Por primera vez después de años disfrutando como articulista en nuestro querido periódico, tengo un dilema: por un lado, creo que debo dedicar mi colaboración ... a las elecciones catalanas; de otro, es tal el empacho y aburrimiento de tanto 'procés' que tentado estoy de pasar del asunto y escribir de cualquier otra cosa. Elijo cumplir con el deber.
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De 'efecto Illa', nada: el aumento de votos y escaños que ha tenido el PSC se debe a que un montón de votantes de Ciudadanos pensaron, erróneamente, que los socialistas eran el freno adecuado al desastroso Gobierno de los independentistas; con o sin el exministro, el resultado hubiera sido igual.
Don Sánchez y don Iván tenían un plan A: que la suma de PSC y Podemos, tal vez con la abstención de ERC, les diera el Gobierno. No ha podido ser, Podemos se ha estancado y el PSC no ha tenido el resultado apoteósico esperado. Intentarán poner en marcha el plan B: una vez que Junqueras y Puigdemont, que se odian descriptiblemente, certifiquen que no es posible llegar a un acuerdo para gobernar, y pidan elecciones en julio, don Illa saldrá a la palestra y, con la excusa de la estabilidad y gobernabilidad, dará los votos para que ERC gobierne Cataluña, a cambio de garantizar el apoyo a don Sánchez durante toda la legislatura. Pero este plan puede fallar si los independentistas de derechas decidieran olvidar agravios y unirse con los de izquierdas para seguir dueños de la gran masía, ordeñando lo poco que quede de la teta catalana, compensando con la leche que les mande don Sánchez desde Madrid. ¿Cuál sería entonces el papel de don Illa? El de siempre, el de inútil, aunque educada, comparsa.
Menudo batacazo el de Ciudadanos. No se puede estar permanentemente en la transversalidad, y lo de ofrecer a don Illa apoyo, después del bofetón de don Sánchez a esa misma propuesta, no es de recibo. Doña Inés se empeña en mantenerse; da igual, con o sin ella el futuro del partido es totalmente predecible. En cuanto al PP, si no es por la categoría personal de su candidato desaparece del mapa, como le pasó al partido de Artur Mas. La campaña ha sido un verdadero desastre por parte de don Casado y, aunque quieran hacer culpable a Bárcenas, no se libran, más temprano que tarde, de perder la cabeza, primero la del escudero don Teo para intentar salvar la de don Casado, pero el sacrificio será en vano: con ese líder tan gris no ganan una sola elección. Bien por Vox, sus once escaños son el premio a la coherencia en el mensaje de lucha frontal contra el independentismo, sin componendas ni tapujos; su pica en Flandes al obtener diputados por Lérida y Gerona –nunca lo consiguió el PP–, lo convierten en un referente indiscutible de la derecha española.
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Que triunfe el independentismo a nadie le debe extrañar: cuarenta años machacando en las escuelas y medios de comunicación con el odio a esa España que les roba, y proclamando las grandes ventajas de la independencia, han dado fruto. Eso se sabía y ningún gobierno del PP o del PSOE puso remedio. Lo raro es que catalanes que no quieren independizarse, ni el Gobierno de los independentistas, se hayan quedado en casa, provocando el triunfo precisamente de ellos. Y lo que es peor, que muchos compatriotas dispuestos a seguir apoyando su lucha por la unidad de España piensen en bajar la guardia porque, si los más afectados no son capaces de pelear por su futuro, ¿por qué lo van a hacer ellos?
No nos engañemos: los líderes independentistas no quieren la independencia, prefieren vivir en el chantaje permanente a gobiernos débiles que necesitan de sus votos en Madrid, gastando a manos llenas y nosotros corriendo con el pago. Me gusta el mus y en algún momento habría que ver el órdago a la grande que los del 'procés' están echando permanentemente, pero, ¿qué pasaría si desde este lado de la mesa les dijéramos: vemos esas cartas, ahí os quedáis, con vuestros sueldos y prebendas, las mamandurrias, TV3, vuestros excesos y juergas que, a partir de ahora, corren por vuestra cuenta? Si tienen memoria histórica sabrán que ya les pasó una vez: en el diecisiete, en tiempos de Felipe IV, la Junta de Brazos decidió entregar Cataluña al monarca francés que pasó a ser conde de Barcelona. La aventura poco duró: regresaron con el rabo entre las piernas, suplicando a esa España odiada el perdón y el cobijo.
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