El papel que está jugando Junts en el actual tablero político español merecerá diversos ensayos por parte de reputados politólogos. En términos generales, cuando se ... intenta extraer el elemento identificador del periodo que vivimos, casi todas las voces señalan una misma circunstancia: la polarización. Los dos bloques tradicionales –izquierda y derecha– se han radicalizado por la incorporación de nuevas formaciones que impiden cualquier punto de consenso entre ellos. Este análisis lógico y mayoritariamente admitido se ve, sin embargo, puesto entre paréntesis por el protagonismo adquirido por dos fuerzas políticas nacionalistas: el PNV y, sobre todo, Junts. Cuando Pedro Sánchez habla de «bloque progresista» para recoger, bajo un mismo paraguas, la heterogeneidad de fuerzas que sustentan al Gobierno, la denominación desbarra cuando se trata de integrar en su perímetro a PNV –claramente de derechas– y Junts –de evidente sesgo ultraderechista y xenófoba–. La razón por la que la izquierda no reconoce abiertamente la equivalencia existente entre Vox y Junts responde a un doble motivo: el primero lo podríamos encajar dentro de las 'mitologías bastardas' que alimentan una parte del pensamiento progresista; el segundo, por su parte, obedece al puro y duro pragmatismo del poder.
Publicidad
Comencemos por la primera razón referida –aquella que convoca ciertas 'mitologías bastardas' de la izquierda–. Como tantas veces he manifestado, jamás comprenderé la atracción –casi erótica– que el nacionalismo posee para la izquierda. En contra del internacionalismo sobre el que la acción progresista se funda, las tesis nacionalistas rezuman conservadurismo, identidades excluyentes, propensiones supremacistas. Pero, sobre todo en España, el hecho de que los nacionalismos periféricos supusieran el primer frente de oposición contra el franquismo, los revistió de cierto espíritu disidente que, evidentemente, sedujo a la izquierda. El problema es que, fuera del contexto específico de la resistencia antifranquista, las diferentes formaciones nacionalistas han evolucionado hacia posiciones muy diferentes –y, en ocasiones, antagónicas– a las defendidas por partidos como PSOE o Más País. Junts, por ejemplo, se encuentra en una deriva ultraderechista semejante a la de Vox. Sin embargo, y ante los ojos de la izquierda, tal equivalencia es obviada por el simple hecho de que se trata de una fuerza nacionalista periférica, y este factor corrige cualquier radicalización ideológica. Cuando, en este sentido, me refería al principio de este artículo de que el papel de Junts en el actual mapa político español será examinado en profundidad por la teoría política, no pretendía sino señalar que su posición descontextualizada en un «bloque progresista» suspende el presunto paisaje de polarización ideológica en el que nos encontramos para arrastrarnos a un marco posideológico. ¿Cómo se entiende si no la alianza de PSOE y Más País con la ultraderecha de Junts?
Para responder a ello, hay que introducir la segunda razón arriba apuntada –la del pragmatismo del poder–. El argumento ideológico de que había que evitar la entrada de la ultraderecha en La Moncloa ya no sirve, desde el momento en que el Gobierno se sustenta con los votos de la ultraderecha de Junts. Las ideologías aquí han perdido el poder de polarizar y delimitar bandos nítidos. El prurito de nacionalismo periférico de los de Puigdemont no basta para justificar tales y demenciales afinidades. Lo curioso de todo esto es que el PP –cuya única política desde que empezó la legislatura ha sido la deslegitimación hiperbólica de la amnistía– ha reconocido, en un ataque de sinceridad, que, tras estas furibundas críticas al pacto entre PSOE y Junts, no existía una convicción ideológica profunda, sino un vulgar ataque de cuernos. Las revelaciones de hace unos días –filtradas por las altas jerarquías de Génova– de que se plantearían la amnistía en un proceso de sincera reconciliación por parte de Puigdemont demuestran que Feijóo hubiera hecho lo mismo que Sánchez si no hubiera tenido al lado la mosca cojonera de Abascal. El supuesto y acerado constitucionalismo de los populares no era realmente tal. Puigdemont es el secreto objeto de deseo de Feijóo –un sueño húmedo posconstitucionalista–. Y, en puridad, y habida cuenta de que ya ha pactado con la extrema derecha de Vox en varias instituciones, haber estrechado lazos con la ultraderecha catalana no hubiera supuesto una incongruencia ideológica tamaña como la del PSOE y Más País al hacerlo.
Lo divertido de esta manifestación de lo reprimido –Puigdemont es para los grandes partidos españoles una suerte de fetichismo inconfesable– es que Feijóo ha dejado sin catecismo a sus barones territoriales –y, entre todos ellos, a López Miras, quien, más allá de Sánchez y la amnistía, no tiene discurso ni programa alguno–. Ahora que se ha descubierto que Feijóo también tiene fantasías con Puigdemont, ¿qué va a hacer López Miras? ¿Estará obligado a gestionar y a dejar de ser el comodín de los medios de comunicación nacionales para criticar la amnistía? Si así fuera, el sueño húmedo de Feijóo con el voto de Junts habría prestado un gran servicio a los murcianos, los cuales nos beneficiaríamos de un presidente que muestra interés por los muchos problemas de su región y que deja de ir de Cid Campeador por las tierras de España.
El mundo cambia, LA VERDAD permanece: 3 meses x 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.