Se apagó la luz y sonó Bowie. La Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia iba llenando cada hueco del espacio de la Murcia a ... la que pertenezco con 'Life on mars'. Murcia se fue haciendo grande, rebasó los muros del Auditorio Víctor Villegas y se hizo galáctica en las caras que reconocía alrededor. Hay vida en Marte, decía David, pero donde había vida era aquí. Debajo tenía a Sonia Navarro y a FOD, enfrente a Martín Lejarraga y más abajo a Paco Jarauta con Larry y Alfonso Albacete. Si seguía mirando hacia la derecha, el rocanrol, el arte y el diseño lindaban con Carolina y Rosana Galián. Era como estar en la alineación de Brasil en 1970, aunque fuera de utillero. Entonces salió Carlos Santos, le guiñó un ojo a Jorge Guirao de Second y nos habló a nosotros desde nosotros mismos. El mistérico espíritu de David Lynch fue convocado pero no habló desde París, Texas, sino desde Rincón de Beniscornia. La Orquesta recibía a María Blaya y luego a Alondra, y a Rafa Val de Viva Suecia y a Antonio García de Arde Bogotá. Ya no éramos aquel Brasil, éramos la España del 83 y alguien estaba a punto de gritar «Gol de Señor».

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Y lo gritó Alondra.

Costaba reconocer a Bjork en su voz tremenda y única. Siempre se dice eso de la voz única, pero la de Alondra es única entre las únicas, algo inolvidable, descomunal. La verde proyección sobre ella en el suelo, su capa y la Orquesta. Miraba su propia sombra en las paredes del Auditorio, le gustaba y se ausentaba a la vez que nos tatuaba uno de esos momentos que vamos a recordar siempre, como el instante congelado en la memoria en que Maestro Espada, con Raúl Frutos a la batería, tocaron la Salve en la entrega de los Alfonso del año pasado. 'Highlights' de nuestro tránsito terreno. Alondra extática mientras todos mutábamos en un único organismo hipnotizado. El arte, el arte.

Hay que ser especial para mezclar a los Pixies con Serrat tocados por la OSRM y que sea memorable

Porque José Manuel Jiménez Romera, el maestro de ceremonias y organizador, aprovecha unos premios para regalarnos arte, para decirnos quiénes somos y cuánto somos, que a veces se nos olvida. El año pasado le dije que su Murcia era mi Murcia, este año, al acabar, en las escaleras que nos llevaban al cóctel, le dije que era universal. Y lo es, porque esa Murcia que es la suya y la mía es universal. Volvamos a la gala. Carlos Santos habló de la primera vez que vio 'E.T.' en el Rex y el auditorio se venía abajo. Los textos estaban hilados como los orfebres hacían aquellas filigranas milimétricas de los tiempos del Rey Lobo.

El que hablaba por Carlos había construido una historia con la ceremonia.

Las galas eran aburridas por definición. Si has nacido aquí estás bajo el signo de 'Murcia, qué hermosa eres', esa condena de imagen que creíamos que íbamos a cumplir de por vida, incrustándonos injustamente en la cultura de lo casposo y deprimente. Pero José Manuel lleva ya muchos años haciendo otra cosa. Una gala, como una película, como una exposición, debe contar una historia. Él hace eso. Lo hizo con Los Mejores de este periódico y también con esa ventana a la mejor modernidad que es Rendibú. Lo del viernes fue la confirmación de todo esto. Que una gala debe contar una historia para que la recordemos como los mejores conciertos, que la historia que cuenta debe ser buena y que los que la interpretan deben ser también los mejores.

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Cumplió lo prometido.

Hay que ser de una madera especial para mezclar a los Pixies con Serrat tocados por la OSRM y que sea memorable. Para empezar hay que atreverse. Para continuar hay que visualizar a Renton en el suelo de la casa, donde se chutaban en Glasgow, en la escena de 'Trainspotting', el relato de la desesperanza a la que pertenece nuestra generación, pero también saber comprender qué es 'Mediterráneo' en su componente de optimismo y reivindicación de un futuro que pertenece a la generación anterior. Pensé en los muchos adolescentes que estaban allí esa noche y quise que toda aquella belleza fuese para ellos.

Y entonces, el final.

No todo el mundo conoce a Charly García, el ídolo argentino. Es como si alguien en América Latina no conociera a Miguel Ríos. Con las enormes diferencias entre ambos, el calibre es similar. La orquesta empezó los acordes de 'Nos siguen pegando abajo', algo nada fácil porque los arreglos 'new wave' de la caja de ritmos y el teclado virtuoso de Charly no se pensaron para esto. Pero funcionaba. Entonces salieron Rafa Val y Antonio García a divertirse. Y se divirtieron y nos divirtieron a todos. Pero la gala era una narración trascendente y allí con aquella canción se estaba contando algo importante. Charly la escribió durante la dictadura de Videla. Aquellos generales cuasinazis asesinaron a 30.000 personas. Hoy, cuando vemos brazos alzarse y extender la mano, la canción cobra un sentido nuevo y necesario. La imagen de uno de ellos pegando a un niño en el estómago repugna. La canción se convierte en un inesperado himno para el futuro. La lectura correcta de tiempos duros.

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Y luego todo fueron abrazos, y besos y conversaciones pendientes. Larry con su Corazón en la mano me decía que había hablado para unos pocos y yo le dije que no, que había hablado para la mejor de las Murcias posibles, la Murcia universal.

Nuestra Murcia.

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