Uno de los temas recurrentes de la literatura fantástica, que se extiende al cine y la televisión, son los personajes que gozan de poderes especiales. ... Es decir, que son capaces de hacer cosas que están vedadas al común de los mortales. Y por las que, en cierto modo, todos podríamos sentir cierta envidia. La lista es tan extensa como la imaginación de los creadores, y en no pocas ocasiones la ciencia va abriendo nuevas opciones y posibilidades haciendo realidad algunos de los poderes antaño inimaginables.

Publicidad

Como les estoy escribiendo estas líneas en un avión, lo primero que me viene a la cabeza es la teletransportación. ¿Se imaginan la maravilla de poder desplazarse instantáneamente a cualquier lugar, sin colas, ni largos viajes? De momento, nos conformamos con viajar a una velocidad muy modesta en la tierra, y aunque más rápida, también limitada en el espacio exterior donde sólo nos planteamos viajes a lugares relativamente cercanos. Aunque ya hay experimentos que plantean el teletransporte de partículas, mover a distancia y al instante a nuestros cuerpos serranos se me antoja probablemente imposible. Lo más cercano que hemos llegado es el entrelazamiento cuántico, pero hasta ahora solo funciona con partículas subatómicas. Así que mucho me temo que tendremos que seguir aguantando las incomodidades y la larga duración de los viajes actuales por mucho tiempo.

La posibilidad de moverse muy rápido, aunque no al instante, mediante técnicas voladoras ha sido también un lugar común en muchos personajes, incluyendo entre ellos, por supuesto, al apuesto Superman. Aquí sí veo más posibilidades de que lleguemos a tiempo de emularlo con drones voladores individuales, que técnicamente ya están disponibles. Otro cantar será cómo se organice la regulación del tráfico y de su uso.

Uno de los superpoderes que me fascinó desde niño fue la invisibilidad. Recuerdo ver muchas veces la película del hombre invisible basada en la novela homónima del escritor H. G. Wells. En teoría, ser invisible nos daría la libertad de movernos entre los otros sin ser detectados, lo cual suena muy bien, especialmente para los espíritus curiosos. Hasta la fecha no se ha logrado hacer a una persona completamente invisible, aunque sí se ha experimentado con metamateriales que desvían la luz construyendo capas de invisibilidad. Pero estar cubierto por un manto que te hace parcialmente invisible no es tan impresionante si te tropiezas con la primera silla a tu paso porque aún eres tangible. Así que la realidad todavía está muy lejos de ofrecer la posibilidad de esa mágica sensación de cotillear sin peligro, de estar sin estar.

Publicidad

Un tipo de poder que me admira, y que parece estar alcance de algunos bien dotados, es el de la seducción. La capacidad de cautivar a cualquier persona con solo una mirada o unas pocas palabras escogidas con precisión. La idea de que podríamos caminar por la vida dejando un rastro de corazones palpitantes y admiradores devotos a nuestro paso es, sin duda, una fantasía tentadora. Pero ¿cómo se compara este anhelado superpoder con la realidad y los límites impuestos por la ciencia y la ética? Imaginemos por un momento que este poder fuese real. Con solo entrar a una habitación, capturarías la atención de todos, tus palabras fluirían y cada gesto sería interpretado como una invitación irresistible. Sin embargo, aquí viene el inevitable 'pero': ¿realmente queremos relaciones basadas en una influencia unidireccional tan tremendamente poderosa? Además, la ética de tal habilidad sería, como mínimo, cuestionable. El consentimiento y la autonomía individual se verían gravemente comprometidos en un escenario donde una persona puede manipular tan profundamente los sentimientos y percepciones de otra. Lo curioso es que hay personas en entornos diversos que parecen gozar de este poder y son unos embaucadores profesionales.

Frente a estos individuos, el superpoder que me gustaría poseer es el del desenmascaramiento instantáneo. En un mundo donde los cantamañanas y los vendehumos campan a sus anchas, qué no daría probablemente usted también, querido lector, por disponer de un mecanismo que, aplicado de manera instantánea, dejara a estos individuos desnudos ante sus incoherencias. Por ejemplo, cuando alguien públicamente dijera sin rubor alguna mentira con consecuencias desastrosas para la gente, se le colocaran unas orejas de burro y una nariz de medio metro y se hicieran sonar sonidos bufos que lo acallaran.

Publicidad

Si se sienten un poco decepcionados por lo lejos que nos quedan estos superpoderes, piensen que la ciencia y la tecnología nos ofrecen sin pausa maravillas que, hace no mucho tiempo, hubieran sido consideradas mágicas. Y, mientras tanto, dejen libre su imaginación sobre qué superpoder quisieran tener. De ilusión también se vive.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Primer mes por 1€

Publicidad