La existencia de un ojo y una mente vigilantes, que convierten a los humanos en simples esclavos carentes de libertad para adoptar decisiones propias, es ... un recurso de los diferentes poderes: políticos, religiosos, económicos, para imponer sacrificios, a veces sangrientos, obediencias forzosas, celebración de ritos expiatorios y otros modos de la sumisión a quienes dependen de ellos. Digo lo anterior porque al hablar del Gran Hermano nos viene a las mientes aquel programa vomitivo de Telecinco así llamado, donde una caterva de seres, el 'homo (y mulier) espectaculus', con ávidos deseos de triunfar a toda costa en los medios y escasos escrúpulos sobre la ética de sus comportamientos, mostraban sin pudor intimidades y miserias, pero, sobre todo, sus carencias morales. Un espectáculo escasamente edificante para los miles de espectadores que contemplaban el televisor.

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Quien recurra a la memoria y algunas buenas lecturas, recordará que, en '1984', la distópica novela que George Orwell publicó en 1949, se vaticinaba la llegada de un régimen totalitario que, como un ojo vigilante, reduciría a los componentes de la sociedad al vasallaje y la obediencia, sometiéndolos a un estado de humillación tal que valores como la libertad, o capacidades anímicas como la inteligencia, quedarían disminuidas hasta casi desaparecer, lo que los convertiría en poco menos que animales.

Pues bien, ese mito moderno del Gran Hermano vigilante y omnipresente –que igualmente se atribuyó al Dios cristiano– ya ha llegado, pero de manos de la técnica. Noticias alarmantes confirman lo que sospechábamos: nuestra vida está sujeta, con la máxima transparencia, a la vigilancia de potencias como los 'Cinco Ojos' (por mal nombre FVEY) todas del ámbito anglosajón: Estados Unidos, Reino Unido, Nueva Zelanda, Canadá y Australia, a las que se suman, en la trinchera opuesta, China y Rusia, con los fines de acaparar la información necesaria para controlar el poder económico global.

Quien posee la información posee el poder. Y no sabíamos hasta qué punto íbamos a padecer esta realidad a costa de nuestra voluntaria cesión de libertades a quienes hacen un uso perverso de las tecnologías de la información. Son conocidos programas de vigilancia y espionaje global, como el israelí 'Pegasus', vendido a Gobiernos y fuerzas de seguridad de todo el mundo. Es el mismo programa que pirateó –vaya paradoja– los móviles de dirigentes que posiblemente se lo habían comprado a sus fuerzas de seguridad para espiar. Ángela Merkel, Pedro Sánchez y dirigentes nacionalistas catalanes fueron vigilados, no sé si unos a otros o, desde fuera por una potencia exterior. La llegada de la inteligencia artificial ha desvelado nuestras carencias frente a la poderosa influencia de Estados dominantes y corporaciones transnacionales que conforman un Sistema obstinado en dirigir nuestras vidas. Ya nadie está libre de que vigilen su móvil para saber a dónde va, con quién se reúne o qué compra.

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Se impone, pues, la necesidad de recuperar la autonomía individual combatiendo ese Sistema desde dentro para oponerle las ideas altruistas que sustentan la dignidad del ser humano: la solidaridad, pero sobre todo la justicia, la defensa de la naturaleza, el pensamiento crítico, el pacifismo, el feminismo, el respeto por las minorías... ¡Hay tantas!

Necesitamos la venida de un tiempo nuevo porque el actual se descompone a ojos vistas y el Sistema que lo sostiene anula toda iniciativa de derribarlo o cambiarlo. Cualquier nimio atisbo de rebeldía es fagocitado y convertido en algo domesticado y diferente de lo que pretendía. Si hablamos de solidaridad, el Sistema provee de innumerables ONG que practican la caridad, ese viejo sentimiento que apela a la buena voluntad de socorrer a los demás, pero soslaya la aplicación de la justicia, que por ley obliga a la reparación de los daños, las carencias y déficits del ser humano. Si hablamos de paz, el Sistema exulta prohibiendo de boquilla el uso de armas letales como gases, minas antipersona, bombas nucleares..., cuando lo más honesto y efectivo sería no fabricarlas. Igualmente se justifica proponiendo conferencias de desarme, simposios internacionales para la paz, el pacto y la concordia, creando organismos y 'comisiones', sobre cuya efectividad, en los albores de la democracia, ya se decía: 'si quieres que algo no funcione, nombra una comisión'. El Sistema parece apoyarse en aquello que proponía el príncipe de Lampedusa: 'Es necesario que todo cambie para que todo siga igual',

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La historia y los mitos recuerdan que rendir a los poderosos ha sido posible. Ulises venció, con ingenio, al gigante Polifemo; David, con solo una honda, abatió a Goliat. Los primeros cristianos derribaron la economía de Roma, sustentada por esclavos, al proclamar la igualdad entre los hombres, fuesen patricios o esclavos.

Aun siendo pesimista, me apunto a la esperanza de un tiempo nuevo, aunque quizá yo no pueda ver el final. Ni el bien ni el mal duran cien años.

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