La sociedad en que vivimos propicia, en orden a intereses económicos, políticos y de poder, ciertas asechanzas que conspiran para la confusión, el despiste y ... la manipulación. Uno de los campos donde se impone esa confusión es el de los signos externos que definen maneras de pensar, tendencias sociológicas, pertenencias a religiones y partidos políticos o, simplemente, formas de ver la vida. Hay signos externos claros: a un individuo con casco, traje ignífugo, una manguera y un hacha lo identificamos de inmediato como bombero. Pero hay signos más sutiles que conviene tener claros para evitar la confusión en un tiempo de confusiones, pues observamos que intereses espurios se confabulan para reinterpretar en beneficio propio signos ya establecidos, otorgándoles una nueva significación que sirva a intereses, generalmente económicos.
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Tales intereses amenazan estos días la palabra libertad, tan luminosa, tan esperanzadora, tan frágil, un hermoso símbolo que sirvió tras la Revolución Francesa como lema redentor de pueblos y mentes oprimidos. Sin embargo, los telediarios muestran a gentes de todo el mundo, en los extremos del mapa ideológico, gritar ¡libertad! en manifestaciones contra gobiernos legítimos y causas razonablemente nobles. La palabra libertad, cuyo uso parecía estar reservado únicamente a los oprimidos de todo tiempo y lugar, a los esquilmados por dictaduras y oligarquías, ha sido usurpada por unos pocos instalados en el Sistema en contra de los intereses legítimos del resto de la población. Si esta utilización tramposa de la palabra libertad prospera, se habrá dado la puntilla a un antiguo y esperanzador sueño de rechazo contra todo tipo de dictaduras políticas, económicas y sociales.
En la pasada campaña presidencial de USA vimos a seguidores del presidente derrocado por los votos levantando el puño, ese símbolo de rabia y rebeldía nacido de proletarios y parias de toda condición. El puño levantado, utilizado actualmente por furiosos radicales de izquierdas pero también de derechas, quedará reducido a la inoperancia si fuerzas sociales de signo contrario lo utilizan en mítines y manifestaciones.
En el ámbito social, la imagen de la gente pobre y desasistida, la de personas marginales golpeadas por inesperados e injustos vaivenes de la existencia, iba asociada a una vestimenta hecha jirones, a prendas arrugadas, a rostros sin afeitar y desgreñados, al uso de calzado agujereado y sucio. Hoy, las tendencias de la moda quieren convencernos de que 'la arruga es bella' y de que las ropas excesivamente planchadas y pulcras permiten sospechar que sus portadores viven fuera de la modernidad y son pobres diablos que desconocen el 'glamour' de la moda y el gusto por lo 'fashion'. Por su parte, esos pobres vergonzantes, caídos, por directrices del dios Mercado, desde las dulcedumbres del bienestar directamente a la pobreza, intentan evitar que amigos, familiares y vecinos descubran su ingreso en la nueva clase social del precariado, por lo que se visten a la manera que antaño se entendía como 'decente'. Una excelente película inglesa, cuyo nombre no recuerdo, trata con notable acierto este tema.
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Por el contrario, numerosas celebridades de la burguesía instalada (presentadores de televisión, futbolistas multimillonarios, iconos de la moda, cantantes y gentes del espectáculo) aparecen en público con barba de varios días, la pelambre revuelta o esquilada, zapatillas sucias, vaqueros estratégicamente rotos y decolorados, cazadoras manchadas y otros aditamentos que les hacen aparentar, mintiendo, lo que no son: pobres de solemnidad. De modo que los precarios se visten como si no lo fueran y los acomodados se disfrazan de pobres. Días atrás, una revista mostraba a la Princesa Leonor con una chaqueta de espiguilla, prenda que parecía extraída del ropero de su abuelo y dos tallas más grande que la suya. Se ha convertido en una moda pasajera que los 'pijos' imitan. El mundo al revés.
El asunto viene de lejos. El símbolo de la cruz, cuyo significado remite a la paz y la concordia, ha sido utilizado en innumerables y sangrientas guerras entre semejantes. En otro ámbito, la foto del Che Guevara fue un icono revolucionario. De vida azarosa, comprometida con movimientos sociales de la izquierda planetaria, nutrió de épica numerosas revoluciones en los países hispanoamericanos, convirtiéndose en guía para las corrientes de izquierda europeas a partir de los años sesenta. Su imagen, captada por el cubano Korda, donde lucía pelo largo y una boina negra con una estrella roja, se convirtió en icono. No había joven contestatario que no colgara en su habitación un póster del líder revolucionario. Hoy, el Sistema se la ha apropiado, convirtiéndola en objeto de consumo, ya despojada de connotaciones sociopolíticas. Actualmente se vende, estampada en camisetas de todo pelaje, junto al toro negro de fieltro, la bailarina con bata de lunares, la reproducción de la sirena de Copenhague o la Torre Eiffel en todas las tiendas europeas para turistas. El lamentable ocaso de tantos signos.
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