Odio que Israel comience un genocidio bombardeando un hospital. Odio a los asesinos imbéciles de Hamás, fanáticos que han secuestrado niños en Israel como odiaba a los matachines sin corazón ni cerebro de ETA. Odio a los que alientan a unos y otros desde despachos, ... púlpitos y mimbares, odio cuando la religión interviene en política pero odio más cuando ambas cosas son lo mismo.

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Odio que la humanidad, que tanto ha cambiado todo, no haya sido capaz de aprender la lección de que, cuando muere el hijo de alguien, es igual de doloroso que cuando muere el nuestro. Odio que alguien pueda creer que alguien merece morir en una guerra, pero más a los que piensan que los hijos de los demás son distintos de los propios por su color de piel, religión o cuenta corriente. Odio que detrás de todo lo que odio esté el dinero, que quien lo tiene sea mejor ante el mundo que los que no.

Odio al mierda que le pega a una mujer, odio al doble mierda que piensa que tal vez lo mereciese. Odio que se piense que hoy la igualdad se ha conseguido y que quien la reclama es extremista. Extremismo es negar la evidencia de lo que hemos visto con la selección de fútbol femenino. Odio que mi hija vaya a tener que lidiar todavía con la irregularidad de tener que saltar más alto que un hombre para alcanzar la misma altura.

Odio la destrucción de la naturaleza solo por dinero. Odio que los que la destruyen se oculten tras la idea de que uno u otro dios no permitiría que esto pasase cuando estamos viendo cómo pasa. Odio que, cuando hayamos pescado el último pez, alguien reconvierta la industria pesquera en otra cosa buscando un beneficio que hará rico a uno frente a millones que serán devorados por un destino que es como un elefante en tu dormitorio.

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Odio las peleas partidistas, que la gente asuma las ideas de otro como dogma propio, y odio la ira y la violencia de todo tipo que esto siembra. Odio la tensión en que vivimos y tener que esquivar temas en la mesa por si alguien salta. Odio que los ideales hayan acabado en el pretexto para mantener organizaciones empresariales a cuya sombra pastan miles de personas dispuestas a casi todo por mantener un estatus.

Odio que el mundo no cambie, que los hijos de los poderosos ganen los premios literarios de los poderosos, aunque esto son odios menores pero odio que los clanes se institucionalicen haciendo eternas las sagas y los apellidos, dejando fuera a otros que lo merecieron mal. Odio a los impostores que ocupan cargos que debieran ser de otros. Odio que el sistema sepa todo esto y no se rebele porque el sistema está en manos de quien es capaz de perpetuar a sus hijos en los escalones de mando. Odio esta imposibilidad de la sociedad por cambiar y reconocer a gente válida que acaba oculta tras escalafones sociales.

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Odio la fealdad de una sociedad que no me deja ver todo lo bueno.

Odio no ser consciente de que, a pesar de todo lo anterior, siguen naciendo niños para los que debemos construir un futuro. Odio que el mal rollo de los telediarios, mostrándome la información como realidad, condicione mis estados de ánimo no dejándome ver lo afortunado que soy por todo lo que tengo. Odio sentirme mal porque me vaya bien, por haber nacido en un lugar sin guerras ni hambre. Odio que la felicidad tenga que luchar con abismos emocionales generados por un mundo en tensión en la distancia y la proximidad. Odio los vacíos intelectuales y espirituales que anulan la consciencia de este maravilloso mundo, a pesar de todo, que nos sostiene. Odio perderme algo en esta vida, un paisaje, un amanecer, un edificio en una ciudad lejana. Odio pensar que no pueda vivir todas las emociones, incluyendo los dolores y miedos que he vivido. Odio pensar que pueda no haber vivido. Odio que la intensidad de la vida baje hasta que el aburrimiento cubra con su gris pátina mi existencia, que será olvidada con el tiempo cuando mi cuerpo sea polvo y mis libros sean vendidos en rastros callejeros, siendo al final todo este esfuerzo, disfrute, dolor y vértigo poco más que una cita al pie de la página de un libro escrito solo para unos pocos.

Odio que este sábado el lector reciba esta oleada de odio e ideas negativas pero a veces escribir no es tanto un hecho organizado y meditado como un vómito, como es el caso. Mientras escribo veo en la tele fragmentos de ese mosaico de realidad abrumadoramente fea más la muerte de un crío en las vías de un tren. Me cuesta no haber madurado lo suficiente como para que todo esto me dé igual, aunque lo que de verdad odiaría es que eso ocurriera, que supiese que alguien sufre y no me doliese.

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Odiaría que el lector pensase que este texto es negativo. Solo el hecho de leerlo significa que usted y yo estamos vivos, que disponemos del raciocinio, la cultura y el tiempo para él. No sé cómo está usted, si la vida le sonríe o no, pero sí quiero mandarle desde esta página todo mi afecto y agradecimiento por leer esto y desearle un felicísimo sábado.

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