Hace ahora algo más de dos mil años que, por estas fechas, José, un carpintero, y su mujer encinta salieron de la aldea de Nazaret ... en Galilea a cumplir el precepto de empadronamiento para los habitantes del Imperio ordenado por el emperador César Augusto. El relato es conocido: al carpintero le cumplía censarse en Belén de Judea, por ser de la familia de David, y allí se dirigió tras pasar numerosas penalidades en el camino. Al no poder hospedarse en una posada, su mujer, María, hubo de dar a luz en un establo rodeada por pacíficos animales.

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No acabaron allí los infortunios. Nacido el niño, que se llamaría Jesús, la familia, a lomos de un borriquillo, tuvo que huir a Egipto porque el rey Herodes confundió ciertas profecías que hablaban del nacimiento en aquellos días de un rey de los judíos. Pensando que le arrebataría el trono, mandó llevar a cabo el degolladero de todos los recién nacidos, un hecho que en adelante sería conocido como 'la matanza de los inocentes'. En consecuencia, José decidió huir a Egipto, pasando por varios lugares como Farama, Mostorod y el Valle de Natrún. En la triste condición de refugiados, la familia vivió por aquellas tierras durante tres años hasta que, muerto Herodes y pasado el peligro, pudieron regresar a Nazaret. Treinta años más tarde, según los relatos bíblicos, aquel niño, convertido en un profeta y con una vida pública muy notoria en defensa de un inédito mensaje de fraternidad, moriría clavado en un madero.

Ocurre que, en su larga andadura, la Historia abunda en giros inesperados y repeticiones lamentables. Quienes antaño fueran colonizados y sojuzgados duramente por las fuerzas de ocupación del poderoso imperio romano, el pueblo judío al que pertenecían Jesús, María y José, en la actualidad alza su poder destructor contra quienes comparten el territorio de Palestina en una vecindad largamente inestable. Las tornas han cambiado: aquella región dejó de ser tutelada por los romanos, y las vicisitudes –algunas terriblemente ingratas– de su historia lo han convertido en un espacio compartido: por una parte, Israel, un Estado floreciente, poderoso y moderno, defendido y amparado por las élites económicas de Occidente. Palestina, en cambio, ha desembocado en un territorio sojuzgado por un gobierno judío belicoso y depredador que, según los hechos constatados a diario, busca el máximo quebranto y la destrucción de sus habitantes. El hecho detestable de que entre los palestinos haya extremistas que opten por los métodos abominables del terrorismo no justifica el exterminio que como respuesta se está cometiendo contra su población. Porque sabemos que no todos los palestinos son terroristas y no todos los israelíes son genocidas. Por su parte, la formidable máquina económica de Occidente actúa de un modo contradictorio, paradójico: sostiene con armas a Israel y socorre con ayuda humanitaria a Palestina...

Parece que no haya pasado el tiempo ni que se haya aprendido algo de los infortunios y errores del pasado

Así pues, parece que no haya pasado el tiempo ni que se haya aprendido algo de los infortunios y errores del pasado. Hoy, como en el lejano ayer, sigue habiendo familias que con sus escasas pertenecías sobre un asno (sí, todavía sobre un asno, o andando, o sobre un destartalado automóvil) se ven obligadas a abandonar sus hogares y emprender un viaje hacia ninguna parte, huyendo de bombardeos, ataques de soldados e incontables sevicias.

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A quienes seguimos celebrando la Navidad con los viejos dictados de la tradición y aún no nos hemos dejado conquistar por las moderneces de Papá Noel y su avalancha de consumismo a través del cine, las ventas y la publicidad abusiva y alienante, nos entristece saber que aún hay familias que, en aquel viejo territorio castigado por la guerra y los desmanes de la política, la religión mal entendida y la industria bélica, siguen repitiendo el viejo itinerario del exilio y, lo que es peor, dentro de su propia tierra, una tierra que, hoy por hoy, se ha convertido en una inmensa cárcel. Pero en esta ocasión sus protagonistas no son Jesús, María y José sino Issa, Mariam y Yosef, Farid, Hadiya y Hasan, Jamal, Layla y Amin..., nuevos expatriados, familias palestinas que huyen de una guerra cruel y sin fronteras.

Siempre se declara, quizá de boquilla para acallar la conciencia, que es éste un tiempo de fraternidad, de paz, de pensar en los semejantes. Pues bien, urge acabar con este despropósito, instar a los poderes a que acaben de una vez con tanta injusticia, con tal grado de crueldad, con tan inmensa cantidad de sufrimiento. Cuando celebremos el Nacimiento, no estaría de más que dedicásemos un pensamiento a la tragedia de tantas familias que, como la del libro bíblico, sufren a diario un éxodo interminable entre bombardeos, matanzas que las convierten en nuevos santos inocentes, abandonados por quienes deberían protegerlos, entre ellos las Naciones Unidas y los países de buena voluntad.

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