Alos lectores más mayores, el título sin los signos de interrogación les evocará la famosa canción setentera del cantante Nino Bravo. Y la libertad, o ... en propiedad el libre albedrío, suele ser un tema recurrente en las conversaciones sobre lo divino y lo humano. La pregunta es si somos libres para tomar las decisiones que tomamos, o en realidad, todos nuestros actos están de alguna manera programados. Creer en el determinismo de nuestras acciones tiene ciertas ventajas, pues nos exime de asumir responsabilidades por nuestros actos. Por otro lado, creer a pies juntillas que somos por completo libres en todas nuestras decisiones es ciertamente naif.

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El libre albedrío, se nos dice, es lo que nos distingue de las piedras, las plantas y los animales. La idea de que somos los arquitectos de nuestro propio destino nos da una sensación de control y nos permite pensar que las decisiones son exclusivamente nuestras. Durante siglos, los defensores del libre albedrío han insistido en su existencia como un hecho indiscutible. Nos permite elegir entre lo bueno y lo malo, entre lo correcto y lo incorrecto, y sin él, la moralidad y la responsabilidad personal se desmoronarían.

Un camino intermedio, el 'compatibilismo', ha tratado de armonizar el libre albedrío con el determinismo, sugiriendo que, aunque nuestras acciones estén influidas por causas previas, aún podemos considerarnos libres si actuamos de acuerdo con nuestros deseos y razones. Es decir, somos libres, pero dentro de un marco predeterminado. Los deterministas plantean preguntas sobre el grado de control que realmente tenemos sobre nuestras decisiones. ¿Estamos realmente eligiendo libremente, o tan solo seguimos una secuencia inevitable? El neurobiólogo Robert Sapolsky explora este asunto en su último libro, argumentando que nuestras decisiones no son realmente libres, sino el resultado de una compleja interacción de la genética, la química cerebral, nuestra historia personal y el contexto ambiental. Según Sapolsky, el libre albedrío es un mito; nuestras decisiones ya están predeterminadas por una serie de factores que escapan a nuestra conciencia. Sapolsky sostiene que, si examinamos el funcionamiento del cerebro, nos damos cuenta de que muchas de nuestras decisiones se toman antes de que fuéramos conscientes de ellas. Y remite a experimentos en neurociencia que han demostrado que los patrones de la actividad cerebral asociados con la toma de decisiones pueden detectarse milisegundos antes de que la persona se dé cuenta de su decisión. Esto sugiere que el acto de elegir es más una formalidad que una verdadera expresión de nuestra libertad.

Vean la ironía, creemos que estamos tomando decisiones conscientes, que ya habían sido tomadas por nuestro cerebro antes de que ni siquiera nos hubiéramos dado cuenta. El libre albedrío, en este sentido, no es más que una ilusión que nos mantiene tranquilos, convencidos de que tenemos el control. ¿Pero si no somos realmente libres de elegir, cómo podemos ser responsables de nuestras acciones? El concepto de responsabilidad moral se basa en la creencia de que somos libres, y por lo tanto con capacidad de elegir. Pero si, como sugiere Sapolsky, nuestras acciones son el resultado de algo predeterminado por la biología, ¿podemos realmente ser culpables de nuestras faltas? Esto plantea un dilema ético: si nuestras acciones están predestinadas, ¿cómo podemos justificar el castigo o la recompensa? Para muchos, la idea de que no tenemos libre albedrío es profundamente inquietante, ya que socava las bases mismas de nuestra concepción de la moralidad y la justicia.

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Otros, como el escritor Ron Sakolsky, han abordado el libre albedrío desde una perspectiva diferente, criticando la manera en que el concepto ha sido utilizado para justificar las estructuras de poder y de control social. Según él, la creencia en el libre albedrío es una herramienta utilizada por el poder para mantenernos en una ilusión de libertad, mientras nuestras opciones reales están limitadas por las normas y las expectativas impuestas por la sociedad. Es decir, aunque creamos que somos libres, en realidad estamos atrapados en un sistema que nos restringe profundamente. Mientras Sapolsky argumenta que el libre albedrío es una ilusión biológica, Sakolsky sugiere que es una construcción social diseñada para mantener el orden. En cualquier caso, ambos coinciden en que nuestra supuesta libertad no es más que una mera fantasía reconfortante.

Quizás a ustedes, como a mí, les haya resultado gracioso la similitud de los nombres de los autores que he mencionado hoy. He estado a punto de titular la columna como Sapolsky y Sakolsky, pero me he reprimido. Ahora dudo si esto ha sido un acto de libertad o algo que ya estaba predeterminado.

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