Poner en el mismo rótulo ambos términos parece un binomio imposible, quizá un artefacto para captar la atención. Sin embargo, la relación entre el tenista y esa palabra tabú –al menos en España– es íntima, una convivencia en armonía y respeto que dura largo tiempo. ... Veamos.

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Desde que en 2005, con diecinueve años, ganó su primer Grand Slam hasta la actualidad, cuando con 20 títulos –por ahora– del máximo rango es considerado, junto a Federer, uno de los dos mejores tenistas de la historia y el mejor deportista español de todos los tiempos, la carrera de Rafael Nadal agota todos los calificativos referidos a mérito, esfuerzo, gesta y superación; alguno incluso situándolo a nivel sobrehumano, como aquel de 'dios en la tierra' tras ganar en octubre su decimotercer Roland Garros sobre la arcilla de París. Una mirada a su biografía en la Wikipedia revela cifras mareantes, una colección de récords de la cual solo voy a extraer uno: cuenta con el mejor rendimiento de la historia del tenis, con un 83% de victorias, lo que significa que de cada seis partidos pierde uno. El más reciente, este miércoles 17 en cuartos del Open de Australia.

Pese a esta deslumbrante apariencia, en su trayectoria de deportista de éxito ha anidado con fuerza el fracaso. Durante sus dieciséis años como profesional ha sufrido 24 lesiones distintas, la más grave aquella que hace un lustro le obligó a permanecer más de una temporada retirado de las canchas, por lo que a su regreso, con treinta años cumplidos, se le daba por «desahuciado» para la alta competición; casi nadie apostaba ya por que se prolongase su carrera triunfal. No obstante, ajeno a esos malos augurios, demostrando una resistencia –y resiliencia– mental comparable a la física, regresó para ganar más torneos, sumando varios nuevos títulos de Grand Slam.

Al perder algún partido le escuché esta frase detrás de una sonrisa: «Si no pierdes, no disfrutas igual de las victorias». Ahí está la rentabilización del fracaso, una lección sencilla y eficaz de inteligencia emocional. La psicóloga Iciar Eraña resume así su productiva actitud: «Criado en los valores de la disciplina y de no buscar excusas, Rafa es de esas pocas personas que saben gestionar la frustración y el fracaso».

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El de Nadal es por todo esto un modelo que no falta en los cursos que desde 2015 organizamos en la Universidad Internacional del Mar y el CEEIM –y en charlas-taller para otras entidades– sobre la gestión del fracaso, cuyas propuestas han sido publicadas en un reciente libro coordinado junto al profesor Pedro-Juan Martín, un manual práctico para el cual han aportado también sus valiosas enseñanzas otros profesionales de un grupo transversal –procedente de la psicología, la medicina, la empresa y la abogacía– coloquialmente denominado 'fracasólogos/as', ya que tratamos de explicar el fracaso como una fase natural y a menudo necesaria del aprendizaje, alejándolo del carácter traumático y depresivo que suele revestir en esta sociedad, narcotizada por la engañosa 'cultura del éxito'. Asimilar sin complejos el error y el fracaso supone la formación en otro valor que debemos trasladar al sistema educativo desde edades tempranas.

Devolviendo la pelota a mi tocayo, siempre me ha impresionado su reacción cuando gana un partido, sea el que sea, incluso los alejados de una final importante: la raqueta al aire y su cuerpo al suelo, como si fuese la primera victoria de su vida. Y después la modestia y el afecto al despedirse de su contrincante, con palabras de respeto y aliento, o aquel emotivo gesto hacia la niña a la que pegó un involuntario pelotazo en el Open australiano de 2020. Un gesto entre tantos que definen su además enorme dimensión humana, de la cual es reflejo la Fundación Rafa Nadal, que desde hace diez años ayuda mediante el deporte a la integración social de menores vulnerables en España y la India.

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Federer y Nadal leyeron el famoso poema 'If' (Si) de Rudyard Kipling antes de la épica final de 2008 entre ambos en Wimbledon –considerado el mejor partido de la historia–, dos de cuyos versos aparecen pintados sobre la entrada a la pista central del torneo londinense: «Si puedes encontrarte con el éxito y el fracaso / y tratar a esos dos impostores de la misma manera...». Tratarlos, en fin, al británico estilo, con indiferencia, sin excitarse ni padecer por ellos.

Recordando siempre aquello de que una veces se gana y otras en cambio... se aprende.

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