El más que aceptado programa de actos estivales, para hacer más llevaderas las noches del verano capitalinas y de su área metropolitana, inaugurado en julio de 2019 por el equipo de gobierno municipal que lideraba José Ballesta, con la artista estadounidense Madeleine Peyroux, a cuya ... actuación siguió la de la española Ana Belén y las de Quique López y los humoristas Faemino y Cansado, en los jardines del Malecón (de ahí su nombre); que este año amplía su espacio con la apertura de un segundo escenario en el estadio Enrique Roca, tiene su antecedente temporal en otro programa de divertimento veraniego nocturno, al que asistían nuestros abuelos y bisabuelos hace un siglo, y que entre la sociedad de la época se denominaba Las Noches de la Glorieta.
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Uno y otro, con cien años por medio, tuvieron y tienen como fin común la oferta pública de entretenimiento nocturno, tras las tórridas tardes del estío murciano, en que el calor invitaba a los habitantes de pueblos y ciudades a abandonar el interior de sus domicilios (cuando ni se intuía la televisión ni el aire acondicionado), y buscar en las tertulias callejeras, o en lugares públicos, el relax necesario para poder conciliar el sueño cuando los edificios se enfriaban tras la puesta del sol y el largo crepúsculo.
Las Noches de la Glorieta no sé quién las inventó, ni cuándo. Sin embargo tenían su encanto entre las preferencias de los murcianos durante los primeros años veinte del pasado siglo.
A partir de la fiesta del Corpus Cristi, o la inmediata de S. Antonio, se entoldaban las principales calles del centro urbano, y la Glorieta se iluminaba por las noches con abundancia de bombillas (bugías, o peras se decía entonces), invitando a la población a sentarse en las sillas que el Ayuntamiento ofrecía a muy módico precio, a escuchar las canciones de moda, interpretadas generalmente por la banda de música de la Misericordia.
En 1921, ahora hace cien años, el alcalde José Pérez Mateos (médico también, como Ballesta), se atrasó en dar comienzo a Las Noches de la Glorieta, y desde las páginas del desaparecido diario 'El Liberal', un anónimo reportero se quejó amargamente de que el día anterior (festividad de S. Antonio de Padua), el público que se dirigió a la Glorieta para gozar de la iluminación, la música y el encuentro con familiares y amigos, se había encontrado con aquel céntrico espacio solo iluminado por los faroles de siempre, sin sillas para sentarse y sin música para el deleite de los sentidos. La denuncia pública del reportero de 'El Liberal' no fue desoída por el Ayuntamiento y el propio alcalde, dos días después, anunciaba que esa misma noche, todo volvería a la normalidad de años atrás. Que se iluminaría la Glorieta con 6 o 7 focos de luz de 300 bugías cada uno, y habría servicio de sillas en el que colaborarían los niños de la Misericordia. Así fue y siguió siendo en adelante, como se veía haciendo tiempo atrás, rivalizando con las verbenas populares organizadas en los distintos barrios y calles, como las de S. Antonio (el 13 de junio), San Cristóbal (el 10 de julio) y el Carmen, pocos días después.
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Hoy, un siglo después, a nadie se le ocurriría destacar, como atractivo de Las Noches de la Glorieta, la contemplación de los encantos de las mujeres murcianas, ataviadas según la moda de la época, algunas de las cuales se atrevían a bailar melodías relacionadas con el tango y el charlestón, tan en boga entonces. Sin embargo, esa publicidad de corte femenino, hoy quizás no estuviera bien vista por ciertos sectores feministas.
Las Noches del Malecón han sucedido en el tiempo a Las Noches de la Glorieta. Ambos en espacios urbanos muy cercanos entre sí, junto al cauce del río Segura; con el único fin de servir de atractivo social a la población que no partía, ni parte, a lugares más frescos durante el siempre tórrido estío murciano.
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