Cada época de nuestra vida está ligada, ya para siempre, a imágenes, sabores, palabras y sentimientos íntimos. En lo relativo a las palabras, de mis ... vivencias infantiles puedo rescatar todo un mundo de términos y expresiones que comparto con mucha gente de aquellos años y de mi barrio, e incluso de lugares cercanos en la geografía.

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Jurar, por ejemplo, era un terrible tabú religioso, así que cuando no había más remedio que reafirmar lo dicho, sentados 'a media anqueta' en cualquier portal, lo hacíamos con inocencia: 'Palabra del Niño Jesús que no te he 'birlado' la cristalina verde'. Y apoyábamos la afirmación besando índice y pulgar en forma de cruz. O sosteníamos nuestras verdades con un muy serio '¡Palabra de honor!', cuyo significado desconocíamos, aunque intuyéramos que se refería a una idea sagrada e importantísima. Así lo habíamos leído en la 'Enciclopedia Álvarez' sobre la historia de Guzmán el Bueno, que había sacrificado la vida de su hijo, prisionero de los musulmanes, antes que el deshonor de entregarles Tarifa, lanzándoles, en un gesto doloroso y heroico, el cuchillo con el que habrían de matarlo.

Y cuando se perdía algo valioso, como un tebeo de 'El Capitán Trueno' o una moneda del 'tío sentao' que guardábamos como un tesoro que rondaba por casa desde el tiempo lejanísimo de abuelos o tatarabuelos, invocábamos a San Cucufato con el conjuro: 'Cucufato, Cucufato, los huevos te ato, si no me lo devuelves no te los desato'. Lo acompañábamos atando los supuestos apéndices con las esquinas de un pañuelo. Si el objeto aparecía, se desataban los nudos, de lo contrario se dejaban ligados hasta que nuestra madre nos lavaba el pañuelo. Por cierto, he leído que San Cucufato, o Cucufate, cuya advocación sustenta el bellísimo templo románico de Sant Cugat, cerca de Barcelona, es uno de los santos desposeídos de esta dignidad por la Iglesia, pues parece haber dudas razonables de su existencia y sus supuestos milagros.

Las enfermedades leves eran entonces 'dolamas', 'peplas', 'jamacucos'... Las había más graves, como 'tiricia', 'aliacán', 'alferecía', 'pasmo' y 'pipirijate', algunas con riesgo de muerte.

Elogios y vituperios tenían su formulario: poner a alguien 'en los cuernos de la luna' era el elogio máximo, 'a los pies de los caballos' o 'a caldo' era denigrarlo. Llamábamos 'cafres' a quienes se comportaban de forma bárbara e indigna. No teníamos idea de cometer un microrracismo, porque ignorábamos la existencia de tribus de africanos así llamados. Por entonces, el inglés no había permeado nuestra sociedad, todavía bajo la influencia francesa en la moda, la música, la literatura... Y así, las mentiras no eran 'fakes' sino 'trolas', y sus autores, 'troleros', quizá 'mindundis' o 'farfollas', tipos humanos con nula credibilidad. Jugábamos al 'trompo', al que nunca llamábamos peonza (si acaso 'pirindola', derivada de perinola). Desplegábamos cometas ('combetas') por el cielo límpido de Lorca, lo que nos permitía contemplar el azul purísimo, a veces combinado con girones de nubes volanderas que dibujaban formas hermosas e irrepetibles, aunque casi nunca dejaban agua –tan necesaria, también entonces, para esta tierra sedienta–.

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Había gestos solidarios, como compartir un bocadillo untado de Mantecober –aún no existía la Nocilla– con alguien que se 'excrecía' mirando al dichoso poseedor de tal joya gastronómica... En el cine, sus protagonistas, fueran Alan Ladd, Kirk Douglas o John Wayne eran 'el payo'–de procedencia calé–. Viendo sus películas nos quedábamos 'clisados' de admiración y ensueño, medio cerrados los ojos, que la citada lengua designa como 'clisos'. También nos enamorábamos perdidamente y sin remedio de Kim Novak, Dolores Hart y Marisol.

Hoy, ciertos retrasos administrativos se achacan a fallos en el ordenador, convirtiéndolo en árbitro supremo de asuntos decisivos: la salud, la justicia, las becas... En aquellos años, a los documentos siempre les faltaba alguna 'póliza' o un 'sello', lo que dilataba extraordinariamente los asuntos. No habíamos progresado mucho desde los lejanos tiempos de Larra y su artículo-protesta 'Vuelva usted mañana'.

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Aprendimos, con dichos populares y refranes, a descifrar el maravilloso mundo de las metáforas, los sobreentendidos y las ironías e intenciones ocultas. Palabras que, separadas, significan otra cosa que cuando confluyen en unidades fraseológicas. Oíamos 'quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija', y lo entendíamos como acercarse a los poderosos para obtener beneficios y protección. 'Hacer leña del árbol caído' o 'cría cuervos y te sacarán los ojos' no se referían a árbol, leña, cuervos ni ojos sino a la cobardía de quienes solo osan enfrentarse con los abatidos por el infortunio y a la indignidad moral de devolver mal por bien.

Palabras y frases de un mundo ido, que guardamos en las entretelas del corazón y que van siendo desplazadas por la avalancha de términos de una anglosfera que nos convierte gradualmente en extraños dentro de nuestro propio país.

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