Ómicron y el poder del miedo
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Como los niños, somos fácilmente asustadizos y solo obedecemos mediante el discurso del miedo y no desde la autoconciencia y la reflexiónMAPAS SIN MUNDO ·
Como los niños, somos fácilmente asustadizos y solo obedecemos mediante el discurso del miedo y no desde la autoconciencia y la reflexiónLa pandemia alimenta el miedo. Pero el miedo también alimenta a la pandemia. La detección de una nueva variante de la Covid-19 –Ómicron– ha ... desatado un nuevo contexto de pánico entre la población mundial. Instituciones, gobiernos y medios de comunicación se han aliado para –siguiendo la terminología de Foucault– activar eficaces «tecnologías de poder» que no tienen otro objeto que ampliar su autoridad mediante el amedrentamiento del ciudadano. Desde el mismo momento en que la OMS alertó del descubrimiento de una nueva cepa del virus –potencialmente más contagiosa y resistente a las vacunas–, el histerismo se propaló a escala planetaria y las reacciones no tardaron en precipitarse: cierre de fronteras, racismo contra todo lo africano, titulares de prensa, radio y televisión inflamados hasta lo demencial. El mal ya estaba hecho: poco importaba que la doctora surafricana que alertó de la nueva cepa, Angeline Coetzee, informase de que todos los contagiados por Ómicron presentaban cuadros leves; que la OMS, consciente de que una vez más había fallado en su estrategia de comunicación, recriminase a la comunidad internacional las medidas discriminatorias adoptadas contra Sudáfrica; y de que, pocos días después de la proclamación oficial del Apocalipsis, científicos surafricanos trasladasen que las vacunas actuales se bastaban para evitar los cuadros graves en los pacientes afectados por Ómicron.
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A todo esto, hay que sumar la intervención oportunista de aquella 'ciencia de titulares' –que poco tiene que ver con la verdadera ciencia, aquella que aporta soluciones y salva vidas–. Un diario de tirada nacional reproducía hace unos días, y en forma de gran titular, las palabras de un especialista en las que se avisaba del riesgo de volver a la misma situación que 2020. Esto es lo que Miguel Ángel Reinoso –cuyo perfil de Twitter constituye el mejor espacio para conocer la realidad diaria de la pandemia– denomina «terrorismo informativo». De hecho, en un excelente reportaje publicado por Antonio Gil Ballesta, en LA VERDAD, se demostraba cómo, con el mismo nivel de incidencia, los ingresos, en la Región de Murcia, se producían a un ritmo cuatro veces menor con respecto al mismo periodo de 2020, mientras que los fallecimientos han descendido notablemente, y se producen a un ritmo nueve veces menor que hace un año. ¿De verdad que estamos igual? ¿A qué estamos jugando? ¿De lo que se trataba no era de evitar el colapso de los hospitales? Esto ya está ocurriendo, y es gracias a las vacunas. ¿Hasta cuándo vamos a estar contando el número de contagios diarios como si evitarlos –aún en sus formas leves– fuera el objetivo final de las medidas tomadas?
Como afirma David L. Altheide, el miedo permea la vida pública y privada de cada ciudadano. Las investigaciones realizadas por este autor arrojaron que, en la década comprendida entre 1993 y 2003, los titulares elaborados a partir del discurso del miedo crecieron en un 150%. A falta de estudios que proyecten luz sobre el comportamiento de los medios de comunicación durante la pandemia, es fácil suponer que los 'titulares del miedo' habrán crecido en varios centenares de puntos y que, de una manera predominante, el papel de los medios –con las evidentes excepciones– ha sido no tanto el de informar objetivamente cuanto el de «promover un sentido de desorden y una creencia de que las cosas están fuera de control».
En este sentido, Nöel Um –profesor del Departamento de Antropología de la Columbia University– ha denunciado la forma en que las 'tecnologías de poder' actuales pretenden controlar, en pleno periodo pandémico, a la población, a través de un vocabulario específico, estadísticas, categorías y datos, gestionados con un sesgo claramente interesado. El miedo –y no la economía– es el auténtico fundamento del neocapitalismo. De alguna manera, la globalización ha llevado a su último extremo aquella teoría de Hobbes de que es el miedo el encargado de crear contratos sociales capaces de mitigar la incertidumbre. En la actualidad, no se puede concebir ninguna forma de sociedad que no esté regulada por el miedo. De hecho, y matizando todavía más, el concepto de 'Estado del bienestar' ha sido fagocitado por el sentimiento de miedo, hasta el punto de resultar ya indiferenciables. Hemos llegado a interiorizar que una sociedad es tanto más civilizada cuanto mayor miedo demuestra; idea esta que no puede resultar más demencial. Declara Martha Nussbaum que el miedo es un síntoma de irracionalidad y que, como tal, se encuentra en las antípodas de una sociedad madura. De acuerdo con esto, la sociedad como proyecto de convivencia en libertad ha experimentado una preocupante regresión infantil. Como los niños, somos fácilmente asustadizos y solo obedecemos mediante el discurso del miedo y no desde la autoconciencia y la reflexión. Me preocupa el modo en que la gestión de la pandemia basada en la estrategia del miedo está siendo normalizada por las 'tecnologías de poder', de modo que ya no forma parte de las medidas de urgencia de un contexto excepcional, sino de una cultura de la gobernanza y de la información totalmente asentada y que ha venido para quedarse.
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