La selectividad
Opino con Borges que no creo en la enseñanza, solo en el aprendizaje, porque solo la voluntad y el afán nos llevan lejos
Recuerdo que, a pesar de haber obtenido en COU unas notas excelentes que me permitirían disfrutar de una buena beca en el siguiente curso, en ... este examen concreto, tan temido y tan discutido que me daba paso a la universidad, logré tan solo unas notas mediocres y justas, mientras que en las oposiciones para profesor, cuyo año lo había invertido en descansar y en leer, en salir con mis amigos y en jugar al tute subastado, los resultados fueron óptimos, pues obtuve una plaza y con un buena nota. Ya por entonces pedíamos la abolición de la prueba con fruición, con manifestaciones y huelgas incluidas y, desde entonces, no hemos conseguido solucionar ese desaguisado de jugarnos todo el futuro escolar a una sola carta evaluadora después de un terrible año de tensión y amargura, de desequilibrio emocional y de sinsabores. Porque lo que nadie puede negar es que la selectividad es un examen injusto cuyo valor dista mucho de ser el adecuado, aunque lo peor no es eso, lo peor es la angustia creciente que sufren los alumnos y los profesores durante esos meses y que no se corresponde con los logros finales.
Pero puestos a reivindicar, yo pediría la inmediata derogación de la prueba por parcial y por cruel de una vez por todas, pues la nota media del bachillerato me parece ya suficiente para seleccionar a los candidatos para las diversas facultades, aunque cada facultad en su caso podría examinar a sus aspirantes y realizar su propia selección.
Nunca he sido partidario del dolor y del malestar en vano y ese año aguardando la selectividad fue el año de dolor más gratuito e inútil que he conocido nunca, y total para nada, porque al cabo todos aprobamos la selectividad, aunque por aquellos días todas las carreras a las que optábamos eran accesibles. De hecho, recuerdo que yo era el delegado de mi grupo, que me lo tomé en serio hasta el final y fui al instituto de Caravaca para recoger todas las notas de mis compañeros, que las traje a Moratalla y se las di a ellos.
Había cumplido con mi deber hasta el último momento, eran las fiestas de mi pueblo y aquella mañana me encontré en las calles revueltas por el jolgorio a mi padre, le di la buena noticia y me invitó a una cerveza en el primer bar que vimos.
Ahora no podría decir cómo me encontraba con exactitud, por supuesto que estaba exultante, removido por dentro, un poco mareado y con la cabeza en mil lugares del tiempo y del espacio. Tendría que irme a Murcia con mis amigos, alquilar un piso e iniciar una nueva vida, que ya me estaba pareciendo excitante, porque iba a estar solo, tendría todo el tiempo para mí e iba a conocer a mucha gente. Esa nueva vida también me la había facilitado el acceso a la universidad, nunca había olvidado mi afán literario, mis antiguas ganas de escribir que habían nacido de mis lecturas tempranas, de forma que yo ya me iba construyendo esa existencia imaginaria en la nueva ciudad que ni siquiera conocía y donde me iban a ocurrir tantas cosas de allí en adelante.
Con el tiempo me da la impresión de que la selectividad era una especie de prueba para una nueva vida, antes que un examen para iniciar una carrera universitaria. El verdadero rubicón de muchachos y muchachas que se hacían mayores, se iban de casa, se independizaban de sus padres y empezaban a volar solos, como si inaugurasen una segunda vida donde obtendrían la mayoría de edad, la aventura del futuro y una formación imprescindible.
La verdad es que después de tantos años de estudio, no conozco ningún examen que sea justo o que sirva para algo, ni siquiera el examen de conducir que es el más inútil de todos, porque si uno no coge el coche al día siguiente de que le den el permiso, es posible que no termines de aprender nunca. En el fondo yo opino con Borges que no creo en la enseñanza, solo creo en el aprendizaje, porque solo la voluntad y el afán nos llevan lejos. Solo ellos nos procuran algún conocimiento. Tal vez por este causa venimos cometiendo tantos errores desde antiguo en la educación, pues cuando uno está interesado en una ciencia o en un arte, casi que no necesita un plan de estudios, unas clases o unos ejercicios, al menos yo no recuerdo que mi padre y mi tío participaran en ningún examen acerca del cuidado de las reses o de la arboleda.
Aprendamos en libertad y desterremos la codicia de los números que nos califican como si fuéramos objetos, volvamos a Grecia o a Mesopotamia, miremos los cielos con atención e intentemos ser felices de nuevo.
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