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Parece que la nueva izquierda latinoamericana tiene mucho que enseñar a la europea y, concretamente, a la españolaEl pensamiento democrático mundial y la izquierda europea tienen un agujero negro que condiciona todos sus posicionamientos naturales: Venezuela. La ausencia de una estructura intelectual sólida y explícita desde la que oponerse a la dictadura de Nicolás maduro no constituye un mero conflicto de intereses ... que se puede pasar por alto en el horizonte general de la utopía progresista, sino una negación de los principios de legitimidad de su ideario. Ya pasó y sigue pasando con Cuba, el otro callejón sin salida en el que la izquierda sigue atrapada y sin aparentes posibilidades de una salida inmediata. Con el tiempo, la dictadura cubana ha quedado normalizada como una suerte de fatalismo histórico, sustentado emocional y anacrónicamente por los principios que guiaron la Revolución y por el cierre de ojos ante un presente desgarrador. Una artista profundamente de izquierdas como Tania Bruguera –reciente Premio Velázquez– lo resume con lucidez cuando afirma que lo que le lleva a combatir el régimen cubano no son los principios que inspiraron la Revolución, sino la injustificable traición de estos.
El caso de Nicolás Maduro supone la revigorización en la actualidad del 'mal de Cuba' que aqueja a la izquierda europea –esto es: la suspensión de todos los principios democráticos de libertad e igualdad bajo la bandera de un socialismo que solo los más ultras toman en serio–. Maduro es un dictador, un torturador y un asesino, con un coeficiente intelectual tan misérrimo que provoca sonrojo en cualquier mente mínimamente equipada. El último fraude electoral cometido resulta tan grosero que solo nichos ideológicos llenos de rencor y de odio han tenido las tragaderas de darle una legitimidad democrática. Llama la atención cómo la vanguardia progresista latinoamericana –representada por el presidente de Chile, Gabriel Boric–- se muestra mucho menos prejuiciosa y valiente a la hora de condenar la hipérbole autoritaria de Maduro. Hace unos días, Boric tuvo a bien resumirlo todo en una frase: «Desde la izquierda política les digo que el gobierno de Nicolás Maduro es una dictadura». Qué fácil resulta de describir la realidad cuando se habla desde la coherencia ideológica y desde la ausencia de ataduras no muy confesables, ¿verdad? Parece que la nueva izquierda latinoamericana tiene mucho que enseñar a la europea y, concretamente, a la española. No es lo mismo mostrarse como un timorato diletante desde este lado del Atlántico que estar allí, en el cono sur, viviendo y sufriendo toda la complejidad de una realidad social en la que cristalizan todos los errores del neoliberalismo occidental.
¿Por qué la izquierda española respeta tanto a Maduro? ¿Cuál es la razón de que, a la hora de calificar la realidad venezolana, nadie la califique abiertamente como una dictadura? Es más: hace unos días, Irene Montero se atrevió a declarar que «nadie pone en cuestión que Maduro es el presidente de Venezuela», adjetivando a Edmundo González Urrutia y a toda la oposición como «golpistas». Las relaciones entre Podemos y Venezuela vienen de lejos, y han tejido una red de favores mutuos que pueden justificar esta connivencia con el dictador. Pero ¿y el PSOE? ¿A qué se debe su tibieza a la hora de referirse a uno de los regímenes más sangrientos y totalitarios del planeta? Si la razón principal es la proximidad de Zapatero a Maduro, me cuesta sinceramente comprender qué hace un político como el expresidente del Gobierno metido en este lodazal. Si, por otro lado, este silencio bochornoso del socialismo viene impuesto por su secretario general, Pedro Sánchez, con base en no se sabe qué intereses, me resulta todavía más incomprensible. En primer lugar, porque le está dejando todo el campo libre a la derecha y a la ultraderecha para encabezar la lucha democrática contra el dictador venezolano. Y, en segundo, porque supone una contradicción de base convertirte en el abanderado de la sensibilización social contra el creciente espíritu franquista que se expande por la sociedad española, mientras, en paralelo, le das oxígeno a un dictador de manual.
Pero hay más: en su patético juramento como dictador de Venezuela, Nicolás Maduro amenazó con defender la patria mediante las armas, ayudado por Cuba y Nicaragua y por «nuestros hermanos mayores del mundo». ¿Quiénes son estos «hermanos mayores»? Evidentemente, China y Rusia. Sorprende, en este punto, que Pedro Sánchez mantenga una postura, en la UE, tan firme contra Putin mientras templa gaitas con Maduro, cuyo régimen del terror está sostenido por el tirano ruso. Como he dicho anteriormente, Maduro supone un agujero negro de enormes dimensiones para la izquierda europea, capaz de deslegitimar cualquier otra acción conducente a la potenciación de los valores democráticos. Alertar contra el retorno de los principios políticos del franquismo es una labor tan urgente como necesaria –ahí tenemos a Vox, esperando a las puertas de La Moncloa–; sucede, empero, que si mientras activas esta empresa, muestras connivencia con Maduro, todo tu discurso antitotalitario se cae como un castillo de naipes por no resultar creíble. Cuando se está contra los enemigos de la democracia, se está contra todos y no se los selecciona en función de no se sabe qué intereses espurios. Lo vuelvo a decir: o nos tomamos la democracia en serio y sin excepciones, o nos acabaremos yendo todos a la mierda. ¡Viva Venezuela Libre!
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