Como se sabe, los colores no siempre son puros sino que admiten gradaciones, gamas, matices. De ahí que la existencia de tres colores puros o ... primarios –amarillo, azul y rojo–, tres secundarios –verde, naranja y violeta– y terciarios, nacidos de la mezcla de dos de los anteriores, se multiplique en una extensa variedad de gamas o tonalidades que intentan captar la enorme complejidad de los efectos visuales que ofrece la naturaleza. La lengua que hablamos se apresta a dibujar esa complejidad recurriendo a ciertos artificios que aproximen la descripción de la realidad visual a sus límites más exactos.

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Y así, el verde –mixto de azul y amarillo– se despliega en una serie de variedades que hacen necesario convertir el adjetivo 'verde' en sustantivo, calificándolo después con un sustantivo añadido. En ocasiones, la alusión pasa por identificar el color con un objeto o una fruta que ostentan completamente ese color: color naranja, manzana, butano...

Hay muchas tonalidades del verde: pistacho, esmeralda, botella e incluso verde mar –muy utilizado por los antiguos poetas para describir metafóricamente los ojos de la mujer: 'porque son, niña, tus ojos / verdes como el mar, te quejas' escribía Bécquer en una de sus 'Rimas'–. Igual ocurre con el azul, del que hay variedades como celeste, ultramar, índigo... Otros colores, utilizados abundantemente en la pintura al óleo, se vinculan con territorios (quizá los de su lugar de procedencia), con ciudades, con metales: rojo Venecia, Siena natural, azul Prusia, azul tungsteno, cadmio rojo, violeta cobalto... Cuando destacamos el amarillo limón para una prenda de vestir estamos anunciando su tono real, pero cuando decimos amarillo canario, quizá queramos señalar cierto carácter llamativo, o incluso despectivo con relación a los usos comunes. Y la impureza y la aproximación a un color se marca a veces con sufijos que indican cercanía al original: blanquecino, amarillento, rojizo, negruzco, verdoso...

Los partidos políticos, que tanto nos zarandean desde uno y otro frente, han adoptado colores simbólicos

La vieja tendencia a atribuirles significados simbólicos ha conducido a que los de las banderas se extiendan en muy dispares alusiones. Lucir el color verde suele aludir a una naturaleza fértil y, ocasionalmente, poseedora de frondosas selvas. Quizá con más frecuencia se refieran a cuestiones de tipo histórico, a la herencia de antiguos blasones y colores propios de casas señoriales y ciudades, a batallas y uniformes. Las naciones europeas suelen redundar en ciertos colores. El rojo, uno de los más repetidos, casi indefectiblemente tiene su origen en la sangre de los soldados caídos en las batallas históricas. El amarillo está vinculado al orgullo natural de los países por sus recursos naturales y su riqueza, simbolizados en el oro.

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Pero no siempre los significados son unívocos: el color azul de la bandera de Europa quizá esté relacionado con el cielo. Más claro es el círculo de doce estrellas amarillas, alusivo a la solidaridad, armonía y unidad entre las naciones, aunque hay quienes piensan que tanto el color como la disposición de las estrellas proceden de la iconografía religiosa católica relativa a la Virgen María, muy abundante en ambos símbolos, y, más aún, al hecho de que esta bandera fuera aprobada un 8 de diciembre, día de la Inmaculada. Otros azules, entre ellos los de las naciones nórdicas, se vinculan a sus mares y abundantes lagos. Los blancos se refieren a las nieves, aunque el de la bandera francesa remite a su vieja monarquía histórica. Más curiosa, por apartarse de lo común, es la de Chipre: sobre un fondo blanco, un pequeño mapa de la isla en color cobrizo recuerda que el nombre del país procede del nombre griego del cobre.

La vida cotidiana abunda en alusiones simbólicas. Valgan algunas muestras: el color ala de cuervo vincula el negro con un ave de malos presagios en el acervo popular, igual que 'tocarle a uno la negra', indicio de mala suerte, cuando en un sorteo al azar se saca del receptáculo un haba, una bola o una piedra negras. Las Parcas tejían el destino de los hombres con lana blanca o negra, aquella indicaba buena suerte, ésta lo contrario. La novela negra es sinónimo de crímenes y barrios bajos. Ir de punta en blanco es, sin embargo, el summum de la elegancia, mientras que dar carta blanca a alguien es concederle libertad absoluta para actuar por cuenta propia en un asunto. Mal asunto es quedarse en blanco en mitad de un discurso o una representación teatral. Siguiendo en el teatro, el color amarillo posee connotaciones supersticiosas, debidas, parece ser, a que Molière murió vestido de ese color en mitad de una representación.

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Y, en fin, los partidos políticos, que tanto nos zarandean últimamente desde uno y otro frente, han adoptado colores simbólicos, entre otros el rojo, el azul, el morado y el verde. Quieren representar ideas, pero lo más frecuente es que nos produzcan bastantes quebraderos de cabeza, aunque los votemos.

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