Rubiales y Vilda contra la dignidad de España

Queremos saber qué pasó antes del Mundial, por qué 15 jugadoras dijeron que sufrían maltrato psicológico y no solo no se les hizo caso, sino que se las humilló

Sábado, 26 de agosto 2023, 00:31

No sé si alguna vez ha habido en España una mayoría tan absoluta que ha deseado algo como la que esperaba ayer la dimisión de Rubiales. Bueno, la que ahora espera que lo cesen. Mientras van durando el ruido y la furia por su beso ( ... tendría que haber dos palabras distintas que designasen el deseado y el impuesto) se ha dicho desde sectores conservadores que este tema estaba ocultando el logro de las chicas, que deberíamos olvidarlo y celebrar el triunfo. Es coherente con una forma de pensar en la que la mujer calla y el hombre celebra. Recordemos que el seleccionador, en la rueda de prensa, dijo que eran «campeones» del mundo y que Alfonso Ussía respaldó el término porque el entrenador era un hombre y él era esencial. Del gran Ussía no me extraña, él afronta esta situación con fuerza nueva, le da igual que sea cara a la luna que cara al sol. Si el periodismo fuera una mano, él sería la falange y tendría una calificación de triple A, pero nosotros debemos intentar comprender las cosas de una manera más próxima al segundo cuarto del siglo XXI, en el que entraremos dentro de poco y al que no está claro que se incorporen periodistas como Juanma Castaño y una parte relevante del periodismo deportivo español, que ha dado un espectáculo indigno de una nación occidental, rica, culta y moderna.

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El Mundial es importante, pero este equipo ha cambiado el país para siempre. El escarnio público de Rubiales, tanto si lo echan como si sigue cobrando los 600.000 más pluses varios, hará, sin duda, que un alto cargo se lo piense antes de ponerse la Brummel, fumarse un Ducados, rascarse los huevos y magrear a una subordinada, y ese es el primer paso para que los marranos que se propasan le den una vuelta al tema, aunque solo sea por la que les puede caer encima. Las jugadoras, aguantando lo que solo ellas saben, han prestado un servicio a la causa de la igualdad que solo entenderemos con el tiempo. He de decir que hay un precedente en España en el arte, que muchas veces actúa de punta de lanza, y fue la movilización en redes de las Pandoras cuando el comisario Javier Duero traspasó los límites contra una artista en Alicante.

Primer paso dado, ahora el segundo: el seleccionador. Si en un país civilizado quince futbolistas (varones) de la selección nacional dicen que no van si sigue el seleccionador, el seleccionador viaja a la luna en el cohete indio en diez minutos. Aquí pasó con la femenina, cuya casi totalidad de jugadoras escribió claramente que su salud mental y emocional estaba en riesgo por la conducta de este hombrecito. La respuesta colectiva fue contra ellas. El seleccionador se presentó en una rueda de prensa vacilando del apoyo de las selecciones masculinas y mostrándose como víctima compungida. Las chicas, si querían seguir en esto, tuvieron que tragar. Es como si todos nos hubiésemos vuelto locos. Quince jugadoras dicen que viven una situación de presión intolerable y pasamos la página del periódico cuando leemos que los hombres de otras secciones de la Federación han dicho que todo bien, que les traigan otro Dyc con Coca Cola en vaso de tubo. Esto se tiene que acabar, este tipo tiene que salir ya de la selección, se deben hacer públicas en su totalidad las cartas y correos y debemos saber a qué tipo de presiones estaban sometidas nuestras futbolistas. Hay que saber por qué la mejor jugadora del mundo y otras 11 tuvieron que comerse el sapo de volver a entrenar con un hombre al que habían acusado de maltrato psíquico, por qué esa balón de oro se vio relegada, por qué hay tres jugadoras que no aceptaron volver y se las ha silenciado, el episodio del brazalete de capitana... Como dijo Goethe, «luz, más luz». Queremos saber qué pasó antes del Mundial ganado por España, por qué quince jugadoras dijeron que sufrían maltrato psicológico y no solo no se les hizo caso sino que se las humilló. A pesar de todo eso son campeonas (no campeones) dando una lección al mundo y han provocado, involuntariamente, que nuestro país se ponga frente al espejo que no quería mirar, ese en el que se ve reflejado el jefe que le toca el culo a la secretaria, el capataz que exige sexo a las jornaleras, el mierda que, cuando una mujer muere asesinada, dice «cómo le habría puesto la cabeza a ese pobre hombre». Gracias, Jenni, gracias, selección.

Mi hija Martina es defensa central en el equipo de su colegio. Es un equipo mixto. Juegan bien y yo voy de pabellón en pabellón, de Espinardo a Zarandona, siguiéndolos y veo equipos de chicos y chicas que viven con normalidad un mundo al que nosotros ya no llegamos. Ellos y ellas, el futuro, se van a perder el espectáculo del machismo en esta sociedad aún asquerosamente patriarcal que va ajustando sus conductas poco a poco. Este episodio debe servir para algo importante, para que cuando alguien diga que esas quince jugadoras lo que pasa es que están locas, la sociedad entera, unida y coral, le responda : «A ver si lo que pasa es que eres imbécil».

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Lo que nos jugamos con los ceses de el presidente y el seleccionador es la dignidad de un país. Ya estamos tardando, señor Sánchez.

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