De ser una imagen infrecuente, ahora resulta habitual encontrarse a diario un considerable número de personas con sobrepeso o francamente obesas. Los gordos de toda la vida. Tampoco ha transcurrido tanto tiempo desde que, los tildados cariñosamente de gorditos, eran una llamativa excepción entre nuestros ... coetáneos. Durante los últimos años se venía apreciando una tendencia creciente hacia un aumento de peso entre la población en nuestro entorno. Este crecimiento se ha multiplicado como consecuencia indirecta de la pandemia viral, alcanzando una preocupante magnitud. A ello ha contribuido una concatenación de factores concretados, tanto en el cambio del patrón de alimentación, como en la escasa movilidad propiciada por la reclusión forzosa. Hemos soportado interminables horas presididas por un sedentarismo derivado lo mismo del trabajo en casa, que de la educación 'online'. O por el tipo de ocio elegido para entretener largas horas de reclusión, conectados a toda clase de pantallas electrónicas. Ingredientes todos ellos propios de la inactividad física, que desafortunadamente se mantienen en el tiempo, favorecida por la reiterada sucesión de oleadas de contagios virales.
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Todo esto antes de que el anhelado maná de las vacunas alcance a preservar a la gran mayoría de la población. Una situación de temor al invisible e inopinado contagio se ha asumido e interiorizado en todas las formas de relaciones sociales. Se hace patente en semejantes condiciones el afortunado concepto de 'síndrome de la cabaña', en la pretensión de evitar riesgos fuera del ámbito de protección domiciliaria. Amén de las acertadas recomendaciones y prohibiciones sanitarias en este sentido.
En tiempos tan aciagos para tantas cosas, junto al auge de la vida sedentaria han prevalecido también hábitos de alimentación inadecuados. Se ha optado en general por una ingesta excesiva de nutrientes ricos en calorías, en un evidente desequilibrio respecto a las que se consumen por el ejercicio, con el llamativo resultado de una progresiva acumulación de kilos. Una consecuencia visual apreciable en el remodelado de los cuerpos en los que, a poco que se fije la mirada, destacan prominentes barrigas y sobresalientes nalgas, junto a otros depósitos corporales, modelando poco estilizadas siluetas de redondeados contornos.
Las preocupaciones y ocupaciones alrededor de la comida tienen un lugar destacado en esta convulsión social. Conocida es la función de la alimentación inadecuada en calidad y cantidad como sustituto emocional, en un impulso irreflexivo de sublimar carencias afectivas derivadas de la incomunicación, la ausencia de relaciones sociales y la soledad. Circunstancias estas en las que se tiende a la ingesta de alimentos considerados gratificantes, ricos en azúcares y grasas, pero escasamente saludables. Como asimismo resultó llamativo, en los comienzos de la reclusión, un desmedido afán por dedicar tiempo y energías a preparaciones culinarias, señalando diversos informes de expertos el considerable aumento en el consumo de productos elaborados, alimentos preparados, refinados y ultra procesados, poco recomendables para una correcta nutrición.
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No es extraño que, entre las conversaciones habituales en estos tiempos, se haga referencia a los kilos ganados. Ni uno de los contertulios afirma que haya bajado su peso. Es un aumento inusual que traerá consecuencias nocivas para la salud, de no poner remedios patentes en un plazo cercano. Esta obesidad se relaciona con cambios en el metabolismo, como el aumento del azúcar sanguíneo, una mayor propensión hacia las enfermedades cardiacas y vasculares, la artritis, la depresión o determinadas neoplasias. No es, sin embargo, un fenómeno aislado en nuestro medio. Se trata de algo universal. De hecho, los expertos en nutrición han acuñado el término 'covibesidad' para definir a esta otra pandemia y acotar sus enormes dimensiones. Obesidad que, en una labor de zapa, lenta pero implacable y ahora agravada, se venía gestando con el cambio en nuestro tradicional estilo de alimentación, basado en la cocina mediterránea. Esta ha quedado arrinconada hasta el punto de que quizás sea catalogada como 'patrimonio de la humanidad'. Un icono museístico para adorar, pero para no practicar.
No cabe desdeñar la importancia de esta epidemia de obesidad generalizada, cuyas malas perspectivas de futuro cabe considerar proponiendo mecanismos para atajar su progresión. Simples, pero bienintencionadas y con el propósito a convencer quizás a los ya conversos. Podemos resumirlas en una decidida apuesta por la promoción de estilos de vida saludables. Es necesaria una gestión conjunta que permita instaurar condiciones laborales, económicas, de ocio, de aspectos básicos de educación en alimentación sana y saludable, que eviten esas imágenes que ahora nos impactan en personas cada vez más jóvenes. Es esa epidemia visible y real la que, de un modo distinto, puede colapsar el delicado equilibrio de la atención sanitaria. Y si no, al tiempo.
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