Últimamente escribo demasiado sobre violencia en esta sección. Y eso no es indicio de nada bueno. Vivimos tiempos de nostalgia y crispación -una combinación explosiva ... cuando la nostalgia es la de los peores episodios que ha sufrido Europa, en general, y España, en particular, y la crispación pone en la diana de la furia callejera a representantes políticos-. El mensaje que difundió Santiago Abascal la pasada Nochevieja a través de su perfil en X es paradigmático de la deriva preocupante en la que se encuentra la política española. Ni siquiera en esos momentos en los que todo son deseos de felicidad, el líder de la ultraderecha pudo contener el odio que exuda por todos los poros de su piel: «Un año de lucha en todos los frentes», escribió. Para a continuación, apostillar: «¡Brindemos por un año nuevo 2024 en el que pongamos fin al golpe de Sánchez!». Vox ha llamado a todos sus correligionarios a un «año de movilización permanente». Nos esperan meses de 'activismo reaccionario' tanto en las calles como en las instituciones que ocupan gracias a la complicidad del PP. No en vano, el pasado jueves saltó la noticia de que, en el Ayuntamiento de Orihuela, Vox había eliminado la subvención de 6.000 € para el Premio de Poesía Miguel Hernández. Quién nos iba a decir que, en 2024, y casi ochenta años después de su fallecimiento, habría que volver a reivindicar a Miguel Hernández y defender su obra frente a la intolerancia fascista. De locos.

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Horas antes de las campanadas, cuando toda España se disponía a reunirse para despedir al viejo año y dar la bienvenida al nuevo, un grupo de radicales se reunió delante de la sede del PSOE en Ferraz y apaleó con saña y violencia desmedida un muñeco que representaba la figura de Pedro Sánchez. Entre los personajes que participaron en la destrucción del ninot se encontraba una tal Marina Seren, quien, entre otras cosas, asegura haber tenido «dos regresiones espirituales» en el Tercer Reich, ser la reencarnación de un general de las SS llamado Otto y recibir visitas de familias estelares extraterrestres. La descripción de este perfil resulta pertinente para contextualizar inequívocamente el plano mental en el que nos desenvolvemos y situar a todos los ideólogos del 'pero' ante una disyuntiva esencial: ¿de qué lado estamos: del de un grupo de violentos que dicen ser la reencarnación de asesinos nazis, o del de la democracia, encarnada por un presidente del Gobierno con el que se puede estar de acuerdo o no, pero que -más allá de las visiones paranoicas y conspiranoicas- no se ha salido del perímetro constitucional?

Desgraciadamente, son muchos los que -con tal de ver apelado a Sánchez- parecen alinearse con las tesis de los nazis. Durante estos días, he escuchado con estupor, tristeza y mucha preocupación a políticos y comunicadores influyentes referirse a este suceso del muñeco como una maniobra de distracción del PSOE. Con esa asquerosa virilidad y perverso sentido de la resiliencia tan propios del machismo, se le ha echado en cara a los socialistas su fina piel a la hora de encajar el apaleamiento de la efigie de Sánchez. Es curioso: entre las conductas que ha de aprender el buen ciudadano, se encuentra la de sufrir con deportividad el odio y la violencia. Estamos en ese nivel de depravación moral. Todo el debate generado por el altercado de Ferraz se ha centrado en dirimir si los que apalearon el muñeco de Sánchez pueden ser acusados de delito de odio o no. Aquellos que interesadamente se inclinan por considerar que no cabe aplicar el Código Penal citan los precedentes de los muñecos con la imagen del Rey que fueron ahorcados en Cataluña y Madrid. Por mi parte, no hay dudas al respecto: los incidentes relacionados con el monarca y Pedro Sánchez forman parte de la misma especie. La violencia no hay que tolerarla más o menos en función de nuestras preferencias políticas e ideológicas. En cualquiera de sus manifestaciones, resulta inadmisible. Y quien no la repudie es cómplice de ella.

En rigor, y más allá del debate en torno a si el apaleamiento del muñeco de Sánchez puede ser juzgado o no como delito de odio, lo fundamental, en este momento, es poner sobre la mesa si nuestra sociedad puede permitirse un grado tan extremo de violencia. ¿De verdad que tenemos que esperar a que un artículo del Código Penal reconozca los hechos de Nochevieja como violentos y preñados de odio para saber que episodios como este no son permisibles dentro de un sistema democrático?

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Volvamos a los 'argumentos' esgrimidos por esa reencarnación de un general de las SS llamada Marina Seren. Según ella, «yo apaleo una piñata, no a Sánchez. El objetivo es romperla. Eso no es delito de odio». Cualquier estudioso de la historia del arte sabe que entre una persona o símbolo y su representación existe una transferencia de identidad. ¿Qué diría esta chica si se apaleara una escultura de un crucificado o del Rey? ¿Se trata solo de un trozo de madera o lo que se agrede es a la idea o a la persona específica que la representación ha interiorizado? Quienes golpearon con furia el muñeco de Sánchez no estaban ensañándose con un trozo de cartón sino con el mismo presidente del Gobierno, cuya identidad identificaron en su efigie. Lo destrozaron a través del único medio que tenían a su alcance y, además, por medio de un ritual -que es una forma de acentuar su impacto-. ¿Qué hubiera sucedido si lo hubieran tenido delante?

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