Esta semana se ha presentado la I Encuesta de Calidad y Hábitos de Vida de la Región de Murcia, elaborada por la Cátedra de Políticas ... Públicas de la Región de Murcia. De todos los resultados reflejados por este sondeo, aquel que, sin duda alguna, más ha llamado la atención de los medios de comunicación y de los analistas es el alto grado de felicidad que existe en la Región de Murcia: casi un 65 % de los encuestados declara haber sido feliz durante el último mes. De ser así realmente, esta comunidad autónoma del sureste español sería –como repite cansinamente López Miras– «la mejor tierra del mundo». En medio del caos mundial, con Putin amenazando a Europa, Israel e Irán a punto de desencadenar la Tercera Guerra Mundial, Trump acechando de nuevo la Casa Blanca, el cambio climático avanzando en forma de desierto y de pantanos vacíos, un racismo sociológico creciente, el deterioro de los servicios públicos... en medio –insistimos– de este panorama desolador que nos impide imaginar posibles futuros, la Región de Murcia aparece rutilante en el planeta Tierra como un oasis de felicidad. ¿No me negarán que, al final, Vladimir Karabatic no iba desencaminado cuando acuñó aquel lema de 'no-Typical' para caracterizar la idiosincrasia de esta región? –grande Karabatic, que estás en los cielos–.

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A ver, en la Región de Murcia no se vive mal. Es cierto que tenemos un transporte público de mierda y unas comunicaciones ferroviarias y áreas difícilmente más lamentables. Pero hace buena temperatura y ninguna de las grandes ciudades –Murcia, Cartagena y Lorca– han sido víctimas de la 'turistificación de la vida cotidiana'. Yo, que soy malagueño consorte, asisto continuamente a la distopía de una ciudad en la que ya es imposible vivir: viviendas con precios prohibitivos tanto en la opción de compra como en la de alquiler; hostelería que ha perdido su autenticidad y que está enfocada a satisfacer la superficialidad del turista; calles atestadas de visitantes; transformación de cada barrio en un espacio de especulación sin límites. Eso, afortunadamente, no ha pasado en la Región de Murcia y, todavía, el precio de la vivienda permanece en unos parámetros asumibles y no se ha perdido el carácter genuino y local de lo cotidiano.

Ahora bien, que, por mor de lo mal comunicados que estamos con el resto del mundo nos hayamos convertido en una región turísticamente sostenible, no es razón suficiente para estos niveles de felicidad tan desmesurados. No hay que olvidar que no hay día que no se haga pública una lista de lo que sea en la que esta región no ocupe alguno de los peores puestos. Los propios encuestados en el mencionado sondeo muestran un grado de confianza en los políticos paupérrimo e, incluso, se quejan de la escasa oferta cultural existente –¡ay la cultura, que cuando menos hay más callado está el otrora incansable 'tejido crítico'–. Los sueldos dan a duras penas para llegar a fin de mes, pero las colas para entrar a los locales de moda son cada vez más largas. Esto me recuerda a aquello que apuntaba Georges Minois en su 'Histoire de rire et de la dérision' cuando sostenía que vivimos bajo el paraguas de un «sincretismo de la cotidianeidad y de la atmósfera festiva». La 'fiesta perpetua' se ha apoderado de la forma de vida del individuo producto de la globalización y, qué duda cabe, la risa fácil funciona como un eficaz analgésico que nos impide tomar conciencia de los grandes problemas que sufrimos.

Quizás haya que centrarse en otros parámetros estudiados por la Cátedra de Políticas Públicas de la UMU para comprender a qué se debe este grado ilógico de felicidad que dicen sentir los murcianos. Por ejemplo, el estudio refleja un alto grado de autocomplaciencia entre los votantes del PP y del PSOE, así como una escasa participación de la ciudadanía en el activismo y los movimientos críticos. Siempre he pensado que la verdadera felicidad solo era accesible a través del conocimiento y de la toma de conciencia radical de la realidad. Cuando alguien se declara feliz dando la espalda al mundo y desentendiéndose de las diferentes problemáticas que lastran el progreso social, es que definitivamente vive en la inopia y, por tanto, en la irrealidad. El alto grado de felicidad que recoge este estudio demoscópico parece responder más a una actitud frívola, conservadora y complaciente de la vida que a un verdadero estado de bienestar vital. Que la mayoría de los murcianos se declare feliz con la mediocridad que nos gobierna solo puede ser un síntoma de lo peor. Eso no nos convierte en mejor región; es más, jamás conseguiremos evolucionar como sociedad si nos conformamos con las migajas de la desidia y, por si fuera poco, convertimos tal conformismo en un motivo de celebración sin fin. Con un gin-tonic en la mano la vida se sobrelleva mejor. Pero la valoración de una sociedad no se puede realizar desde el prisma estrecho del tardeo de los fines de semana –en eso somos campeones–. La solución no es aparcar los problemas ni votar siempre a los mismos porque forman parte ya de la 'Murcia inveterada'. Que todo sea como siempre quiere decir, en este caso, que la cosas no puedan ser como jamás lo han sido. 'Eppur si muove' no es precisamente un lema que se pueda aplicar a la Región de Murcia, en la que la gente se regodea en una esclerótica felicidad que solo nos lleva a la mediocridad.

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