Alberto Núñez Feijóo se ha expresado esta semana meridianamente tanto a través de sus declaraciones como de sus nombramientos. Se ha mostrado tajante a la ... hora de afirmar que la oposición que realizará su partido a lo largo de la legislatura estará a la altura del actual Gobierno. ¿Y de qué especie es el nuevo Ejecutivo según el gallego? Se trata de un Gobierno frívolo y, sobre todo, el más radical de los 45 años de democracia. Por lo tanto, y por lógica inferencia, si la oposición planteada se encontrara a la altura de esta calificación, no cabe esperar de ella sino una radicalidad del mismo calibre. Craso error. Uno espera de la labor de oposición política que sirva de contrapeso a la acción de gobierno. Y, si partimos del supuesto de que el PP se enfrenta al Gobierno más radical, lo sensato sería que su desempeño se caracterizase por el mayor grado de moderación posible, al menos como estrategia de reconducción de un sistema como el de la democracia que, en opinión de este partido, ha descarrilado y se dirige hacia la catástrofe total. Intentar igualar mediante la agresividad solo genera más agresividad y excepcionalidad. En este contexto regido por lo cuantitativo, se requieren perfiles políticos capaces de generar alternativas cualitativas. Pero todo indica que este no es el caso. De hecho, por si las palabras de Feijóo no hubieran sido suficientes, ahí está su retahíla de nombramientos para confirmar el modelo de oposición radical que plantea el presidente nacional del PP. La recuperación, en este sentido, de Rafael Hernando y Cayetana Álvarez de Toledo supone el regreso a la senda de la bronca y la hipérbole como seña de identidad del centro-derecha. El aura moderada de Feijóo se ha difuminado a la misma velocidad con la que el ala más dura de su partido ha impuesto sus criterios. De alguna manera, el PP pretende enarbolar el discurso corrosivo de Vox bajo el maquillaje de sus siglas. Mal negocio.
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Parece claro, en lo tocante a esto, que, toda vez delimitado el perímetro de la labor de oposición a partir de tales criterios, todo lo que provenga de Pedro Sánchez será tachado de inmediato como radical y frívolo. No hay tiempo ni decencia para el análisis o la matización. La España en peligro requiere de juicios groseros y maniqueos que hagan ver que la oposición no se repliega a ese comportamiento manso que –en palabras de Feijóo– exige el maléfico Sánchez. Y una de las primeras manifestaciones de esta oposición prerreflexiva y radical la tenemos en el incendio generado por el posicionamiento del presidente del Gobierno en torno a la guerra entre Israel y la organización terrorista Hamás.
Tras su visita a Israel, Sánchez afirmó algo con lo que es difícil estar en desacuerdo: Israel fue víctima de un ataque terrorista y, por lo tanto, tenía derecho a defenderse. Ahora bien, esta legitimidad de la defensa no debe implicar la muerte de civiles –entre los cuales se encuentran miles de niños–. De inmediato, el Gobierno israelí reaccionó indignado a las palabras de Sánchez, al cual acusó de dar cobertura a una organización terrorista. Y, claro está, ahí estaba el PP presto a aliarse con las tesis de Israel y denunciar al jefe del Ejecutivo por –nada más y nada menos– que alimentar un discurso filoterrorista. Cuando, días después, el propio Sánchez volvió sobre el tema en una cadena de televisión y dudó de que Israel estuviera respetando el derecho internacional humanitario, escuché a un periodista decir en una emisora de radio: «Eso, tú arreglándolo».
Como ya he escrito en esta misma sección, Israel fue, en efecto, víctima de un ataque terrorista en toda regla. Sin matices ni peros de ningún tipo. Hamás es una organización criminal que debe ser combatida y erradicada. Y, dicho esto, la pregunta que hay que hacer a continuación a todos aquellos que han acusado a Sánchez de radical y frívolo por sus declaraciones es: si para aniquilar a un grupo de terroristas hubiera que matar a cientos de civiles –muchos de ellos niños–, ¿qué harían? ¿De verdad que el humanismo cristiano en el que se funda el PP avala la matanza indiscriminada de inocentes? ¿Qué de radical reside en la reflexión de Sánchez? Si nos atenemos a la reacción del Partido Popular, parece claro que su línea de ataque se basa en un ejercicio de disociación manifiesto: la radicalidad de Sánchez reside en el conflicto diplomático ocasionado con el Estado de Israel. Es hasta cierto punto comprensible que un gobierno herido y de extrema derecha se enerve con cualquier opinión que disienta de su estrategia de destrucción total de Gaza, pero no lo es tanto que un partido democrático y que hunde sus raíces ideológicas en el humanismo cristiano legitime el asesinato de miles de niños bajo el argumento de que España desbarata su política exterior. El ejercicio de abstracción que hay que realizar para empatizar con la indignación de Israel y olvidar el drama humanitario que están sufriendo cientos de miles de personas es de tal cinismo que no debería dejar dormir tranquilamente a quienes lo promueven. Sánchez ha sido acusado de radical por denunciar el asesinato indiscriminado de niños. En ese plano de demencia se está desenvolviendo actualmente la política española. Y lo peor de todo es que esto no ha hecho nada más que empezar.
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