Los medios de comunicación se hacen eco, prácticamente cada semana, de una paliza propinada a un joven que se debate entre la vida y la muerte en cuidados intensivos de algún hospital. La última corre por las redes en un vídeo escalofriante en el que ... un muchacho yace malherido mientras uno de sus agresores le revisa los bolsillos por si lleva móvil. El escenario, un parque atiborrado de jóvenes anestesiados o excitados por el alcohol.

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Digo yo que antes de que incorporemos a nuestra rutina esta barbaridad, por su escandalosa frecuencia, deberíamos detenernos a reflexionar sobre si hacemos lo suficiente cada uno de nosotros por conquistar el premio gordo de esta sociedad, que es el respeto. Me gusta escuchar esas espontáneas tertulias de café que son casi siempre un reflejo de lo que ocurre mejor que las encuestas de Tezanos. El método, más bien evasivo, empieza generalmente por el triste argumento de que esto ha pasado siempre, añadiendo la coletilla de que no puede evitarse, pero resaltando lo que hay de estremecedor en ello. Es decir, nadar y guardar la ropa. Son frases casposas que evitan la controversia buscando una equidistancia demasiado frecuente en estos tiempos, y tan dañina. Esta formación individual y poco solidaria nos ofrece un catálogo de vaguedades para salir del paso manteniendo una cierta dignidad. Es el lenguaje vacío, la falta de compromiso, el temor a la intervención, a ser diferente, a desafiar al rebaño...

Pero las noches de muchos jóvenes sangran, y los policías empiezan a temer esa violencia desmedida que expresan cuando se van a imponer unas normas. Por eso me gusta cuando Macron da un puñetazo en la mesa y se lo pone difícil a los negacionistas, o el lehendakari Iñigo Urkullu manifiesta que la agresión a un joven en Amorebieta «supera cualquier límite tolerable». Decía Isaac Asimov que la violencia es el último recurso del incompetente, y podríamos completarlo diciendo que esta se produce por falta de educación y respeto. Quizás lo malo esté en el término 'tolerable' que, como el dolor, adolece de una escala de valoración subjetiva.

El botellón, aunque parezca mentira está prohibido pero sigue haciéndose, porque quizá sea tolerable que los jóvenes busquen cauces a sus imperantes desafíos, y por la mañana, los servicios de limpieza encuentran un panorama intolerable para la sociedad que presumimos ser. La verdad es que la violencia es o debiera ser intolerable, pero va montada en un tren que para cuando quiere, y se le debería dar una respuesta disuasoria y contundente. A ver qué pasa con esos menores que se toman lo tolerable con un chupito de vodka y sin respeto por la vida.

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