por unos pocos céntimos. Veo estos libros en los mercadillos, a menudo amontonados en el suelo, como precarios restos de un naufragio, libros que ingresan en la penuria arrastrados por el triste destino de sus dueños: muertes, herencias, olvido cruel de autores que otrora fueron célebres...
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Peor fin el de los volúmenes destinados a servir como pasta de papel, con la paradoja lamentable de que libros clásicos como 'El Quijote', por ejemplo, simplemente hermosos como 'Requiem por un campesino español', de Sender, o, en fin, 'Otoño y otras luces', de Ángel González, pueden 'resucitar' transformados en hojas de revistas del corazón u obras literarias de infame calaña. Aunque, justicia poética mediante, leí que alguna vez se nos pedirán cuentas por los árboles sacrificados inútilmente para fabricar el papel de los libros malos y prescindibles.
Alguien cercano al mundo de la edición me dijo que a muchas publicaciones antiguas, cuando ya no se venden o se edita una versión actualizada, se les arrancan las pastas y las primeras hojas para que no puedan ser reutilizadas, enviándolas a un infierno donde los libros sirven como pasta de papel: una imagen inquietante. Pienso en esos volúmenes desprovistos de sus portadas, cubiertas y solapas como indefensas aves a las que les cortaran las alas para impedirles el vuelo.
Peripecia curiosa es la de los libros firmados que despachan las librerías de lance (aunque se supone que un libro dedicado posee un plus de interés, por lo que uno casi nunca se desprende de él). A este respecto, la ventana de internet me descubre que un libro propio, editado hace años, se vende como de segunda mano en una de ellas. Se ofrece con el argumento de que va firmado por mí y dedicado a una persona. Lo venden por cuarenta euros (negociables). En su tiempo costaba diez, así que mi firma y la dedicatoria lo han revalorizado en treinta euros. No está mal, dado que los libros se deprecian a valores ínfimos el día siguiente de haberlos adquirido.
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Una inocente picaresca, comprobada en algunas librerías de Murcia, consiste en situar en primera fila, junto a libros de actualidad, otros casi desconocidos. Sospecho que hay autores que visitan estos establecimientos y, en un descuido de los vendedores, sacan sus libros del fondo de los estantes y los sitúan en primera fila para que disfruten, siquiera sea brevemente, los efluvios de la popularidad. Y es que, hoy, cuando casi todo es escaparate y muestrario, los libros que no se ven casi no existen.
Años atrás presenté, en la plaza de los Lobos de Granada, un libro propio que me introdujo el excelente poeta Antonio Carvajal, por entonces profesor de Traducción en la Universidad. Era una librería fundada por unos amigos de mis hijos, estudiantes como ellos, con un premio de la lotería y la romántica idea de dedicarse a la venta de libros, empresa teóricamente acertada en una ciudad universitaria y patria de García Lorca. En lugar de derrocharlo en discotecas, francachelas, cubatas y otras cosas de tomar se les ocurrió la arriesgada y valiente idea de comprar una librería. Sin embargo, desapareció poco después, a pesar de los esfuerzos ímprobos de aquellos incombustibles soñadores.
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Conocí en la calle de la Canuda, junto a las Ramblas de Barcelona, la librería del mismo nombre que había inspirado a Carlos Ruiz Zafón el 'cementerio de los libros olvidados' de su inolvidable novela 'La sombra del viento'. Se cerró en 2013. El propietario me dijo, en una de mis visitas últimas, una frase muy 'garcíamarqueziana': aquella era 'una muerte anunciada', movida por la especulación urbanística en pleno centro de la ciudad. Era un edificio antiguo, junto al Ateneo barcelonés, que hoy será, probablemente, un banco, una tienda de productos exóticos o un gimnasio para ponerse 'cachas'.
Últimamente, de los libros que me interesan menos y ya no caben en mi biblioteca personal, hago donación a Libros Traperos, en Murcia. Arreo desde Lorca con una maleta y una bolsa repletas, los dejo en el establecimiento, hojeo los estantes y mostradores y me vengo con casi tantos títulos como los que he llevado. Pero sigo disfrutando con su lectura y su cercanía, porque los libros nunca me defraudan y son de los mejores compañeros en el viaje de la vida.
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