Declaraba el otro día Feijóo que, para su partido, la violencia machista es «una obviedad y no debe llamar la atención que no esté en ... los textos». Curiosa afirmación. Es una de esas construcciones sintácticas y semánticas marca de la casa, y que ponen de manifiesto la insuficiencia discursiva e intelectual del líder de PP. Que la violencia machista es una «obviedad» está al margen de toda duda. Lo es en la misma medida en que lo han sido y son otros males de la humanidad: la esclavitud, la explotación laboral, el racismo… Y, precisamente, la única forma de luchar contra todas estas formas de violencia ha sido legislando, poniendo negro sobre blanco, redactando textos. Que quien con mucha probabilidad sea el nuevo presidente de España afirme que el simple reconocimiento verbal del problema basta para solucionarlo provoca cuando menos pavor. ¿Para qué sirve entonces la política? ¿Qué utilidad posee un político como, por ejemplo, Feijóo, que esgrime que la violencia contra la mujer resulta tan explícita que no hace falta legislar contra ella? Cuando hablamos de la mediocridad de nuestros actuales representantes públicos nos referimos precisamente a esto, a esa frivolidad a la hora de hablar y solventar con afirmaciones estultas problemas de una enorme complejidad.
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Ahora bien, aquello que de más grave subyace en la declaración de Feijóo no está en la grosera contradicción en la que incurre, sino en su falsedad. El pacto de gobierno firmado por PP y Vox en la Comunidad Valenciana contempla la sustitución del concepto 'violencia machista' por el de 'violencia intrafamiliar'. La ultraderecha ha declarado la guerra cultural contra cualquier forma de lenguaje que reconozca la existencia de una violencia sistémica contra las mujeres. De hecho, las declaraciones encadenadas de diferentes dirigentes de Vox sobre el tema en cuestión lo han dejado meridianamente claro: la violencia machista no existe. Y, cuando el PP firma un documento consensuado con Vox en el que cualquier alusión a ella desaparece, su «obviedad» deja de ser tal. Por medio de sus pactos con la extrema derecha, el PP -otrora aspirante a ocupar el centro político- está reconociendo que la violencia machista NO es una obviedad y que, por lo tanto, es absolutamente lógico que no aparezca en texto alguno. Desde el momento en que las siglas de un partido avalan un documento en el que se refleja tal extremo, su líder deja de ser creíble cuando, en paralelo, intenta vendernos el argumento contrario.
Vox no plantea sus negociaciones sobre cuestiones 'menores'. Su posicionamiento ideológico se sustenta en el negacionismo de muchas de las realidades más palpables y dolorosas que hieren a nuestra sociedad. La negación de la violencia contra la mujer, el cambio climático, la propagación del racismo y la xenofobia… forman parte de la intimidad más insobornable de su ideario político. Si, por mor de la pulsión de poder, se negocia un programa de gobierno que reconoce alguno -o la totalidad- de tales puntos, se está asumiendo un registro político que atenta sobre los mismos fundamentos de nuestra democracia. Quien firma un documento de Vox en el que se refleja su negacionismo es un negacionista. Aquí no valen las medias tintas. De ahí que resulte cuando menos cínico -por emplear términos benevolentes- que, a las pocas horas de refrendar un texto en el que se niega la existencia de la violencia machista, Feijóo proclame que su partido no va a dar ni un paso atrás en el proceso de combatirla. ¿Perdón? Es cierto que nuestra sociedad no se caracteriza precisamente por su articulación crítica, pero de ahí a tomarnos a todos por gilipollas hay un trecho muy grande.
En el laboratorio de ideas de Génova habrán pergeñado un argumentario para su líder en el que le aconsejarán que, cuando algún periodista malintencionado le arrincone a causa de sus pactos con Vox, se escurra diciendo que el PP gobierna con la ultraderecha porque el PSOE no se ha abstenido. Bravo. Todos reconocemos que la política en España avanzará unos cuantos años luz en el momento en que PSOE y PP normalicen una cultura de pactos. Pero hay que recordarle a Feijóo que su sensata reflexión debería empezar por aplicarla en su mismo partido. El mantra de la actual legislatura -Sánchez pacta con los enemigos de España- se habría evitado si, por idénticas razones, el PP se hubiera abstenido en su investidura. La demagogia de Feijóo no conoce límites.
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Y que conste que no arrastro ninguna antipatía personal hacia él ni me dejo llevar por apriorismos que sesguen mis opiniones hacia un lado u otro. Desde hace tiempo afirmé que cualquier partido que pactara con Vox coadyuvaba al desmontaje de la arquitectura democrática y se convertía, en consecuencia, en un peligro para nuestro sistema de convivencia y de libertades. El auge de la ultraderecha es la mayor amenaza que se cierne sobre la Constitución de 1978. Y el PP, lejos de combatirla, se confirma como su principal instrumento de legitimación. Si el futuro del PP es Vox, este futuro constituye un peligro para la democracia.
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