Solo crispan los otros
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Ahora que la política es más necesaria que nunca, nuestros angélicos políticos se hunden más y más en la vergüenza de la crispación y del egoísmoComo suele ser tradicional, los últimos días de 2024 estuvieron trufados de mensajes de los diferentes presidentes de las comunidades autónomas. Por lo general, no me gusta el formato. Cada discurso suele estar hilvanado a partir de lugares comunes que poco aportan a los ciudadanos. ... La prueba fehaciente de la irrelevancia de estas alocuciones es que pasarían prácticamente inadvertidas si no fuera por el espacio que le conceden los medios de comunicación y columnistas aburridos como yo que no tienen nada más interesante de lo que escribir. Se benefician de que son de las pocas noticias que suceden durante el intervalo navideño. De hecho, si durante un año entero de declaraciones y ruedas de prensa resulta muy difícil entresacar unas pocas frases con enjundia, ¿qué se puede esperar de un vídeo de unos pocos minutos? Nada.
Sorprende, en este sentido, que la cantidad de lugares comunes que comprimen nuestros dirigentes en estos formatos institucionales sea semejante a la del Rey en su mensaje navideño. Y digo que sorprende porque el discurso del Jefe de Estado está tan limitado por los filtros del Gobierno que, en cierto sentido, se comprende la insustancialidad de sus palabras; pero, en el caso de los presidentes autonómicos, quienes ostentan el poder ejecutivo y poseen mucho más margen de maniobra, esta retahíla de frases vacías solo se explica por el común mediocre de la política actual.
Si se escuchan en cadena, uno tras otro, el conjunto de mensajes de fin de año de los presidentes de las autonomías, hay una idea que sistemáticamente se repitió: la llamada al diálogo, al descenso de la crispación reinante en la atmósfera política patria y –redoble de tambores– al abandono de posiciones partidistas en beneficio del interés general de los ciudadanos. Imbuidos por el sentimiento navideño más postizo y de anuncio de turrón, todos estos representantes públicos hacían un llamamiento a solucionar el clima de polarización que emponzoña el debate público español. Lo curioso de estas apelaciones es que se realizaban desde una posición casi angélica, de inocencia, como si quienes tuvieran que solucionar tal problema fueran otros en cuya actitud se concentran todos los problemas del tejido político nacional. Por momentos, esta actitud tan cínica me recordó aquella frase de mi admirado Duchamp que rezaba: «Solo mueren los otros». En este caso, la adaptación realizada por los insignes presidentes sería algo así como: «Solo crispan los otros». Este mantra fue empleado por todos sin excepción –incluido el presidente de la Región de Murcia, Fernando López Miras–. Pareciera que, con estas palabras, el dirigente lorquino se sitúa como parte de la solución, y no del problema. Él y todos los que, como en su cargo, se agarraron a este falso buenismo para cerrar un año en el que ellos han actuado como pirómanos y no como bomberos.
Que unánimemente los representantes de los diferentes partidos políticos demanden consenso y ausencia de partidismo no deja de ser una broma pesada y, lo que es peor, un mayúsculo insulto a los ciudadanos. España es un país con problemas coyunturales y estructurales gravísimos para cuya solución las principales fuerzas políticas han sido incapaces de acercar posturas. Si partimos de que ni siquiera ha habido una colaboración real, leal y honesta entre formaciones políticas para dar solución a la mayor catástrofe natural que ha vivido España en lo que va de siglo –las riadas que asolaron Valencia y Castilla-La Mancha–, poco más se puede decir. Mientras los intereses partidistas se anteponen al drama de cientos de miles de ciudadanos, PSOE y PP siguen sin otear en el horizonte una mesa de negociación en la que firmar un pacto de Estado por la vivienda y la inmigración. Ni lo van a hacer. La mediocridad que se acumula en las filas de ambas formaciones es tal que, desde su limitado punto de vista, consideran que consensuar soluciones les debilita y los incapacita como antagonistas furibundos.
España no necesita duros adversarios, políticos irreductibles y héroes en el campo de batalla; la situación del país requiere, por el contrario, personas con una elevada dosis de clarividencia y generosidad que tengan meridianamente claro el hecho de que lo importante –ahora más que nunca– es el bien de los ciudadanos. El problema es que la degeneración galopante que sufre la política nacional ha llevado a que el único contenido nítido del programa de los partidos sea la destrucción del adversario. Y de ello viven –o mejor, sobreviven–. Solucionar problemas complejos y enquistados constituye 'contenidos' que no poseen el atractivo suficiente para nuestros limitados dirigentes. No se dan cuenta que de tanto focalizarse en la eliminación del otro político, lo que están consiguiendo es asfixiar a la sociedad y gestionar sus intereses como si fueran el verdadero enemigo. Comenzamos 2025 como terminamos 2024: sin ningún atisbo de esperanza de que la vivienda o evitar muertes en el océano sea la principal prioridad de una política que solo busca un buen titular que triture al adversario político. Ahora que la política es más necesaria que nunca, y que la gestión ha de repuntar frente a la amenaza del populismo, nuestros angélicos políticos se hunden más y más en la vergüenza de la crispación y del egoísmo.
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