Este domingo se celebran las elecciones al parlamento europeo. Suele ser la 'hermana pobre' de las citas electorales y a menudo los partidos concurren a ... ellas más en clave nacional que continental. En esta ocasión, según las noticias, no sólo ocurre en España sino también en otros países europeos. Así están las cosas, cada cual mirándose el ombligo. Hace ya varios años, en los días previos a unas elecciones generales, compartí con ustedes en estas páginas mi decisión, consciente y meditada, de no votar. Recuerdo haber recibido varias 'reprimendas' a tal artículo por incitar a la abstención. Lo cierto es que las razones que esgrimía entonces siguen siendo tristemente válidas hoy:

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La volatilidad de las propuestas de los partidos, que mutan sin rubor del blanco al negro. Las listas cerradas, que nos hacen comulgar con ruedas de molino aceptando como representantes a gentes sin ninguna preparación. Las reglas de distribución de escaños por las que el valor de los votos es muy diferente dependiendo de donde se emitan. Al menos, estas elecciones europeas se celebran a circunscripción única. Esto ya es algo positivo. Un voto tendrá exactamente el mismo valor se deposite en Oyarzun o en Bullas, por poner un ejemplo. Cierto que las listas siguen siendo cerradas y que las propuestas seguirán siendo maleables, pero aun así en este caso y, a pesar de todo, iré a votar, pensando en el futuro de toda Europa.

Es posible que nuestros afectos europeístas anden bastante disminuidos. Lejos queda el entusiasmo de aquel 1986, cuando nos incorporamos como miembros de pleno derecho en la entonces llamada Comunidad Económica Europea. La larga espera por pertenecer al club europeo llegó a su fin y casi todos nos enamoramos de Europa. Los amores suelen tener fecha de caducidad, y pocos resisten casi cuarenta años. El desgaste del proyecto europeo tiene muchas causas. Hemos aprendido que Europa no nos libra de todos los males posibles. Y especialmente de nosotros mismos, que solemos tener dentro los peores enemigos y somos históricamente propensos al cainismo. No faltan ejemplos tristes. A pesar de abundantes normativas medioambientales, nos arrolló el desastre del Mar Menor y el desierto llama a las puertas de nuestras magras sierras interiores. Las enrevesadas normas comunitarias no han impedido a prófugos de la justicia española pasearse por todos los países vecinos con completa impunidad. No parece existir una postura común europea frente a los enormes desafíos globales a los que nos enfrentamos. Los grandes países europeos siguen actuando por su cuenta en muchas áreas y sólo se acuerdan del resto a su conveniencia. La burocracia bruselense se antoja como una barrera inexpugnable para muchas iniciativas y el reparto de ayudas europeas se parece a menudo a una lotería donde no faltan los trileros.

Mi voto ideal en estas elecciones iría a una opción que crea en un futuro de Europa más integrado

Todo lo anterior podrían ser razones para mantener alejados a los votantes o quizás peor, para animarles a votar a propuestas de 'estilo Chiquilicuatre'. Sin embargo, si miramos sosegadamente veremos que en realidad disfrutamos, en y con Europa, de muchas ventajas que no querríamos poner en riesgo. Y si lo dudan, pregunten a muchos británicos desencantados tras su portazo al continente de hace unos años.

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Mi voto ideal en estas elecciones iría a una opción que crea en un futuro de Europa más integrado. Con mecanismos de decisión coordinados y políticas que permitan un desarrollo independiente y homogéneo. Me temo que esto va a contracorriente, cuando parecen prosperar los discursos más autárquicos y antieuropeístas. Echo de menos no sólo una política exterior y de defensa común, sino también políticas energéticas y de desarrollo industrial coherentes. No parece tener mucho sentido desmantelar en unos países las centrales nucleares y construir otras nuevas centrales en el vecino.

Mi conocimiento de los entresijos comunitarios se limita a la financiación de la investigación científica, un área en la que se mueven muchos cientos de millones de euros. A pesar de haber sido agraciado con varios proyectos millonarios que han jugado un papel fundamental para el desarrollo de nuestros laboratorios aquí, mi sensación siempre ha sido agridulce. La tasa de éxito de los científicos periféricos, como los españoles, es baja y el talento, motor para llegar a un futuro mejor, se sigue concentrando en las zonas más privilegiadas del continente. La labor de Europa en esta y otras áreas debería ser crear las bases para que en cada uno de los países y regiones puedan florecer equipos humanos de calidad. Seguir enamorados de Europa pasa necesariamente por dar oportunidades para crecer, pensar e innovar a sus jóvenes.

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