Guardamos en el arca de los recuerdos un caudal de voces que quedaron varadas y sin uso en las orillas del tiempo por los avatares ... de la existencia. Este que nació en un barrio obrero vino a vivir al centro de la capital. Este otro que se crió en un entorno rural fue a parar a una urbe industrial. A aquel, cuyo padre era ferroviario y oyó repetidamente desde niño las palabras del oficio, la vida lo llevó por derroteros de la docencia, la medicina o la mecánica. El enorme caudal de palabras singulares que todos ellos aprendieron en su entorno se quedaron aletargadas en el regazo de la memoria. Palabras que quizá no vuelvan a utilizar nunca, pero que un día cualquiera, con un motivo inesperado, al hilo de la casualidad, pueden despertar y, como la célebre magdalena de Marcel Proust, impregnarán sus mentes con los olores e imágenes de una época lejana en el tiempo.

Publicidad

La mayoría de nosotros hemos cambiado de barrio, si no de ciudad o de país. Hemos aprendido nuevas palabras, acordes con nuestra profesión, nuestro estatus social o personal, nuestra edad o nuestro oficio. Pero basta que una de estas palabras antiguas resuene en los oídos para que las recordemos y traigan enganchadas, igual que las cerezas entre ellas al salir de un cesto, situaciones y anécdotas, imágenes y vivencias de un tiempo pasado que no se borraron del todo en nuestro interior.

En mi caso, de mi 'piccolo mondo' de la Placeta de San José todavía resuena un extenso vocabulario que no he vuelto a usar pero que forma parte de mí, y vengo compartiéndolo con los lectores, algunos de los cuales habrán usado sin duda esos mismos términos. Por ejemplo, la palabra 'pava', en su humilde significado primero de doméstica ave de corral poseía, sin embargo, una extensa polivalencia significativa, que los técnicos llamarían polisemia. Las marcas 'fetén' por antonomasia en aparatos de radio eran Marconi o Telefunken; las plumas estilográficas, ese antiguo instrumento para escribir con tinta, eran Parker, Mont Blanc o Sheaffer. Por contra, cualquier objeto sin pedigrí industrial ni título conocido era despectivamente calificado como de 'marca la Pava'. Eran 'pavas' (son célebres las de La Arboleja), asimismo, las coliflores de la cocina popular, como 'perdices' eran las mitades de una lechuga. Quizá añoranzas o ironías sobre una carne que escaseaba en los hogares humildes.

'Tener pava' era darse de bruces con la buena suerte en un sorteo, metiendo un gol difícil por la escuadra

Iniciados en el temprano vicio del 'fumeque', las colillas que agotábamos hasta quemarnos los dedos y casi los labios eran 'pavas'. «Déjame fumar 'la pava'» decíamos a quienes tenían dinero para comprar 'Bisontes', una dinamita de cigarrillos rubios sin filtro que nos hacían toser a las primeras 'caladas'. Y 'jugar a la pava' era saltar desde una raya trazada en el suelo sobre un compañero agachado, distancia que iba agrandándose entre la raya de inicio y el compañero conforme saltábamos. Quien lo derribaba perdía y era condenado a ejercer de 'burro'.

Publicidad

Convertida la 'pava' en 'pavo', nos referíamos al dinero. Un 'pavo', también llamado 'duro' en recuerdo de una antigua moneda llamada 'peso duro', era el billete o la moneda de cinco pesetas. La denominación popular de 'pavo' procedía de la época en que un pavo comprado a los recoveros en el mercado costaba esa cantidad. Y nos poníamos 'colorados' cuando nos subía el 'pavo' a la cara, rubor con idéntica tonalidad que el 'moco' del ave americana. Ponerse 'rojo' de vergüenza se dijo más tarde, cuando había desaparecido el miedo. La palabra 'rojo' era tabú por sus connotaciones políticas altamente ofensivas. Se utilizaba casi exclusivamente para señalar a los perdedores de la Guerra Civil. Para nombrar ese color se recurría a sinónimos, aunque no tuviesen idéntica tonalidad cromática: 'colorado', 'carmesí', 'encarnado', 'grana', 'púrpura', 'carmín', 'escarlata'.

Además, 'tener pava' era darse de bruces con la buena suerte en un sorteo, metiendo un gol difícil por la escuadra o aprobar un examen que no se había estudiado. Trasladada metafóricamente la imagen a 'zagales' y 'zagalas', eran 'pavas' o 'pavos' y sus derivados 'pavucios' y 'pavisosos' aquellos de entre nosotros con poca sustancia y escasas luces para manejarse certeramente en los 'tejemanejes' de la vida. Personas, en fin, carentes de malicia y picardía. Terminada la infancia, se ingresaba en la 'edad del pavo', una situación en el limbo de la vivencia personal en la que no se era niño ni adolescente sino que se andaba inmerso en un estado de despiste generalizado lleno de indecisiones y 'tontunas' que tenía en vilo a los familiares hasta que los 'nenes' se estabilizaban y adquirían un poco de seso, enjundia y madurez.

Publicidad

Palabras que, a poco que suenen con el leve aleteo de los labios, ponen en pie un mundo que el tiempo ha hecho desaparecer según tiene por uso y por costumbre.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Primer mes por 1€

Publicidad