A la memoria de Elías Hernández Albaladejo.
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Estoy deseando que se vuelva a ver la fachada de la Catedral. Parece extraño, casi infantil, pero la echo de menos como echo de menos a mi abuela y por razones parecidas; tanto la fachada como la madre ... de mi madre me dicen de dónde vengo y cuál es mi lugar. Sé que esto bordea el nacionalismo que tanto detesto pero nada más lejos, entiendo que haber nacido aquí no es un privilegio, es solo azar. O destino, que molaría más, pero nada de lo que enorgullecerse ni que me haga distinto a un siciliano, un marsellés o un libio.
El imafronte de la Catedral nos salva a los murcianos, nos redime de nuestra herencia culpable. El concepto de monumento es una idea decimonónica. En algún momento viejos edificios se convirtieron en símbolos de los emergentes estados nación. Por extensión las ciudades empezaron a proteger palacios y estatuas como elementos que las revalorizaban. En Murcia los años 60 y 70 del siglo XX fueron voraces y se llevaron por delante toda la ciudad ante los deseos de promotores codiciosos, un alcalde cómplice y un gobernador civil culpable de la más sensible pérdida, los Baños Árabes. De nada sirve ya llorar, pero conocer todo aquello nos enseña mucho de nosotros mismos, es la gran virtud de la historia.
Esta semana hemos subido a la fachada en restauración Carolina, Hugo, Martina y yo. Estábamos deseando ver de cerca todas esas esculturas, entender bien los procesos constructivos... y nos decepcionó. Me explicaré antes de que me abucheen. Hay que ir, es una oportunidad única, pero ese imafronte no está hecho para ser visto de cerca, no al detalle sino en el total del fondo de la plaza que tan maravillosamente entendió Rafael Moneo y que modificó para devolverle su dignidad.
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Parece raro pero el material define, y nuestra piedra es mala para la escultura. El mármol de Cehegín, el negro de Caravaca y el blanco de Macael son puntos de color, pero rara vez soportes para las esculturas, labradas por maestros de distintas calidades. Las caras de los cuatro santos, entre los intercolumnios, incluyendo el supuesto retrato de Belluga, son maravillosas, pero una a una son solo esculturas de santos que no funcionan sin la arquitectura, y aquí se entiende bien cómo y por qué se hizo esta fachada.
El cómo nos lleva a una planificación global. La arquitectura antigua evoluciona y unas cosas se superponen a otras, como el románico Pórtico de la Gloria queda oculto bajo la fachada barroca. La nuestra se hizo del tirón, de manera que se pudieron planificar las esculturas en base a la arquitectura, que manda en realidad pero que no es entendible sin las imágenes. No nos damos cuenta, pero la diferencia de tamaños es bastante grande, aunque cuando vemos la fachada desde lejos no lo apreciamos. La construcción óptica de la imagen global de esa fachada es exquisitamente calculada. En el debate del ingeniero Feringán, Jaime Bort y el resto de participantes, empezando por los escultores, hay cuestiones que no se tratan mucho, y una es la cimentación de semejante mole en un suelo con subidas y bajadas de nivel freático feroces. El simple hecho de su pervivencia es un logro prodigioso, una obra maestra de ingeniería. La arquitectura no necesita más glosa, con ese remate bramantesco que aumenta la altura lo necesario dejando unas proporciones bellísimas. Las matemáticas siempre están ahí.
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Pero hay una mano invisible de la que poco se habla. Esta fachada es una narración, es una historia de la diócesis de Cartagena escrita por alguien que dio las directrices a Feringán, Bort y a cada escultor. El teólogo que creó el discurso para que fuese construido y esculpido entre 1737 y 1751. Belluga tomó la decisión y encargó la demolición pero dejó la diócesis en 1724. Aquí solemos pasar por encima de Antonio de San José, que aconsejó su demolición y era arquitecto, pero eso lo dejo para otro artículo.
El caso es que seguramente lo prodigioso de la fachada, su relato, lo dictó Belluga o uno de los cerebros a su servicio. Por eso, cuando subimos por los andamios y vemos una a una las esculturas solo vemos fragmentos de algo escrito por un prelado que dejó el gran mensaje jerarquizado desde los cuatro santos de Cartagena en el primer cuerpo, en el segundo van los dos santos vinculados a la monarquía hispánica, san Fernando y el visigodo San Hermenegildo que nos dicen claramente que la Iglesia española es regalista, que ambas instituciones se funden y que los dos santos reales son pilares entre pilares. Luego la Cruz de Caravaca en el centro, que nos lleva al poder simbólico de la reliquia y al político y económico de la encomienda. Sobre todos ellos, la Virgen y, aún más arriba, Santiago, el patrón de España, el santo batallador. Qué pequeñita queda Santa Teresa, abajo a la derecha. Esa fachada no se disfruta, se lee como se lee a Saavedra Fajardo o a Cascales, es nuestra historia política contada en esculturas y arquitectura.
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Yo no perdería la ocasión de subir a la fachada, la experiencia la recordaremos toda la vida, pero sobre todo, una vez nos la devuelvan restaurada, que la miremos como algo legible porque poseemos una de las obras maestras absolutas de la narrativa arquitectónica barroca universal.
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