Faustino se despertó a mitad de la noche. Sabía que eran sus últimos momentos en la tierra. Salió a la terraza. La Alberca mantenía un ... silencio verde y contenido en esas horas sin coordenadas en que los pájaros aún no empiezan su cháchara. Sacó un cigarro, lo encendió y escribió un poema en una cuartilla. Luego volvió a la cama. Y se fue sin ruido. Unos días después Paqui, su pareja, encontró la cuartilla en el cajón de la ropa.

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Cuando Carolina y yo estábamos en la Facultad lanzamos una revista con la ayuda de algunos compañeros de clase, se llamaba 'Cavecanem'. Faustino era amigo de Paco, el padre de Carolina, que nos presentó. No teníamos un duro, así que la hacíamos literalmente nosotros. Nos íbamos a El Taller, su imprenta, y pasábamos allí horas imprimiendo, grapando, cortando con aquella guillotina aterradora. Aquel hombre generoso y libre, con una vida libre para lo bueno y lo malo, nos enseñó el mejor oficio del mundo, que aún practicamos: hacer libros. Para ello hay que amarlos como él los amaba, y un día tendremos que reconocer en él al gran editor, escritor, impresor y motor cultural.

Tengo siempre presente el sonido de su Heidelberg de blanco y negro, el color era demasiado caro para nosotros. Aquel chacachaca era música. Los tiempos en que la dieta eran los bocatas del bar Gaby, justo enfrente, cuando nos dejaba quedarnos por las noches en la imprenta porque al día siguiente se presentaba el número. El primer catálogo de T20 lo hizo él. Seguíamos tiesos pero dijo que se encargaba. Y se encargó. Le debemos mucho pero no solo por esto. Le debemos tantas lecciones de vida que no seríamos lo que somos sin él. Nuestro impresor, maestro, amigo al que tanto quisimos.

Faustino era un tipo alto y elegante que sonreía. No recuerdo haber visto bajar el arco que en su boca marcaba una tranquila sorna de cowboy legendario mirando un horizonte de John Ford. Nació en La Alberca en 1954. Un año después la ONU aceptaba a la España franquista a regañadientes entre los países civilizados y Eisenhower, siempre tan práctico, venía a abrazar al dictador. Faustino fue hijo de Ángel Fernández Picón, alcalde de Murcia y representante de la Región en las cortes de la época, un hombre importante que hizo primero la Guerra Civil en el bando nacional y luego fue a Rusia con la División Azul. Ser hijo de un prohombre del régimen pudo hacer un niño cómodo, heredero del privilegio, pero Faustino no estaba para sentarse sino para cabalgar, porque entendió la diferencia entre libertad e impunidad y emprendió su lucha contra aquel estado de cosas. Faustino odiaba la opresión más que a nada.

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Anarquismo, lucha antifranquista y rebelión en la España posdesarrollista. En enero de 1977 la policía detuvo a 70 anarquistas en Barcelona, Murcia y Málaga. Los acusaban de formar parte de grupo armado organizado, lanzamiento de cócteles molotov y tenencia ilícita de armas. Solo 17 fueron a parar a La Modelo, uno de ellos Faustino. Les pidieron 114 años de cárcel. Fueron amnistiados en octubre, pero el fiscal recurrió y el 30 de junio el Tribunal Supremo revocó la amnistía. Les estaban aplicando la Ley Antiterrorista. La CNT se movilizó, la lógica se impuso y volvió a casa. Tras aquella aventura Faustino era acogido por su padre que, en vez de reaccionar como el jerarca contra el hijo anarquista, le preguntó por qué la rebeldía. Faustino le dijo que quería cambiar el mundo. El viejo alcalde, con lágrimas en los ojos, le respondió que para eso luchó en dos guerras, para que él no tuviera que hacerlo.

Vamos al 1 de marzo de 1977. Aquel día, en rueda de prensa, Faustino y otros dos defendieron su inocencia con el apoyo de la Falange Española de las JONS (auténtica), la Liga Comunista, la CNT y Coordinación Democrática. Cuesta imaginarlo, pero hubo un tiempo y una Murcia en la que todos esos podían estar juntos. Pero lanzamiento de cócteles molotov y tenencia ilícita de armas... ¿qué hay de esos cargos tan graves? La realidad es más prosaica, casi poética. La noche del 20 al 21 de junio de 1976 tres anarquistas encapuchados, entre ellos Faustino, penetraban en el grupo escolar comarcal Francisco Franco, en Ceutí. Entre las sombras y silencios de las aulas sustrajeron lo que buscaban: una multicopista, una cizalla y un tocadiscos, así como abundante papel para imprimir. Los pillaron, claro. Con aquella máquina imprimieron folletos que llamaban a la acción revolucionaria. Entonces subieron a la torre de la catedral, dejaron el paquete con un sistema por el que caía cuando ellos ya estaban abajo pero falló. Cuando llegaron abajo los panfletos volaban por toda la vega del Segura ya los esperaba la policía.

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¿Recordaría aquella vietnamita y aquel tocadiscos de Ceutí cuando fumaba su último cigarro? Lo ignoro pero he leído el poema que encontró Paqui en el cajón de la ropa, y con su permiso lo reproduzco porque sus letras son su voz y su voz suena a amor y a libertad:

Minero insistente fui

Del mineral más preciado

Minero insistente fui

Pero nunca encontré

La veta brillante que tanto anhelaba

Pero un día la conocí

Cierto es que nuestro amor duró solo unos días

Cierto es que esto escribo desde el cielo.

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13.1.2025

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