Respeto las decisiones de todos los progenitores, pero quienes optan por no inmunizar a sus niños deben saber que no es una elección libre de riesgos. Es mucho mayor el que se corre no inoculando un preparado que salva vidas y no tiene graves efectos secundarios
Alarmado por la baja tasa de inmunización contra el sarampión en Gran Bretaña, el escritor Roald Dalh, autor de relatos tan populares como 'Charlie y la fábrica de chocolate', hizo pública en 1986 una carta en defensa de las vacunas en la que relataba la muerte en 1962 de su pequeña hija Olivia a causa de una encefalitis derivada de esa enfermedad infecciosa. «Hay algo que los padres pueden hacer para asegurarse que este tipo de tragedia no le ocurre a sus hijos. Pueden insistir en que sus hijos sean inmunizados contra el sarampión. Yo no pude hacerlo por Olivia en 1962 porque en aquella época no se había descubierto aún una vacuna efectiva contra el sarampión. Hoy existe al alcance de todas las familias una vacuna segura y eficaz y lo único que tienes que hacer es pedirle a tu médico que la administre», escribió Dahl.
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En la primera mitad de los noventa, la vacunación infantil contra el sarampión ya era rutinaria en España. Como el resto de niños, mi hijo recibió entonces la llamada triple vírica, un preparado que protegía contra el sarampión, pero también contra la rubeola y las paperas. Sin embargo, aún no existía vacuna contra la varicela. A los tres años, mi hijo amaneció una mañana con fiebre alta y las características lesiones cutáneas que causa ese virus. Era difícil no estar cerca del niño en ese momento. Supuse que con ocho hermanos yo tenía que haber pasado la enfermedad siendo crío y tendría cierta inmunidad adquirida. Lo cierto es que a los pocos días él empezó a recuperar tono y yo a encontrarme mal. Convertido en un 'ecce homo' por las múltiples señales corporales del virus, terminé por ingresar con insuficiencia respiratoria por el Servicio de Urgencias del Hospital Carlos III de Madrid, el centro de referencia de enfermedades infecciosas, donde conectado a un respirador me atendían sanitarios con equipos de protección. Los mismos profesionales que años después asistieron allí a la monja española contagiada por el virus del Ebola. El virus de la varicela me provocó una grave neumonía. Tardé quince días en recuperarme porque la terapia antiviral causó daños hepáticos. Afortunadamente, todo quedó en un monumental susto, aunque las neumonías suelen dejar daños celulares en los pulmones.
En 1962 no había vacuna contra el sarampión y en 1995 no la había contra la varicela. Se autorizó ese mismo año en EE UU Un lustro después, la Asociación Española de Pediatría comenzó a recomendar la vacunación universal en dos dosis a los 15 meses y los 3-4 años contra este virus que, en la mayoría de los casos se supera sin problemas, pero que puede ser peligroso en personas con bajas defensas o en adultos fumadores, como era mi caso.
Disponer de vacunas contra las múltiples enfermedades infecciosas salva cada año de dos a tres millones de vidas. Son una estrategia de salud pública segura y eficaz. Esta semana ha comenzado en España la vacunación contra la Covid de los niños entre 5 y 11 años, lo que va a evitar la hospitalización de cientos de menores en los próximos meses. Desde su aprobación en EE UU primero y en Europa después, la vacuna de Pfizer se ha demostrado segura y eficaz en un 90% en esa franja de población. Su inoculación no se ha vinculado a ningún fallecimiento o a un grave efecto adverso. Al contrario, está salvando vidas. La oportunidad que no tuvo Olivia existe ahora ante la Covid. Es verdad que la mayoría de los niños experimentarán la infección de forma suave o asintomática, pero no pocos tendrán que ser hospitalizados si no son vacunados. En España, según datos notificados al Renave del Instituto Carlos III, 895 niños de 5 a 9 años fueron hospitalizados, 65 de ellos en UCI, desde el inicio de la pandemia. Trece fallecieron. Las cifras de incidencia en menores de 5 y de 10 a 20 años son aún superiores: 2.586 y 4.539 hospitalizaciones, respectivamente. Entiendo que haya padres preocupados. Estamos ante una nueva enfermedad y una vacuna que lleva poco tiempo aplicándose, pero los datos científicos avalan la inmunización de los menores para proteger sus vidas y para que puedan recuperar la normalidad social que es tan importante para su desarrollo personal. Respeto las decisiones de todos los progenitores, pero quienes optan por no vacunar a sus hijos deben saber que no es una elección libre de riesgos. En este tipo de dilemas entra en juego el llamado sesgo de omisión: es más llevadero emocionalmente no hacer nada y culpar a la fatalidad de una infección grave de un hijo que asumir un posible efecto indeseado de la vacunación que como padres han autorizado. Dicho eso, la posibilidad de que ocurra cualquiera de las dos alternativas es baja, aunque la primera es mucho más factible. De hecho, la segunda no se ha producido. Ningún niño ha muerto por la vacuna y son cientos en el mundo los que han fallecido por no haberla recibido. Es lamentable la ausencia de campañas de información sobre la vacunación infantil de la Covid por parte de los Gobiernos central y regional. En realidad no han existido planes oficiales de información y sensibilización, lo que supone una dejación clamorosa en materia de salud pública. Esa tarea ha quedado en manos de los medios de comunicación, y de las redes sociales, con resultados funestos. Que ahora se intente incentivar la vacunación con el certificado Covid, una medida de más enjundia económica que sanitaria, es el corolario del desestimiento en la labor pedagógica y persuasiva de las instituciones sanitarias en esta pandemia. Y así nos va.
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