En esta semana de pasión, voy a tratar el declive de los periódicos que llevan años sufriendo la suya propia. Me reconozco un entusiasta de ... los periódicos desde que era joven, así que mi opinión es sesgada. En el tiempo que sólo estaban en papel, recibía reprimendas familiares por cargar con muchos de ellos y pasar demasiado tiempo leyéndolos. Otra actividad, con parte de ritual, era la búsqueda del periódico estando de viaje por los quioscos de las estaciones de tren.
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Y, además, aquí me tienen en estas páginas cada dos semanas para hablarles de lo divino y de lo humano, siempre esperando que se encuentren al otro lado. Que asientan, se rían o se enfaden con mis modestas disquisiciones. Hace bastantes años que abandoné el papel y leo todos los periódicos en tableta. Cierto es que siempre que puedo uso las versiones que son una reproducción fidedigna del papel. La pantalla me permite la lectura en cualquier sitio y con mayor comodidad. Aunque muchos otros han hecho esta transición, lo normal es que, indistintamente del formato, el número de lectores se haya reducido notablemente.
El siglo XX fue la era dorada de la prensa, cuando los periódicos no solo dominaban el paisaje mediático, sino que también formaban el tejido social de la vida cotidiana como la fuente principal de información, entretenimiento y opinión. En el apogeo de su influencia, los periódicos desempeñaron un papel crucial en eventos de importancia histórica y eran la voz de la autoridad; si estaba impreso, todo el mundo lo consideraba cierto. Aunque había una competencia con otros medios, como la radio y la televisión, su influencia no se limitaba a las noticias y reportajes. Los periódicos eran una fuerza cultural y social formidable. Las columnas de opinión y los editoriales moldeaban el discurso público, las viñetas y los seriales proporcionaban entretenimiento diario, y las secciones de anuncios clasificados eran un hervidero de actividad. Recuerdo las tiras de ofertas de alquileres que se continuaban con las de búsqueda de parejas.
Tristemente, el declinar de la prensa ha sido continuo y tangible. Los quioscos de cualquier ciudad que mostraban grandes pilas de periódicos hoy tienen unos pocos, si acaso, y despachan agua y chucherías. En los aviones se repartía la prensa a todo el pasaje, normalmente con varias pasadas de las azafatas con distintas opciones. Este lujo se restringió a los pasajeros de primera clase. Recuerdo que al abandonar el avión recogía alguno de los periódicos que habían quedado en los primeros asientos. Ahora, claro, no hay ninguno para nadie.
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Los números en todo el mundo son bien indicativos. En 2020, la circulación diaria global de periódicos impresos cayó a 400 millones de ejemplares. Parece mucho, hasta que consideran que la población mundial ronda los 7.800 millones. Eso significa que solo el 5% de la población mundial se molestó en ojear un periódico. Leer la prensa se trata claramente de una actividad elitista. Y además quienes lo hacemos somos viejos. La edad promedio de los lectores de periódicos ronda los 57 años.
Además, en estos tiempos en los que cualquier persona con acceso a internet puede autoproclamarse periodista, la línea entre la verdad y la ficción se ha vuelto tan borrosa como la visión de uno tras una noche de farra. El fenómeno de las 'noticias falsas' no solo ha ganado un lugar en el diccionario, sino también en nuestro día a día. En 2019, un estudio encontró que el 62% de las personas no pueden distinguir entre noticias reales y falsas. Bastante más de la mitad de la población está navegando por un mar de información sin brújula. De manera relacionada, la confianza en los medios de comunicación ha caído estrepitosamente, con solo el 38% de las personas indicando que confían en la veracidad de las noticias. La desconfianza ha alcanzado a todos los niveles, incluyendo las fuentes de la literatura científica, fuertemente contaminadas por revistas que son pura basura.
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En este contexto de información de baja calidad, y a menudo falaz e interesada, los periódicos deben seguir representando ese territorio de cordura, independencia y verosimilitud al que el ciudadano pueda agarrarse. Confío en un renacimiento de los periódicos, recuperando la confianza con un regreso a sus raíces: la verificación exhaustiva, la profundidad analítica y, sobre todo, la paciencia para publicar la historia completa y correcta. No se trata de una carrera por la inmediatez, sino de un maratón por la integridad. Los lectores de siempre seguiremos ahí y las jóvenes generaciones se irán incorporando.
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