La respuesta a esta pregunta, sea lo que sea a lo que se refiera, suele ser bastante simple: nada. No me voy a andar con ... paños calientes a estas alturas, ¿no les parece? Nuestra indignación ante muchos acontecimientos cotidianos suele acabar en la inacción y el olvido posterior. Uno imagina, con gran parte de razón, que haga lo que haga será irrelevante. Ante situaciones bastante escandalosas tendemos a meter la cabeza debajo del ala. No nos compete, da igual lo que hiciéramos, y ciertamente no hacer nada es lo más cómodo. Todo el mundo, además, espera que no se haga nada. Y suelen resonar en nuestras cabezas las recomendaciones maternales: «No te metas en líos».

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A mí personalmente no hacer nada me suele generar incomodidad, que no siempre se olvida. Voy a mencionarles algunas situaciones, empezando por las relativamente menores, que aún recuerdo. Era un día frío de invierno y caminaba por una calle bastante transitada. En un banco había un joven negro sentado en camiseta y descalzo. En estos tiempos, las gentes visten de la manera más estrafalaria, así que no es extraño encontrarse con jóvenes que van muy frescos y con extraños calzados. Pero en este caso, mi sensación era que el muchacho estaba así porque no tenía otro remedio, no era una elección. Mi pensamiento automático fue pararme para preguntarle si quería un par de zapatos y una chaqueta. Tengo muchos gastados, pero en buen uso, cuya pérdida sería mínima para mí, y probablemente aliviadora para él. Con estos pensamientos en mi cabeza, llegué a la altura del muchacho, y sin pararme pasé de largo, sin hacer nada.

En el tema del medio ambiente, que mayormente está devastado, mi modesto hacer se reduce a tratar de no ensuciar caminos y montes. Yendo un poco más allá, a armarme de guantes y bolsas de basura, y a la par que camino ir recogiendo todo tipo de detritus que el personal tira sin mayores reparos. Tengo la idea simplona de que un camino que no acumula mucha basura será disuasorio para que no se tire más. Así que con semejante premisa me paso algunos ratos como basurero aficionado. Una gota en el océano, sin duda, pero siento que puedo decir que hago algo de vez en cuando.

A mí personalmente no hacer nada me suele generar incomodidad, que no siempre se olvida

En asuntos de mayor envergadura, se trata de liarse la manta a la cabeza y decidir hacer algo. Seguro que cada uno de ustedes tiene algún ejemplo en el que decidió hacer cosas por la comunidad sin esperar recibir nada a cambio. En mi ocupación de investigador científico dediqué varios años a coordinar la evaluación de los proyectos que pedían mis colegas. Una labor mayormente ingrata. Ya suponen que aquellos colegas que conseguían la financiación para su proyecto entendían que esto era así por su propia valía. Y aquellos que veían sus proyectos rechazados tenían en mi persona una justificación. Mi posible aversión hacia ellos, o mi falta de entendimiento de lo que querían hacer. El clímax de la incomodidad durante esa época lo alcancé un día en un aeropuerto en el que llevaba en el carrito a mi hija pequeña y fui interpelado a gritos por un individuo diciéndome que yo era el canalla que le había dejado sin proyecto de investigación. La niña miraba extrañada y yo seguí el camino hacia la puerta de embarque todavía más.

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La situación de nuestra universidad, manifiestamente mejorable, y mi conocimiento de otras por el mundo me llevaron hace ya varios años a tomar la alocada decisión de presentarme a las elecciones de rector. Tras muchos años quejándome en público y en privado, pensé que debía hacer propuestas para mejorar la institución y aplicar recetas que parecían dar buenos resultados en otros lugares. Cambiar para beneficiar a los futuros estudiantes y por lo tanto a la sociedad. De una forma, que ahora vista en retrospectiva me parece increíble, conseguí convencer a un grupo de colegas diverso, todos ellos mucho mejores que yo, para unirse a la candidatura. El resultado obtenido fue muy pobre, pues sólo tuvimos el apoyo del 15% de la comunidad universitaria, que claramente decidió que nuestras recetas no eran interesantes. A pesar del desgaste de la exposición que el proceso supuso, el empleo de muchas horas y el frustrante resultado, aquella decisión de hacer algo fue uno de mis mayores éxitos personales.

Mi modesta recomendación es que, ante la duda, siempre que les pique el gusanillo, decídanse por hacer algo. Hacer nada es lo que hace todo el mundo y debe ser muy aburrido.

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