Secciones
Servicios
Destacamos
El día 20 de enero Donald Trump tomará posesión como presidente de los Estados Unidos. Quizás no haya que esperar a los efectos irreversibles del cambio climático para que el mundo se vaya a la mierda. Los anuncios que ha realizado este ser hiperbólico –la ... toma por el ejército del Canal de Panamá y Groenlandia y la anexión de Canadá– ya indican que, en los próximos cuatro años, la humanidad va a estar regida por uno de los mayores dementes de la historia. Lo que pueda pasar es imprevisible. Y lo imposible ya no lo es. Pero, con todo, Trump no es el mayor peligro del próximo ciclo presidencial norteamericano. Puede sonar raro, pero Trump es un personaje entrañable comparado con su mano derecha, el multimillonario Elon Musk. El primero practica sus excesos desde el rol institucional que desempeña –y eso, aunque quiera anexionarse Canadá y Groenlandia, lo limita en cierto modo–. Pero el segundo no tiene límites: es el individuo más rico del mundo y no está encorsetado por la diplomacia ni por las fronteras. Su ámbito de acción es el dinero –y lo tiene todo–. En cierta medida, Elon Musk me recuerda al villano Lex Luthor –el archienemigo de Superman–: desde el poder omnímodo que le otorga su fortuna, puede conspirar contra el orden mundial, cercenando cada democracia, inoculando el mal en las arterias de la sociedad. Al igual que Trump, el principal peligro que representa Musk es que se trata de un tipo que ya no se molesta en disimular que se trata de un totalitario filonazi que solo busca el final del orden democrático. Cualquier sistema político que le impida ejercer todos sus deseos mediante el dinero le resulta intolerable y, por lo tanto, un objetivo a batir. Y, en este sentido, Europa y su conjunto de democracias liberales le molesta.
Elon Musk se ha convertido en el principal sostén de la ultraderecha europea: Alemania, Inglaterra, Francia... están sufriendo la injerencia desestabilizadora de este hombre-Estado. Su apoyo explícito a los partidos de ultraderecha –ya sea mediante la inyección de astronómicas sumas de dinero como de la distribución de 'fake news'– comienza a sentirse como una amenaza seria al sistema de libertades y derechos que rige a estos países. La creciente influencia de Musk en las democracias europeas ha hecho sonar la alarma de las autoridades de la UE, aletargadas durante mucho tiempo en un status quo que roza la desidia. Evidentemente, para que Musk tenga una efectividad tal entre una parte importante de la población europea han de existir razones de peso que expliquen la radicalización de la ciudadanía. Y tales motivos parecen evidentes: 1) la desafección por los mecanismos políticos, incapaces de solucionar los problemas más acuciantes de la sociedad; 2) el viraje de la derecha hacia posiciones de la ultraderecha, a la que considera como un aliado inevitable; y 3) el desnorte creciente de la izquierda, ensimismada en planteamientos anacrónicos que le impiden poner los pies en el suelo –ahí esta el caso flagrante de su tibieza con respecto al dictador Nicolás Maduro–.
El modelo que Musk intenta imponer es el de un 'populismo darwinista' en el que solo los ricos y más favorecidos por el sistema tienen cabida. El sistema de igualdad y de derechos que representa la democracia pretende ser transmutado en un catálogo de privilegios en el que pocos caben y muchos sufren. El problema es que, entre el otrora considerado 'espectro moderado', está comenzando a calar hondo este discurso. Véase, por ejemplo, el caso reciente de Albert Rivera y sus manifestaciones en torno a las pensiones. El que hace unos años fuera considerado como «regenerador de la política», se despachó el otro día con unas declaraciones vomitivas, en las que calificaba al sistema de pensiones como una estafa piramidal. Para el exlíder de Ciudadanos, es falso que las pensiones constituyan un derecho. Después de una vida trabajando y cotizando para disfrutar de una jubilación lo más digna posible, este diletante ultraliberal entiende que los ciudadanos que cobran cada mes su pensión son unos estafadores y caraduras, que se aprovechan del Estado. Pensar que, en un momento, este personaje insolidario pudo ser vicepresidente del Gobierno de España produce escalofríos. Tras la máscara del centrismo, se encontraba la verdad de su personaje: un insolidario y clasista que hubiera acabado con el Estado del Bienestar en un fin de semana.
El problema de personas como Rivera no es el poder ejecutivo que puedan ostentar –que, afortunadamente, es ninguno–, sino que sirven como paradigma de hasta qué punto el mensaje de odio Musk ha permeado en las capas más insospechadas de la sociedad. Nos encontramos ante una nostalgia del totalitarismo y ante un descrédito de los modelos solidarios de Estado. Es urgente que tomemos conciencia de esto y de que dejemos de utilizar la política como el sitio para el recreo de egos inconmensurables e intereses partidistas espurios. La democracia ya no es una obviedad que se sostiene por su propio peso. Cada día miles de ciudadanos dejan de creer en ella porque, básicamente, la consideran un modelo inútil y solipsista. O nos ponemos a trabajar seriamente en su resignificación o, en un breve plazo de tiempo, su realidad se habrá escurrido como la arena entre las manos. Deberíamos estar muy preocupados. Pero, a tenor del comportamiento de nuestros políticos, la realidad sigue siendo un mal episodio de 'Juego de Tronos'.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
El pueblo de Castilla y León que se congela a 7,1 grados bajo cero
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.