En 2013, el artista chino He Xiangyu realizó una impresionante pieza escultórica que, bajo el título de 'Tank Project', representaba un icónico vehículo soviético utilizado ... por el ejército chino durante décadas. Dos de las particularidades de esta obra son que el referido tanque se ha reproducido a escala real y que el material empleado es piel curtida del tipo de la que se emplea para los artículos de lujo. He Xiangyu combinó, en consecuencia, dos aspectos que, aunque aparentemente distantes, se encuentran intrínsecamente unidos: de un lado, la maquinaria de guerra y de conquista de territorios; y, de otro, el comercio de lujo y, por extensión, la economía. El tanque de Xiangyu está elaborado con el mismo material con el que se fabrican los maletines de la gente de negocios –esa que ha permitido la globalización de China a través de la compra de deuda de tantos países y su incorporación mayoritaria en muchas de las más importantes multinacionales occidentales–. Dicho de otra manera: el otrora imperialismo militar se ha sustituido, en el marco de la globalización, por el imperialismo económico. Y, en rigor, los resultados que ofrece el segundo son superiores a los del primero: nulo sacrificio humano y logístico y máximo enriquecimiento para el inversor. La 'soft diplomacy' de la economía se ha confirmado, durante el siglo XXI, como la mejor manera de canibalizar naciones y de mermar su soberanía.
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Esta alusión a un trabajo como 'Tank Project', de He Xiangyu, se revela más que pertinente cuando tenemos que abordar la que, sin duda alguna, ha sido la gran noticia de la semana: la adquisición, por parte del Estado, de un 10% del accionariado de Telefónica a través de la Sepi. La operación ha venido obligada por la compra, por parte de Arabia Saudí, de un 9% de la compañía, con el evidente riesgo de 'petrodolarización' del gran buque insignia de las telecomunicaciones españolas. Además, la entrada de la inversión árabe en Telefónica conlleva un serio riesgo para la seguridad nacional, que el Gobierno ha hecho bien en atajar.
Ante tal inesperado movimiento, el PP ha reaccionado de inmediato, acusando al «Gobierno socialcomunista» de ejercer como tal y, por lo tanto, generar un contraparadigma a la sacrosanta ley del mercado y a la hegemonía del neoliberalismo. Todo lo que haga Pedro Sánchez va a ser contestado, de inmediato y furibundamente, por la oposición. Se trata de un resorte que salta prerreflexivamente, por el mero hecho de que a este Gobierno hay que negarle el pan y el agua. Todo lo que hace está a priori mal. Y, claro, en este caso, resulta cuando menos paradójica dicha posición de la derecha y ¿de la ultraderecha? El PP, en este sentido, no puede contradecir su pasado –marcado por la privatización de casi sesenta empresas durante el periodo de Aznar–. Sus raíces liberales le impiden contemplar con buenos ojos la intervención del Estado, aunque esté motivada por una cuestión de urgencia nacional.
Ahora bien, lo contradictorio de este posicionamiento contrario a la entrada del Estado en Telefónica es que, si desde la lógica neoliberal de la derecha y ultraderecha resulta congruente, desde el creciente espíritu nacionalista que se fomenta desde este flanco constituye una manifiesta contradicción. Uno de los argumentos que ha defendido Vox desde su fundación y, con mayor intensidad, a raíz de la pandemia, ha sido la necesidad de que España escale en la configuración de un sistema autárquico, con el fin de depender lo menos posible de terceros países. La idea de una 'soberanía alimentaria' ha sido mil veces cacareada por Abascal, en aras de legitimar el comportamiento depredador del sector agrícola que, como en el caso de la Región de Murcia, ha conllevado la contaminación inmisericorde del Mar Menor. Desde este punto de vista, ¿cuál ha de ser la posición de la ultraderecha ante la entrada del Estado en Telefónica, máxime cuando, en su paroxismo, ha convertido a Sánchez en el representante de las fuerzas antipatrióticas que quieren destruir España?
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La operación del Gobierno al comprar el 10% del accionariado de Telefónica solo se puede calificar como de 'rescate patriótico'. Ante la amenaza saudí, Sánchez y su Consejo de Ministros han decidido intervenir con el objetivo de salvar la 'españolidad' de este gigante empresarial. Evidentemente –y como se acaba de manifestar–, el intervencionismo del Gobierno entra en conflicto con la ideología neoliberal de derecha y ultraderecha.
Pero, llegados a esta disyuntiva, ¿qué pesará más en el PP: la coherencia en política económica o el patriotismo? Porque parece claro que, en esta ocasión, neoliberalismo y patriotismo no solo no van de la mano, sino que colisionan en sus intereses. Está por ver si los que tanto alardean de los símbolos nacionales y reclaman el mayor grado de soberanía en todos los sectores posibles atacan a Sánchez por un exceso de patriotismo –que es lo que, en realidad, se esconde tras esta operación–. Los herederos de Don Pelayo solo tienen una opción: apoyar y aplaudir una decisión que se ha tomado en beneficio de los intereses de España. Cualquier otra reacción solo responde a la rabieta y a la peor de las políticas.
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