Hace algunos días me enviaron el enlace a un artículo en un periódico digital que se hacía eco de la situación de los científicos y ... profesores universitarios en sus viajes de trabajo. El texto informaba que talludos profesores se tenían que alojar en albergues juveniles, por ser los únicos establecimientos cuyos precios podían pagarse con la dieta oficial en algunos lugares. Una situación idéntica la sufren otros funcionarios públicos. La razón se encuentra en que las dietas de alojamiento y manutención no se han revisado desde hace más de 20 años. Y, por supuesto, el coste de hoteles y comidas se ha multiplicado por mucho en este tiempo. Que hayan sido gobiernos de todos los colores los que no se hayan molestado en arreglar este asunto resulta paradójico e instructivo. ¿Quién dice que no es posible ningún acuerdo entre los distintos partidos?
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Lo que más me llamó la atención de ese artículo fueron los comentarios al mismo que dejaban los lectores. La mayoría de ellos destilaban una mezcla de envidia y mala baba. La opinión aparentemente mayoritaria era que esos privilegiados funcionarios, próximos al parasitismo, que marchaban de turismo no merecían gastar el dinero de 'sus' impuestos y que bien estarían durmiendo en porquerizas o quedándose en casa. Otras voces se alzaban diciendo que, si tan mal les parecía esta situación, que se lo pagasen de su propio bolsillo.
Además de la conocida mala leche del español medio, la razón última de esa percepción tan negativa de los viajes de los académicos puede que sea simplemente la ignorancia. No deja de ser curiosa la facilidad con la que algunos pontifican sobre temas que desconocen por completo. Así que aquí me tienen dispuesto a combatir modestamente la ignorancia en este asunto, dando detalles del porqué se hacen, y qué se hace en esos viajes.
La actividad académica es de naturaleza universal. Si englobamos en el nombre todo el cúmulo de intereses por aumentar el conocimiento y la exploración del mundo, es fácil imaginar que en cualquier lugar hay talento y energía para hacerlo. La academia es, además, necesariamente colaborativa. A pesar de la imagen de pensadores, u hombres de ciencia, aislados en una torre o un laboratorio, la realidad es que los avances nacen de la interacción y el cotejo de ideas con los otros. La movilidad de los académicos proviene de la necesidad de aprender de colegas y maestros, y compartir con ellos nuestros avances. Además, en un mundo académico cada vez más especializado, el interlocutor adecuado para unos intereses particulares puede estar en la otra esquina del globo. Estas generalizaciones que son válidas para todos son aún más importantes para los académicos españoles. Aquí tenemos un sistema universitario débil que no suele premiar la búsqueda genuina del conocimiento, por lo que viajar para interaccionar con colegas de otros lugares se hace tan necesario como respirar.
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Centrándome en el mundo científico, los viajes son precisos para ver directamente otros laboratorios, conocer cómo se plantean y afrontan los problemas o aprender técnicas y herramientas. Otra actividad importante son los congresos, donde se presentan los resultados propios y se escucha los de otros. Unos pocos días en un congreso pueden ser más útiles para generar ideas y resolver dudas que muchos meses en el propio despacho.
Una vez que espero les haya convencido de la importancia de viajar en esta profesión, la pregunta siguiente es: ¿quién lo paga? La investigación se financia mediante fondos públicos obtenidos en competición con otros científicos, mediante contratos con empresas privadas y en mucha menor medida con fondos de las propias universidades. Solo cuando un profesor dispone de este dinero adicional es cuando puede plantearse realizar viajes. Es decir, los viajes no los puede hacer cualquiera, debe tener el dinero y tendrá que justificarlo al detalle. Y ahí es donde entran los límites legales de la norma que impide pagar por un hotel un precio superior a lo establecido y que es una cantidad ridícula en muchas ciudades. Curiosamente, no hay límites claros en el coste del billete de avión, por ejemplo, o en el número de taxis que se utilicen. Normalmente los propios académicos son los más interesados en economizar en sus viajes, pues al tener para ellos un presupuesto fijo, les dará para más. Pero hacer economías no significa jugarse el pellejo en un hostal de mala muerte en una zona conflictiva de cualquier ciudad del mundo. Piensen, además, que los académicos son de alguna forma unos embajadores del país y, sin duda, su élite cultural y científica, aunque tristemente se les trate como a chiquilicuatres.
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