La semana pasada este periódico organizó un acto sobre el talento investigador, al que amablemente me invitaron a participar junto a otros colegas. La cita ... era oportuna y me sirvió para reflexionar sobre cómo atraer y retener a las personas más válidas. En general, y no sólo en el campo de la investigación, se trata de saber quedarse con los más listos y aplicados.
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De momento, y mientras no se demuestre lo contrario, en todas las empresas humanas el secreto del éxito son las personas. Los equipos que cuentan con los mejores en diversas áreas son los que se llevan el gato al agua. Por eso, hay una competición global por formar, atraer y mantener a los que destacan en cada faceta. Es un buen ejercicio hacer la reflexión de que hacemos, y sobre todo que podemos hacer, en nuestra casa en este asunto. Mi sensación es que hacemos realmente poco, o al menos mucho menos que en otros lugares o en otros ámbitos.
El deporte, y en especial el fútbol, es una de las actividades donde casi todo el mundo parece estar de acuerdo en el procedimiento. Tener escuelas en las que formar a los jóvenes, mantener en el equipo a los mejores propios y comprar a los de los demás cuando sea posible. Nadie se escandaliza por los precios o los sueldos que se pagan, sobre todo si ganan los partidos. El mecanismo es relativamente simple. El montante de la recompensa ofrecida en relación con la valía objetiva, en un mercado más o menos libre, condiciona quien se queda con quien.
Las cosas no son muy diferentes en la ciencia y la tecnología. Las instituciones y las empresas más punteras ofrecen los mejores sueldos y otras series de ventajas. Además, por supuesto, tienen el intangible de su marca. No sería extraño que hubiera quien quisiera pagar por decir que está en la Universidad de Harvard, de igual manera que muchos futbolistas sueñan con jugar en el Real Madrid. Pero, además de los líderes absolutos, hay una gama de instituciones que también son muy buenas, o que quieren serlo, que andan a la caza del talento. Al igual que en el fútbol, la recompensa son los salarios y unas estupendas condiciones para desarrollar el trabajo. El precio a pagar por los que emigran es que pueden ser países con relativos pocos atractivos y requieren un cambio de vida muy importante. En todos los casos, la competencia es muy fuerte y los requerimientos de dedicación y esfuerzo normalmente no tienen límite. Muchos científicos españoles, jóvenes y no tan jóvenes, han emprendido estas aventuras con la idea de que su futuro, y el de sus familias, será mejor. Otros siguen aquí, probablemente por motivos diversos que vayan desde la presión del entorno familiar a un cierto quijotismo, pensando que en España podrán alcanzar las mismas altas cotas de excelencia, aunque sea sin salir de pobres.
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Merece la pena analizar qué ofrece nuestro sistema. Tenemos, por supuesto, la materia prima. Un porcentaje similar al de otras latitudes de jóvenes brillantes. Y todavía, y a pesar de la degradación, un sistema de formación que genera buenos especialistas en muchas áreas del saber y el conocimiento. El eslabón más débil es el largo e incierto proceso de estabilización en las universidades y centros de investigación, que deriva en muchos años de incertidumbre con una economía precaria. No todos están dispuestos a aguantar esto, y si no se deciden a emigrar, cambian de dedicación, en muchos casos derivando a empleos para los que están sobrecualificados. En el feliz caso de alcanzar puestos permanentes, en muchos casos con la cuarentena ya bien avanzada, los sueldos siguen siendo muy bajos. Podríamos hablar de que hemos llegado en España a una 'proletarización' de los científicos que siguen en la brecha con enorme voluntarismo, pero con una baja eficiencia para el país en su conjunto.
Cuando se valora poco la ciencia propia, no parece muy extraño que se pague mal a sus científicos. Cierto que esta no es una situación muy diferente a otras profesiones de funcionarios, como los médicos o los jueces. Y que la uniformidad de los sueldos, el famoso café para todos, aunque sea aguachirri, hace muy difícil incentivar a los mejores.
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La solución para atraer y retener el talento es bastante obvia: pagarlo. Si no estamos dispuestos, el drenaje será continuo y las pérdidas, mayores. Reformulando una famosa frase, si alguien pensaba que los listos son caros, ya verán lo que cuestan los tontos.
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