Urgente Una tromba de agua anega calles en Murcia y descarga casi 10 litros por metro cuadrado en 20 minutos

Vivimos unos tiempos en los que, cuando a una persona, colectivo o institución se le pide un proceso de reflexión, se suele sentir atacado. Solicitar ... un acto de autocrítica te sitúa en el bando de los sospechosos e, incluso, de los enemigos. Si Duchamp afirmaba que «son otros los que mueren», en el campo de la política triunfa aquella idea de que «son los otros los que se equivocan». Si un partido no recibe el apoyo de la ciudadanía, la opinión que sus satélites deslizan en las redes sociales es que el electorado es una masa mediocre e inconsciente que no sabe leer la realidad. Y, en el caso de que los políticos de turno reconozcan que hay que abrir un marco de autocrítica, esta confesión se queda en un mensaje de decoro que rara vez se traduce en un cuestionamiento a tumba abierta de las causas que han conducido a un nuevo fracaso. En la política, cuestionar la estrategia es percibido por los acérrimos como una negación de las siglas –una actitud suicida que solo puede conducir a un agravamiento de la enfermedad padecida–.

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Las elecciones de hace una semana en Galicia constituyen una confirmación más de este diagnóstico, por el que la consigna interna de los partidos se guía por la creencia de que el tiempo todo lo cura. Esta receta puede que surta efecto en los procesos de duelo o en el amor, pero cuando una formación política mantiene un rumbo equivocado, o se corrige o el tiempo radicaliza sus efectos. Los pésimos resultados obtenidos por los dos socios de Gobierno –PSOE y Sumar– no suponen un accidente que deba ser aislado y minimizado. Concretamente, el PSOE viene de unas elecciones autonómicas en las que su poder territorial se ha visto reducido 'ad mínimum'. Los resultados de Galicia son un eslabón más de esa cadena de fracasos que, a día de hoy, ya constituyen un relato y no una salida del guión. Por si fuera poco, el contexto europeo y mundial nos habla de un crecimiento de las posiciones ultraconservadoras que, por regla general, reduce las expectativas de las opciones progresistas. Algo falla, por tanto, en el planteamiento base de la izquierda para que la balanza se incline enfáticamente hacia un espectro sociológico del 4 hacia abajo.

Lo sorprendente de esta deriva es que la situación global que vivimos es de una urgencia climática, social y bélica. Todas las situaciones extremas en las que estamos inmersos son consecuencia de políticas neoliberales –he ahí el cambio climático y el aumento vertiginoso– de la desigualdad y ultraderecha –la invasión de Ucrania y el genocidio en Gaza se manifiestan como paradigmas incontestables-. Por este motivo, una lectura ya no profunda, sino elemental de la realidad debería llevar a una apuesta por políticas progresistas que pongan freno a este panorama distópico. Y, sin embargo, la reacción de la ciudadanía, en pleno contexto de pánico, pasa por refugiarse en los discursos conservadores y ultraconservadores. Cuando el electorado da la espalda a la obviedad es que algo se tiene que estar haciendo rematadamente mal. Tanto como para que muchos votantes de izquierda se encuentren sumidos en el desánimo y prefieran el territorio abúlico y derrotista de la abstención.

Llama la atención que un partido autonomista y con un fundamento federalista como el PSOE haya perdido tanto peso territorial. La situación actual de este partido describe un paisaje en el que, de una manera agónica, el Gobierno central solo parece ser posible mediante el sacrificio de las autonomías. De alguna manera, los socialistas viven un proceso de 'jacobinización' que está imposibilitando la articulación de alternativas solventes para las periferias. Una de las claves que podrían explicar este alarmante hecho es la sensación –más que generalizada– de que la actual política de alianzas está dando lugar a una España de dos velocidades, en la que se favorece a las regiones con una tradición nacionalista. Es lógico pensar que, en un marco en el que los grandes partidos necesitan de la compleja aritmética parlamentaria para gobernar, votar opciones nacionalistas garantiza un drenaje de fondos para el propio territorio muy ventajoso. Por cuanto, si a esa estructura nacionalista, se le suma un ideario de izquierdas, el voto se va a concentrar en partidos como el BNG y no en el PSG, que, en última instancia, se mostrará vicario de Ferraz.

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En el otro extremo, aquellas autonomías sin tradición nacionalista o regionalista –como es, por ejemplo, la de Murcia– contemplan dicha política de pactos como un agravio incesante y, por lo tanto, al PSOE como el principal causante de ellos. En estos casos, la victimización resultante es vivida por la ciudadanía como una falta de sensibilidad y de identificación de este partido con el territorio en cuestión. Por mucho que duela, el PSOE necesita de una urgente redefinición de sus políticas que le permita recuperar el acceso a las 'identidades periféricas'. Las autonomías necesitan una alternativa de izquierdas solvente, y, a día de hoy, tal alternativa no existe. Ha llegado el momento de abandonar el discurso de 'son otros los culpables' y afrontar los problemas de cara. Gobernar España y las autonomías no se puede convertir en algo incompatible, en un demencial cruce de caminos en el que cualquier elección conlleve un doloroso sacrificio.

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