Mentir bien es una habilidad que se va adquiriendo con la edad. Sin duda, hay personas que alcanzan la excelencia en este asunto llegando a ... niveles casi patológicos. Pueden decir cualquier cosa que saben contraria a la verdad sin ningún rubor y con gran naturalidad. Es muy posible que alguno de ellos llegue a creerse sus mentiras y no distinguirlas de la realidad. Mentir es un mecanismo aprendido pues los niños en edades tempranas siempre dicen las cosas tal como las ven. Suelen ser un estupendo espejo de la realidad.

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Hubo un tiempo en el que la mentira tuvo mala fama. Las madres de otras épocas advertían a los hijos cuando empezaban a practicarla con sus graves consecuencias. Los mentirosos estaban mal vistos y se decía que era fácil pillarlos. Puede que recuerden el dicho 'antes se coge a un mentiroso que a un cojo'. Las cosas ahora parece que han cambiado y la mentira se ha blanqueado llegando a verse a los mentirosos más como espabilados que como malvados.

Lo cierto es que hay mentiras que son absolutamente necesarias para engrasar la vida cotidiana y las relaciones entre las personas. Una buena parte de la cortesía se basa en mentir a los demás. No podemos decir a alguien con quien hablamos que nos desagrada profundamente su halitosis o su mal olor corporal. Ni podemos referirnos como tales a un feo o a un rematadamente tonto. Si lo hiciéramos, se sentirían agredidos con razón.

Es diferente cuando hay confianza suficiente o en las relaciones familiares. Evitando esas mentiras corteses les ayudamos a mejorar, aunque a menudo no se aprecie el gesto. A mí particularmente me critican que no suelo prodigarme en alabanzas sobre lo bien hecho, pero pongo de manifiesto lo que creo que está mal o es mejorable. Siento que tengo la obligación de comportarme así, aunque las tendencias vayan por decir que todo está bien, llamar listo al poco despierto, figurín al obeso e incluso melenas al calvo.

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La hipocresía, que refiere según el diccionario al fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen, inunda muchos de los aspectos de la vida. Lo tremendo es que no es inocua y puede comportar riesgos para muchas personas, que además suelen ser las más débiles. Y se convierte en algo próximo a un crimen cuando la practican poderosas corporaciones o gobiernos.

A lo largo de los años he coincidido con ejecutivos de grandes empresas multinacionales dedicadas a la salud. He visto de primera mano que los intereses económicos suelen primar sobre otros y que la hipocresía es marca de la casa. Les voy a contar un caso que recuerdo por especialmente llamativo. En una gran feria donde se presentaban los nuevos productos tenía una reunión con los jefes de una compañía que había centrado toda su publicidad en el evento en criticar por supuesta ineficiencia un producto nuevo que tenían empresas de la competencia. Sentado sobre uno de los enormes anuncios con ese mensaje y encerrados en una especie de pecera, varios ejecutivos me estaban pidiendo que les ayudara a desarrollar justamente el producto que estaban criticando. Mi ingenuidad me llevó a mencionar la contradicción y me miraron como si yo fuera un extraterrestre, pensando que cómo podía ignorar que lo que se dice y lo que se hace son cosas diferentes y que las ventajas para los pacientes suelen ser secundarias a los intereses empresariales.

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En la política, los hipócritas son legión y auténticos expertos. Sorprendentemente los ciudadanos solemos tragar todo tipo de tropelías sin oponer resistencia y con mínimas críticas. En todas partes cuecen habas, pero la situación española actual va de lo extravagante a lo vergonzante, incluso para los hipócritas más consumados. Con unos resultados electorales condicionados, como ha venido ocurriendo durante décadas, por las minorías localistas, los enjuagues para lograr los votos necesarios en la investidura están siendo un esperpento. Las llamadas a unas supuestas mayorías de 'progreso', que incluyen a los grupos e individuos más retrógrados que tienen como principios la diferencia y la exclusión, causan más que espanto. No sólo por la hipocresía de la situación, sino por el convencimiento de que pasarían por el aro ambos partidos mayoritarios si pudieran. Si añadimos el seguidismo y la aceptación de buena parte de la población y los intentos de crucificar a las pocas voces discrepantes, señaladas como carcas o fascistas, el tufo a podrido llega a cualquier lugar.

El deber cívico es desenmascarar a los hipócritas que con sus acciones causan daños a personas y comunidades.

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