Una de las particularidades de la vida es que nadie la puede vivir por nosotros. Esta es, obviamente, una afirmación de Perogrullo, pero que a ... menudo olvidamos tanto para nosotros como para los demás. Quizás esto ocurre todavía más cuando tratamos de influir en los hijos u otros jóvenes allegados. Cuán a menudo sucede que pretendemos que hagan lo que a nosotros nos hubiera gustado hacer y no hicimos. Qué común frustración es ver a los hijos hacer lo contrario de lo que pensábamos que les habíamos inculcado.

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Ser padres es tan complicado como lo es la vida misma, dentro de la simplicidad del asunto y sabiendo el ingente número de los que nos han precedido en la tarea y se las apañaron. Viene todo esto a cuento porque en viajes recientes he coincidido con personas que me han hablado de sus cuitas con los hijos. Aunque el asunto es obviamente universal, cada historia tenía sus ciertas peculiaridades por el lugar y su cultura. En uno de los casos, un amigo parisino que militó desde su juventud en la izquierda radical y ha llevado una vida bastante acorde con su ideología, me hablaba con angustia de su hija, ya treintañera, que se había convertido en una figura relevante de un partido ultraderechista. No estoy seguro de si por las diferencias ideológicas o por otras razones añadidas, los padres habían perdido todo el contacto con su hija. Me confesaron con pesadumbre que lo único que sabían de ella era por las noticias que la mencionaban, que muy probablemente seguían a escondidas. La desazón era tal que en las varias horas que duró nuestra conversación, los padres volvían en bucle a los posibles errores que habían cometido con ella en los años de la infancia o primera juventud, repasando todo lo que debían haber hecho mal para haber llegado a este punto. No me quedó muy claro si la separación era debida a la militancia política, que no podían soportar, o a un cúmulo de otros desencuentros.

En otro caso, esta vez en California, la situación había tenido un final dramático. Se trataba de un hijo, extremadamente brillante, que había emprendido con mucho éxito una carrera académica en la misma área de trabajo que su madre, una reputada profesora de universidad. El orgullo por sentir al hijo triunfador en el mismo territorio en que uno se mueve es muy comprensible. Yo recordaba haber visto a la madre presumiendo del hijo por las salas de conferencias y congresos, alardeando de su buena suerte, y de lo acertada que había sido su educación y guía. Todo se truncó hace poco más de un año, cuando el hijo se suicidó. Sin explicaciones, ni razones aparentes dejó a los padres sumidos en un estado de abatimiento del que es posible no consigan nunca salir. ¿Habían hecho algo mal? ¿Qué les había pasado desapercibido durante mucho tiempo o que no habían querido ver? ¿Tenían alguna parte de responsabilidad en el triste e inesperado final? ¿Es posible que, después de todo, hubieran preferido tener a un hijo mal estudiante, e incluso gandul, pero que siguiera vivo?

Había visto a la madre presumiendo del hijo, pero todo se truncó cuando el hijo se suicidó

En ambas conversaciones recuerdo que me comporté como un espectador sin dar mi opinión. Pero mi visión de este espinoso tema de las relaciones con los hijos bascula entre el realismo y la conciliación. Teniendo muy claro desde que son bebés que los hijos harán lo que decidan hacer a pesar nuestro. Y que, por encima de todas las cuestiones, si prima el amor y la dedicación, se podrán arreglar la mayoría de los desencuentros que vayan surgiendo. Una enseñanza útil es nunca decir taxativamente 'de esta agua no beberé'. La vida está llena de renuncias y de cambios de opinión, así que la flexibilidad para aceptar cualquier cosa que acontezca es una herramienta que conviene tener bien engrasada para nosotros mismos y para enseñar a los hijos.

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Aquellos que han querido aplicar la frase a rajatabla suelen ser los que acaban como los padres de mis dos historias. Sólo tienen que mirar a su alrededor y probablemente los reconocen. Los lectores más mayores recordarán que las familias más franquistas produjeron a muchos de los jóvenes militantes en la izquierda. Y no tendrán que ir muy lejos para pensar en el caso del racista recalcitrante que acaba con un yerno negro o del homófobo declarado que no asiste con amargura a la ceremonia del matrimonio homosexual del hijo. Así que es preferible que estén dispuestos a beber cualquier agua, aunque sea de litines.

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