El pasado miércoles se celebró la última sesión de la presente legislatura de la Asamblea Regional. Dos días antes, su presidente, Alberto Castillo, anunció la ... entrega de una medalla a cada uno de los 45 diputados participantes en este ciclo de cuatro años. La idea fue rechazada por Ana Martínez Vidal y Juan José Molina, de Ciudadanos, y por María Marín, de Podemos -los tres integrantes del Grupo Mixto-.

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Esta oposición a recibir tales medallas se encuentra más que justificada: de un lado, porque solo el hecho de tener un mínimo de ética te impide recibir cualquier distinción del primer presidente tránsfuga de un Parlamento que ha conocido la política española desde el inicio de la democracia; y, de otro, porque supondría legitimar -mediante su celebración- el final de una legislatura que ha sido fallida y que ha estado marcada por el transfuguismo y por la compra mafiosa de voluntades.

Es posible que buena parte de la sociedad y de la estructura de opinión de la Región de Murcia haya normalizado algo tan grave y perverso como el de los diversos casos de transfuguismo que, tanto desde Ciudadanos como desde Vox, se produjeron hace dos años. Todo parece indicar que, cuando acudamos a las urnas a elegir a nuestros próximos representantes autonómicos y municipales, una parte importante del electorado soslaye que su voluntad -expresada en forma de voto hace cuatro años- fue sensiblemente alterada por una serie de diputados que se vendieron al mejor postor en un momento dado de la legislatura. Pero, al menos en el caso de quien escribe esto, la normalización y el olvido de este ominoso hecho ni se ha producido ni se producirá.

Y, aunque resulte reiterativo, me tilden de obsesivo y traidor, no cesaré de denunciar, cuantas veces haga falta, el episodio más funesto que ha vivido la política de esta Región desde que entrara en vigor el Estatuto de Autonomía. La legislatura que se acaba de cerrar ha sido la más bochornosa y lamentable de la historia. El daño que se ha causado a una institución como la Asamblea Regional resulta difícilmente reparable. Las bajas pasiones y la estulticia han colocado el listón de lo peor a una altura que ni siquiera la pértiga de Armand Duplantis conseguiría superar. Estoy tentado de decir que no se puede caer más bajo, pero, visto lo visto, prefiero no cerrar el futuro con afirmaciones absolutas que se me podrían volver en contra -si prosigue esta inercia de degradación, se podrá caer más bajo-. Seguro.

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A pesar de ello, si hay algo que me enerva todavía más que los casos mismos de transfuguismo, es que tanto sus protagonistas como sus incitadores nos tomen por tontos y nos quieran hacer comulgar con la idea de que ellos no son los tránsfugas, sino los que promovieron la moción de censura. Es curioso cómo, después de casi cuarenta libros escritos y más de cien artículos publicados, hay quienes pretenden convencerme de que no comprendo la lógica del transfuguismo y de que vivo en una suerte de desorientación intelectual que me lleva a malinterpretar la realidad.

Tanto los tránsfugas como López Miras argumentan con más cinismo que convencimiento que quien se movió de lo prometido fue Ana Martínez Vidal, y que -atención a la pirueta hermenéutica- es ella la tránsfuga por haberse pasado al Grupo Mixto. Todavía resuenan en el imafronte cóncavo de la Catedral las palabras de Inés Arrimadas, durante la campaña electoral de 2019, cuando afirmó, ante una plaza abarrotada, que la vocación y misión de su partido era desalojar al PP de San Esteban. Isabel Franco estaba junto a ella, en un mismo espacio-tiempo, aplaudiendo las palabras de su superior.

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Luego, tras las elecciones, y por mor de esa pulsión suicida que se apoderó de Ciudadanos, este partido -con Franco al mando de las negociaciones- decidió encumbrar a López Miras, y no a Diego Conesa, quien había ganado las elecciones. La moción de censura devolvió a Cs al plan inicial, y no al plan B improvisado durante las negociaciones para la investidura. ¿Quién estaba traicionando entonces lo prometido ante su electorado: Isabel Franco al contradecir el compromiso de Arrimadas o Ana Martínez Vidal al ejecutarlo?

Y luego ya vienen las explicaciones que, por obvias, causan rubor. En España no hay listas abiertas y se vota a los partidos. Por lo tanto, en las duras y en las maduras, te debes a ellos. Una cosa es disentir en cuestiones puntuales y plantear puntos de vista diferentes, y otra muy diferentes secuestrar tu voto perennemente y venderlo a quien mejor lo paga. Eso es lo que hicieron Franco, Castillo, Miguélez y compañía. Nadie los votó directamente a ellos porque nadie los conocía.

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Los votos que recibió Ciudadanos durante las pasadas autonómicas fueron el resultado de la confianza depositada en un proyecto, no en unos nombres. Y ellos traicionaron doblemente este proyecto: al facilitar la investidura del perdedor, López Miras, y al abortar la moción de censura que su partido apoyó expresamente. Si incurrieron en un caso de corrupción democrática, al menos que lo reconozcan. Pero que no nos tomen por estúpidos y nos quieran hacer creer en un discurso que, por delirante, en el fondo ni ellos mismos se creen. Suyo será el deshonor de haber sido los protagonistas principales de la peor legislatura de la historia.

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