Todos somos feos
De igual forma que nos vemos mal en un reflejo, es posible que así nos vean los otros, y tal vez por esto el mundo es un campo de batalla
Está claro que no soportamos nuestra imagen en un espejo, en una fotografía o en un vídeo, y no reconocemos nuestra voz en ninguna grabación; ... de hecho nos desagrada y nos cuesta mucho escucharla. Por lo tanto, ni nos conocemos ni nos gustamos cada vez que nos vemos, porque si cada mañana, cuando me miro al espejo, me encontrara el rostro y la envergadura de Paul Newman, no tendría ningún problema en aceptarme, antes bien, estaría encantado sin duda. Pero da la puñetera casualidad de que el guapo y el mejor es siempre el otro, la estrella de cine o de la música, el que sale en la tele y triunfa, el compañero de aula o de claustro que alardea de su éxito social, sobre todo con ellas, las féminas, y nosotros, cabizbajos, tornamos a mirarnos en el espejo de la entrada y nos topamos de nuevo con esa cara vulgar y archirrepetida que ya nos conocemos de memoria, pero que nunca admitiremos del todo porque no se corresponde con nuestro deseo y nos perturba. Así sucede con esa vocecilla intrusa que nos asalta de la grabadora y que nunca diríamos que nos pertenezca, aunque alguna vez nos hayan dicho que tenemos una voz muy agradable.
Entonces es que somos feos o no vemos bien, que tenemos distorsionada nuestra imagen, que idealizamos el semblante y la voz y nos engañamos como chinos, como lo hacemos tantas veces en la vida, quizás para poder seguir adelante, porque la realidad es mostrenca y nos es muchas veces hostil, desagradable y penosa, por lo que resulta preferible desatenderla o cambiarla como hace el arte siempre, quizás la única realidad preferible, la exclusiva verdad que nos colma y nos hace felices, porque el artista ha sido siempre un inconformista total, un iconoclasta y un revolucionario, pues lo que el mundo nos ofrece al resto de los mortales y con lo que nos apañamos la mayoría, al escritor, al músico o al pintor le parecen un campo de batalla y ejerce contra ellos una lucha constante. De ahí que el arte sea precisamente eso, una guerra contra lo común y lo ordinario, un enfrentamiento contra lo establecido y lo grosero, como si la misión del poeta fuese la de dinamitar lo cotidiano, descubrir nuevos horizontes y donarlos al resto de los hombres limpios de polvo y paja.
De igual forma que nos vemos mal en un reflejo, también es posible que así nos vean los otros y así nos oigan, y tal vez por esto el mundo es un constante campo de batalla y un guirigay espantoso y una babel confusa y ya nada tenga remedio en este planeta, porque nadie se ve enfocado y como es él o ella, y por lo tanto todo son sombras, como sucedía con la caverna de Platón.
Aunque sé que no soy feo del todo por algunos comentarios de las mujeres que han estado más cerca de mí en mi vida, e incluso también de algunos hombres, jamás me lo dijo mi madre, quizás por una modestia pedagógica y por humildad, y yo seguía viéndome en el espejo del armario de luna del dormitorio de mis padres y seguía encontrándome raro, diferente. Y es que los espejos son nuestros peores consejeros, nuestros propios fantasmas, o al menos lo han sido para mí, y al pasar los años hube de leer aquello de Borges que decía algo así como los espejos y la cópula son abominables porque repiten y multiplican al ser humano.
Abominable, detestable, aborrecible son las palabras adecuadas para nombrar al ser humano, ni feo ni guapo, porque su efecto en el mundo ha sido devastador y esto no deberíamos olvidarlo nunca. Y a la vista de los últimos datos, que nos llegan del otro lado del charco, no parece que se salve nadie, al contrario, todo va a peor conforme pasa el tiempo hasta que nos llegue ese último apocalipsis que tantas veces han anunciado y que nunca nos creímos del todo.
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