En 1960 Ramón Gaya volvía a Murcia. El joven idealista de 1939 era ahora un hombre aplastado por la vida y la historia que había perdido a su mujer en un bombardeo, abandonado a su hija en manos de Cristóbal Hall y partido en el ... Sinaia hacia México, un país en el que nunca encajó. De vuelta en la Murcia «finamente polvorienta» visitó amigos, se asombró del destrozo en la huerta y, un día, llevado por una necesidad comprensible, encaró su antiguo colegio, el Cierva Peñafiel.
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Pasamos una parte importante de nuestra existencia en edificios de los que desconocemos su historia o quién los transitó antes que nosotros. Hablo de los colegios, parte crucial de nuestra vida. Podemos describir cómo era nuestra clase de primero de EGB baldosa a baldosa, pero ¿quién construyó el edificio, cuál es su historia? Es extraño pero sucede casi siempre. El colegio Cierva Peñafiel fue una esquina de Murcia, un lugar ganado para la ciudadanía con el espacio que dejaron los conventos tras las desamortizaciones y algunos palacios tras las marchas de la antigua nobleza. Es un edificio de piedra terminado por Pedro Cerdán en 1917 por voluntad de dos murcianos necesarios: Antonio García Alix y Juan de la Cierva Peñafiel, entonces ministros de Hacienda y de Instrucción Pública, respectivamente, con el diseño de idea de Andrés Baquero para levantar las primeras Escuelas Graduadas Públicas, a saber: Baquero Almansa, El Carmen, Cierva Peñafiel y García Alix, es decir, los antiguos barrios de San Juan-Santa Eulalia, El Carmen, Centro y San Antolín. Murcia entera tenía colegios públicos y gratuitos como síntoma de un deseo de país mejor, en el que se erradicase el endémico analfabetismo.
Volvamos al Cierva Peñafiel. Su fundación se recuerda en el dintel que da acceso al vestíbulo del colegio, un edificio muy bello, bien distribuido, con un patio central en torno al cual quedan algunos muebles que podrían datar de su inauguración. En los colegios públicos pasa como en los cuarteles, el material se cuida mucho porque no se sabe cuándo se va a poder renovar. Gaya volvió al colegio aquel día de 1960 para reencontrarse con su infancia. Su casa estuvo muy cerca, en el número 2 de la calle Santa Gertrudis, cerca de la calle de la Aurora. Pasando junto a la acequia, estaba a dos minutos del colegio que abandonó a los 10 años para dedicarse a la pintura. A modo de desagravio, el joven talento pintó murales en todas las clases. En las de párvulos, diseños geométricos que se iban complicando conforme aumentaba la edad; objetos con relieves y sombras en algunas y, en las últimas, retratos de escritores. Todo firmado. He encontrado el hecho documentado por José Luis Valcárcel. Cuando Gaya volvió en 1960 los murales seguían allí. Es imposible saber qué sintió en ese momento pero no debió ser poco.
Hoy el centro ha sabido de la existencia de estos murales por mí, la memoria de este hecho se había perdido totalmente, de la misma forma que en el colegio nada recuerda el paso del artista por sus aulas. Se debieron tapar entre 1960 y 1990, en base a lo que he podido recabar pero muy probablemente antes de la apertura del Museo Gaya y la campaña emprendida por las autoridades con el fin por reconocer al pintor. Siendo obras de un niño prodigio, la importancia de esta pintura, más allá de su calidad, es reseñable por tres motivos: su extensión, que apenas queda obra tan incipiente y que fue un pintor de caballete, no un muralista, lo que hace estas obras excepcionales.
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Recuperar estas obras es muy complicado. Posible pero muy difícil y costoso, ya que hay que ubicarlas, esperar que no fuesen picadas (algo poco probable) y considerar que con la reforma de los techos en la década de 2010 aún pudieron sufrir más, si bien sabemos que eran frisos parietales. Bajo varias capas de pintura y gotelé hay unos murales que convertirían el colegio en un museo, pero un colegio no es un museo, su uso es la educación, así que una pintura es muy secundaria en relación a la molestia que se pueda provocar cerrando aulas. Tal vez con saber que están ahí baste.
La investigación parece necesaria, en cualquier caso. Tal y como hago habitualmente sin conseguir casi nunca nada, invito al presidente López Miras a tomar interés por estas pinturas, como forma de concienciar a la ciudadanía de la necesidad de cuidar y conocer lo que la historia nos ha legado, y a la dirección General de Patrimonio, como corresponde, ya que la institución que debería hacerlo no ha mostrado el menor interés. Me refiero a ese muerto que camina que es el Museo Gaya. Demasiada complicación para el director de un museo que fue nacional y últimamente está pasando de lo local a lo doméstico.
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Pero el fin primero de este artículo no es la recuperación, costosa y difícil de una obra desconocida. Lo he escrito porque sería bonito buscar la historia de nuestros respectivos colegios, si no la conocemos. Saber quiénes fueron los hombres y mujeres célebres que pasaron por allí, quién impulsó su construcción, si el edificio es significativo o no. Sería bonito mirar a esos lugares a los que debemos tanto y que, muchas veces, son desconocidos. Descubrir, ya de mayores, dónde pasamos la infancia. Tal vez se lo debamos a nuestro cole.
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