Habrá un momento en que el pueblo querrá colgar de los pies a Pedro Sánchez». Esto fue lo que dijo Santiago Abascal el otro día ... durante un viaje a Argentina. Y, lejos de rectificar, el líder de Vox se ha reafirmado en sus palabras, como investido de una legitimidad que le permite desear el ajusticiamiento público del presidente del Gobierno. Desde la óptica de la ultraderecha, el ensanchamiento de la democracia consiste en poder manifestar impunemente la muerte violenta de su adversario político. Ese es el gran problema al que nos enfrentamos como sociedad y que, de seguir agudizándose, traerá consecuencias impredecibles. La normalización de la violencia como una opción más del discurso político constituye una prueba irrefutable de la pulsión totalitaria que se ha apoderado de cierto sector de la población que ya no considera a las urnas como el mejor modo de dirimir las discrepancias políticas. De hecho, la estrategia de la extrema derecha consiste en desvirtuar los resultados electorales, al considerarlos una anomalía y, en consecuencia, un dato poco representativo y fiable del sentir de la sociedad. La democracia -sostiene el pensamiento totalitario- no sabe traducir lo que realmente necesita España, y aboca a la nación a un destino desastroso que solo se puede corregir mediante la violencia. La mayoría se encuentra equivocada y se convierte así en una patología que amenaza a la integridad del país.

Publicidad

La negativa de Vox a aceptar los dictados de la democracia no se encuentra muy alejada de la de aquellos procesos violentos que han golpeado a gran parte de la historia democrática española. De hecho, el discurso de décadas de la izquierda 'abertzale', justificando la violencia como un mal menor que era necesario para rectificar el rumbo del pueblo vasco, mantiene muchos puntos en común con esta deslegitimación de las urnas que alienta la ultraderecha a través de declaraciones como las de Abascal. En su indigencia intelectual, los ultras consideran que la violencia solo posee una dimensión física y que todo lo que queda del lado del lenguaje es libertad de expresión. Jamás comprenderán que no hay mayor arma de agresión que la palabra, y que, toda vez que la realidad ha sido construida mediante el lenguaje, su capacidad para motivar la acción resulta imparable. La afirmación de Abascal de que «habrá un momento en que el pueblo querrá colgar de los pies a Pedro Sánchez» constituye, en este sentido, uno de los actos más violentos que ha conocido la democracia española en sus 45 años de existencia. La capacidad de esta frase para construir un imaginario colectivo amenazador y destructivo es de una potencia estremecedora.

Uno de los aspectos que más llaman la atención del totalitarismo abrigado por la ultraderecha es que, en su mayor parte, está impulsado por personas que, por su edad, no vivieron el franquismo y, por lo tanto, no pueden tener nostalgia de él. Es escalofriante escuchar a adolescentes o veinteañeros reivindicar la dictadura como un horizonte político y social apetecible. La democracia les aburre; la consideran un sistema desfasado e injusto que no cumple sus expectativas y desean su abolición. La cuestión, a este respecto, es: ¿cómo es posible que una generación que ha nacido en una democracia consolidada pueda tener «nostalgia del totalitarismo»? Tal interrogante no es fácil de contestar y exige echar mano de una fórmula que permita comprender este sentimiento de pérdida por lo no vivido. Para explicar la pervivencia de una experiencia traumática en generaciones posteriores a las que realmente la vivieron, Marianne Hirsch acuñó el concepto de 'posmemoria'. En su análisis del Holocausto, Hirsch se valió de esta noción para explicar la continuidad del trauma en los descendientes de aquellas personas que habían sufrido el horror de los campos de concentración. De igual manera, la disfuncionalidad sexual de muchas adolescentes afroamericanas encuentra su explicación en los abusos sexuales que las esclavas negras sufrieron en el sur de Estados Unidos hace más de 150 años.

El problema, en el caso que ahora nos concierne, es que la idea de 'posmemoria' no resulta válida para comprender la 'nostalgia del totalitarismo' que experimentan las jóvenes generaciones; y no lo es porque, en rigor, no hay una experiencia traumática contenida en este sentimiento. Todo lo que envuelve al crecimiento de la ultraderecha en España y su reivindicación del franquismo requiere de otra clave analítica que explique la pervivencia de una actitud antidemocrática en una generación democrática. Y, en la búsqueda de esta clave, quizás un término que podría explicar este comportamiento sería el de 'posnostalgia' -es decir: la añoranza de un periodo por parte de una generación posterior-. La violencia alentada por la ultraderecha surge de una vindicación del totalitarismo, cuyo origen es una nostalgia sin recuerdos. De aquello que no se ha vivido no se puede tener un sentimiento de pérdida. Y, sin embargo, decenas de miles de jóvenes españoles sienten nostalgia de una dictadura con la cual mantienen una relación fundamentalmente diletante. La 'posnostalgia del totalitarismo' amenaza con poner en jaque nuestro sistema de convivencia. Y urge actuar contra esta perversión del pasado.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

El mundo cambia, LA VERDAD permanece: 3 meses x 0,99€

Publicidad