Aprovecho que me toca columna el día de la fiesta nacional, y que estoy a más de 10.000 km de distancia, lo que me ... da cierta perspectiva, para reflexionar en voz alta sobre España. Lo cierto es que ser español, como de cualquier otro lugar, tiene poco mérito. No elegimos a la madre, ni donde nacemos. Pero, de igual manera que nuestra vida queda marcada por los padres, también lo hace por el país que nos toca en suerte. Y la mayoría tendemos a quererlo, cada uno a su manera, claro está. Mi sentimiento patriótico tiene más que ver con la admiración a gentes de aquí, con el territorio y los paisajes, y no tanto con símbolos ni ideas excluyentes. También me lleva a ser crítico con lo que no funciona y con lo que creo que se hace mal poniendo en riesgo el futuro de todos, pero en especial el de los jóvenes, que son los que lo tienen asegurado más tiempo.
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La broma del título me sirve para mostrar que somos un país que vive en una cierta esquizofrenia. Ya saben, un sinvivir más o menos constante, a pesar de llevar juntos, las gentes y los territorios, durante siglos. Es cierto que en todas partes cuecen habas, y no somos los únicos con problemas territoriales, pero sí probablemente seamos los que los llevemos arrastrándolos más tiempo. En algunas regiones, que curiosamente son de las más ricas por haber sido favorecidas por regímenes y partidos de todo signo, existen ciudadanos, y políticos, que les azuzan, que reniegan de ser españoles, a pesar de llevar el carné en el bolsillo y compartir con los demás mucho más de lo que ellos mismos creen. Esto no dejaría de ser una anécdota si no fuera por lo que ha supuesto. Una influencia sobredimensionada de las minorías localistas y una distorsión permanente de España. Leí hace años en algún sitio la maldad, quizás sin fundamento, de que las potencias europeas habrían espoleado y animado los separatismos en España para lastrarnos y evitar así un desarrollo excesivo que pudiera hacerles la competencia, al tenernos entretenidos con peleas internas. Si esto fue así, como suele ocurrir cuando se juega a brujos, se les fue de las manos. Desde cientos de asesinatos, afortunadamente acabados, a discriminaciones, todavía bien presentes, han dejado una convivencia ciertamente anómala y trastocada.
La integración en Europa, que tanto nos ha ayudado en otros aspectos, no ha servido para superar este asunto, y puede que haya contribuido a avivarlo al no quedar muy claro cuál es la estructura que se quiere tener en el continente, con muchas naciones de tamaño menor que nuestras regiones. Y el comportamiento ambiguo y poco solidario de algunos países europeos, que tienen una curiosa idea de lo que significa ser socios, tampoco nos ha ayudado. Tristemente, el riesgo de una balcanización de España existe. No olvidemos nuestra violenta historia de taifas y seamos conscientes de que los conflictos bélicos ocurren hoy mismo a las puertas de Europa.
Pero más allá del manido asunto territorial, hay otros que deberían ser los importantes y suelen quedar apantallados. Por ejemplo, el estancamiento del país tras décadas progresando, que yo encuentro ligado a la actual falta de ambición. España no mejora, mientras que sí lo hacen otros países. La baja competitividad y el conformismo parecen haberse convertido en señas de identidad. La situación casi moribunda de la enseñanza en todos sus niveles sólo hace presagiar que el estancamiento se convertirá pronto en retroceso. Hay señales de alarma a las que nadie parece hacer caso. El número creciente de jóvenes analfabetos funcionales o la degradación de la profesión de maestro son algunas de ellas. En un país donde todo el mundo quiere ser funcionario no se cubren las plazas de maestros interinos en varias ciudades, simplemente porque los sueldos no dan para vivir allí, ni siquiera en un piso compartido.
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Un país, por otro lado, con unas élites económicas tradicionalmente mediocres, extractivas, y en no pocos casos, horteras. Cuando hace años hice una pequeña donación para becas a raíz de un premio que había recibido, me preguntaban en una entrevista por qué creía que los ricos españoles, salvo excepciones, no quieren devolver a la sociedad de manera eficiente una mínima parte de lo ganado. Y una clase política preocupada por la inmediatez, enzarzada en luchas cainitas, y entre la que no se vislumbra nadie que sepa llevar el timón con dirección e ideas claras.
Pese a todos estos nubarrones, les deseo un feliz 12 de octubre.
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